Ganadores, no ganadores

Carlos J. Pérez García

Carlos J. Perez García.

Ya casi llegamos. Un par de semanas no es nada, aunque podrán suceder muchas cosas… esperemos que buenas en su mayoría.

Miren, son sobradas las razones por las que el candidato Ricardo Gallardo no puede ser gobernador de San Luis Potosí, y debe quedar claro que no va a serlo. Por más que cuente con grandes cantidades de dinero de origen dudoso, o que recurra a prácticas tan cuestionadas para atraer a segmentos importantes del electorado, ese populismo primitivo de rasgos delincuenciales no cabe en este estado.

Muchos no lo vemos factible en la tierra de nuestros padres y abuelos (ellos y ellas, desde luego), ni representa el futuro que queremos para las nuevas generaciones. Pienso que no ganará en las urnas ante Morena o la Coalición, y quedarían numerosas impugnaciones en el improbable caso de que forzase (comprase) su victoria; además, aún podría declinar a fin de evitarse problemas y eso le ofrecería la gubernatura a la candidata de Morena.

No tengo duda de que la opción más adecuada y segura es la de Octavio Pedroza, candidato por la coalición ‘Sí por San Luis’ (PAN, PRI, PRD y PCP). Incluso ha hecho una buena mancuerna con el candidato de la misma alianza para la significativa capital del estado, Enrique Galindo.

En el caso de Morena, la candidata Mónica Rangel no vino de ese partido (un ejemplo más del oportuno pragmatismo a lo largo del país) y surge de un proceso de selección confuso y desaseado. Aún más, estos candidatos tienen que hablar de que van a imponer “la 4T” en su entidad federativa, cuando no se sabe bien en qué consiste esa invención y, aparte de que sus logros tampoco se ven con claridad, las perspectivas han empeorado mucho.

Todos podemos estar contra la corrupción, pero reducirla es otra cosa. Y no vamos a aceptar que en los estados se intente impedir la inversión privada o la competencia.

En la capital también aparecen el actual alcalde Xavier Nava, ahora por Morena, al igual que el abogado Leonel Serrato, de carambola en el PVEM, con sus respectivos alcances. Aquí las confusiones son mayores y acaso puedo aventurar a EC como ganador en el cargo que ocupó en 1922 mi abuelo Urbano Pérez.

* LA CIENCIA ECONÓMICA TIENE que evolucionar. Pero, claro, no hacia tonterías como aquellas de la ‘Economía Moral’ sin pies ni cabeza y que acá, por fortuna, un socarrón presidente parece tener casi en el olvido. En contraste, llama nuestra atención la acreditada economista italoamericana Mariana Mazzucato, profesora del University College de Londres (UCL) y cabeza del Instituto para la Innovación y el Objetivo Público.

Esta nueva celebridad, dicen, es “una mente provocadora, ágil y brillante que se disputan como asesora gobiernos de medio mundo” (México estaría hoy en la otra mitad), y ha publicado libros cuya influencia crece día a día en el mundo. Se considera de centroizquierda y suele formular críticas duras pero propositivas al capitalismo y a la izquierda.

Plantea, ojo, que la izquierda se debe desperezar y ser más progresista, para trascender la redistribución y convertirse en un motor de innovación y experimentación: tiene que orientarse a la creación de riqueza, más que a combatir el capitalismo (¿neoliberalismo?) a fin de repartir rebanadas de un pastel más grande y financiar programas sociales sólo prioritarios y efectivos.

A su vez, señala que tras la devastación de la pandemia los gobiernos y organismos internacionales deben ser ambiciosos e ir mucho más allá de reparar economías maltrechas, con “un nuevo modelo de sector público” y una compleja colaboración público-privada, pensando de un modo proactivo en políticas económicas que se enfoquen a propósitos concretos y se guíen por resultados. Acá es otro mundo: volver a lo que ya fracasó.

Quizá sin un papel tan protagónico de los empresarios en el crecimiento, el sector público tendría que mejorar sus capacidades y arriesgarse a emprender con la creación de riqueza en mente. No se trata de inversión a secas, sino de inversión muy selectiva y productiva.

Igual recupera un Estado necesariamente fuerte, pero reinventado con órganos públicos no politizados y más eficaces, sin caer en la austeridad que masacró en tantos países la infraestructura social del gobierno (sanidad, educación, transporte). Esto significa que con sistemas públicos sólidos una pandemia causa mucho menos daños y muertes.

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