Blancanieves, una película premonitoriamente antifeminista

Carlos Arturo Baños Lemoine / Ciudadano Cero

Carlos Arturo Baños Lemoine.

Seguramente ya están enterados: grupos feministas pretenden sacar de circulación la película ya clásica de Blancanieves y los siete enanitos, producida por los estudios Walt Disney y estrenada en 1937.

¿El motivo de este despropósito feminista? El beso de amor que el Príncipe Florián le prodiga a Blancanieves logrando, de este manera, romper el hechizo que la había sumergido en un estado catatónico. El Príncipe besó a Blancanieves mientras ésta permanecía inconsciente debido a la pócima que maliciosamente le dio su madrastra, la Reina Grimhilde, dada la enorme envidia que ésta sentía ante la extraordinaria belleza de Blancanieves.

“¡La besó estando inconsciente!”… “¡Ella no dio su consentimiento!”… “¡Cultura de la violación!”… “¡Ahhhhh, el violador eres tú, turun tun tun, turun tun tun!”…

Tenemos muy presentes las cantaletas del feminismo para estos casos: conocemos muy bien su obsesión psicótica por la victimización a toda costa.

Vaya, a las feministas ni siquiera les dio por intentar hacer una interpretación psicoanalítica de este cuento-película, al viejo estilo de Bruno Bettelheim (Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Barcelona, Ed. Crítica, 1976). No, el contexto literario-fílmico no importa; simplemente el beso no fue consentido y basta: el negocio del escándalo “con perspectiva de género”. ¿Podríamos esperar algo distinto de la mitología feminista? No, porque su esencia es el irracionalismo, es el histerismo colectivo, es el victimismo full time, no lo olvidemos.

Curiosa, y premonitoriamente, la película de Blancanieves resulta ser antifeminista. Quizá sea esto lo que de veras molesta a las feministas que están pidiendo su salida del mercado fílmico.

El cuento-película exalta los estereotipos de belleza (Blancanieves) que tanto molestan a las feministas (Reina Grimhilde). La envidia corroe: duele mucho desear algo y no poder obtenerlo. La belleza es un don y una fuente de poder, y es objetiva: se trata de una combinación de simetría, proporcionalidad, equilibrio de las formas, lozanía, tersura, firmeza y suavidad. Blancanieves es extraordinariamente bella.

La Reina Grimhilde está perdiendo su belleza porque se está haciendo vieja: comienza a acumular grasa, estrías, arrugas, celulitis, flacidez, ojeras, etc. Y el espejo cruel de la realidad (que es una figura varonil) le dice la verdad, le dice lo que no quiere oír: su hijastra Blancanieves es más bella que ella.

La traumática y corrosiva envidia que siente la Reina Grimhilde la lleva a planear incluso el asesinato de su propia hijastra: hay que destruir y demeritar todo aquello que no se puede conseguir. Si las feministas se oponen a los estereotipos de belleza suele ser porque no los pueden alcanzar, porque no los pueden reproducir, porque no los pueden poseer. Simplemente no pueden gozar de los placeres y los poderes que vienen asociados con los cuerpos bellos. Y el trauma llega a tal nivel que, por eso, es común ver a las feministas exaltando la gordura, las estrías y las axilas velludas “como acto de rebeldía”. Una feminista bella es una avis rara, un fenómeno contradictorio…

La Reina Grimhilde, vestida de negro y morado, como las feministas de hoy en día (¡qué curioso!), le encomienda a un vasallo suyo matar a la bella joven; pero el vasallo (otra figura masculina) desobedece a la fémina envidiosa y malvada, consciente de la maldad intrínseca del acto, y deja en libertad a la bella Blancanieves, quien encuentra refugio, auxilio y protección en la casa de los siete enanos (otras figuras masculinas).

Pero ni la bondad del vasallo ni la bondad de los siete enanos logran impedir que la madrastra malvada llegue, transformada en anciana, hasta Blancanieves, a objeto de fingir bondad para hacerla comer una manzana embrujada que la deja en estado catatónico: una mujer haciéndole daño a otra mujer a pesar de la bondad de muchos varones.

Debe llegar el Príncipe Florián que, desde el inicio de la historia, declara su amor a Blancanieves, con la esperada correspondencia por parte de la bella joven. El amor del Príncipe, en forma de beso, logra romper el malvado hechizo y despertar a Blancanieves para que ésta concrete su amor con el varón que ha logrado salvarla de la envidia malvada y criminal de su madrastra Grimhilde.

¡Qué hermoso cuento antifeminista!

Una mujer (Reina Grimhilde) que sistemáticamente desea y procura el mal a otra (Blancanieves), quien solo encuentra verdad, protección y auxilio en muchas figuras masculinas (el espejo, el vasallo, los enanos y el Príncipe).

¿Un mensaje premonitorio? La película data de 1937 y el cuento es muy viejo.

¿Y qué decir del “polémico” beso? Simbólicamente, es el acto amoroso que salva a una mujer de la maldad de otra mujer; cosa que nunca vieron las feministas.

Y si de “consentimiento” hablamos, respóndanme ustedes sólo dos preguntas:

¿Todos sus actos amorosos ha pasado por el filtro burocrático de una aprobación expresa?

¿Cuando, después de una noche de pasión, sus parejas las despiertan con un beso en los labios, sienten ustedes que se trata de un “acto de abuso” o de un “acto de amor”?

Lo dicho, mis amigos: el feminismo supone un severo desequilibrio psicoemocional. ¿Necesitan más pruebas?

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Esta videocolumna de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.

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