Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

“ustedes cuando aman

son de otra magnitud

hay fotos chismes prensa

y el amor es un boom

nosotros cuando amamos

es un amor común

tan simple y tan sabroso

como tener salud”

Mario Benedetti

El universo de hoy se encuentra dividido en dos mitades antagónicas y no es culpa de los medios de comunicación mexicanos ni de los políticos del país. O, en todo caso, no sólo es culpa de ellos. Ni han sido ellos quienes crearon el fenómeno, ni sus acciones van a lograr —ni siquiera a pretender— detenerlo. Estamos atestiguando un fenómeno global que configura la realidad social y política. En cada sitio éste adquiere sus propios rasgos locales, pero se mantiene, en esencia, el mismo. Es la vuelta a la concepción del mundo como dos grandes bloques: el moralmente superior “nosotros”, y el barbárico y retrógrada “ustedes”.

No hay que equivocarse, con estas palabras no pretendo definir a ningún grupo en concreto —sea político, partidista, social o deportivo—. Me aventuro, más bien, inspirado por Zygmunt Bauman, a describir la forma en que cada mitad se percibe a sí misma. Lo vemos hoy en el país tras el revuelo social que causaron las elecciones; pero lo veníamos viendo en el mundo desde tiempo atrás. En la concepción de la humanidad de residentes contra migrantes, de descendientes europeos contra descendientes africanos, del Estados Unidos supremacista contra el Estados Unidos líder-del-mundo-libre.

El ciudadano de hoy, sea cual sea su filiación política, cuales sean sus opiniones, creencias, religiones, o falta de ellas, se mira a sí mismo como militante de una fracción en resistencia que tiene que oponerse fervientemente a la contraria, a riesgo de perder por completo los valores e ideales en los que ha depositado la vida entera. Las decisiones de hoy, para él, no sólo repercutirán en su entorno más próximo, sino en los fundamentos en los que se sostiene el único sistema político que considera capaz de darle seguridad.

Por supuesto que no estamos asistiendo a una fantasía de índole colectivo que se haya engendrado de la absoluta nada. Estamos frente a una construcción política, económica y mediática. El universo dividido y las mitades antagónicas son el lenguaje del poder en la actualidad. Es decir, que ni lo creó Bolsonaro, ni lo alimentan sólo los demócratas en el vecino del norte, ni es un tema de residentes o de visitantes; ésta es la forma en que se comunica hoy el poder y éste es el miedo al otro que nos trasmiten. Lo mucho que

detestamos a nuestros vecinos por disentir con nosotros es el capital político de las élites en la actualidad.

Como apunta Zygmunt Bauman en su ensayo “Síntomas en busca de objeto y nombre”, la historia misma es “la crónica de la extensión a veces gradual y a veces abrupta del nosotros’”. Es decir, que este pensamiento dualista y antagonizado parece ser una parte inherente, si no de la condición humana, cuando menos sí de nuestras sociedades. En distintos momentos hemos conseguido, como grupo, minimizar esta visión hasta casi olvidarla en favor de ideales más igualitarios, como en otros hemos permitido que explote y se radicalice al grado de aplaudir genocidios.

Esta visión parece ser necesaria para la conceptualización tanto del individuo como del grupo. Como lo dice el filósofo polaco, ustedes y nosotros son dos caras de una misma moneda: “Los dos miembros de la oposición se ‘definen por negación’ recíprocamente: el ‘ellos’ como ‘no-nosotros’ y el ‘nosotros’ como ‘no-ellos’”. En cierto modo, necesitamos reconocernos a partir de la diferencia con el otro, pero ¿significa ello que este reconocimiento y estas diferencias tengan que venir manchados de un toque belicista y confrontativo? Yo creo que no, que el disenso no significa per se desprecio ni desdén, pero que a los intereses económicos les interesa que así parezca.

Esta más que dicho que los poderes suelen legitimarse a través de la heroica resistencia que se ejerce frente a un enemigo, comúnmente inventado. En el pasado, estas invenciones han tenido que basarse en un complejo entramado narrativo donde el antagonista terminaba siendo un villano situado en alguna tierra distante que, de tan ajeno, nos parecía casi inhumano. Hoy el antagonista se encuentra en el propio territorio, listo para responder con agresiones en cuanto bajemos la guardia. De este modo, sea cual sea el grupo en el poder, éste puede echar mano del otro para legitimarse a través de su confrontación. Por otro lado, mantiene así a sus seguidores activos frente a la urgencia que supone el defender el sistema de un ataque apocalíptico permanente.

Tal como sucede en México, como hemos visto suceder en otros países, como veremos replicarse a lo largo del mundo y como describió Bauman: “se crea un clima de desconfianza mutua (y apriorística), recelo y competencia a degüello”. La lucha de poderes no cesa ni aquí ni allá y mientras tanto, como también dijera el filósofo, “en medio de ese clima, las semillas del espíritu colectivo y de la ayuda mutua se asfixian, se marchitan y decaen”.

En toda esta batalla tribal, parece perderse el norte sobre los derechos y los privilegios. Los primeros deberíamos reclamarlos para todos, en vez de aferrarnos a ser los únicos que los ejerzan. Es cuando se convierten en privilegios que comienza o se perpetúa la injusticia.

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