Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Quien diga que la democracia mexicana es cara seguramente tiene razón en términos estrictamente de dinero: no es poca cosa el presupuesto de casi 20 mil millones de pesos del que dispone este año el Instituto Nacional Electoral.

Pero no es lo mismo analizar cuánto CUESTA un voto que cuánto VALE un sufragio en nuestro país.

En números redondos, organizar el reciente proceso electoral federal por el que se renovó la totalidad de la Cámara de Diputados costó 7 mil 800 millones de pesos. Si el padrón electoral es de 93 millones de personas y votamos un poco más de la mitad, cada voto tuvo un costo de poco más de 150 pesos.

¿Vale la pena? Yo creo que sí y mucho, si tomamos en cuenta que hace relativamente poco tiempo -mi hija no me lo cree- los sufragios mexicanos no se contaban bien. El problema era tal que corregirlo implicó reformas que crearon un entramado creíble y confiable, pero sobrerregulado al paso de los años debido a la exigencia de partidos y candidatos perdedores en los procesos subsecuentes.

Así fue que, a la par que construimos credibilidad y llegó la transición política a México, creció un aparato burocrático importante en el IFE, primero y en el INE después, que sin embargo ha demostrado con creces su utilidad y valía.

Algo tan simple como que la voluntad popular cuente y se cuente bien empezó a suceder apenas en 1997, cuando la oposición izquierdista tomó el poder en la ciudad de México, y sucesivamente en la alternancia presidencial del año 2000, el regreso del PRI en 2012 y el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018.

Hoy, casi 25 años después, el voto ciudadano le ha arrebatado a la izquierda la mitad de su poder en la capital de la República, y le negó al gobierno de la mal llamada Cuarta Transformación la mayoría calificada en la Cámara de Diputados. Y hay que decirlo: aunque en las mismas casillas electorales a lo largo y ancho del país el partido del presidente perdió apoyo relativo con respecto al 2018, también recibió el mandato constitucional para gobernar 11 de 15 entidades donde habrá relevo gubernamental.

¿Cuánto vale eso? ¿Qué valor tiene contar con la posibilidad de corregir el rumbo de un gobierno si se considera que no va por buen destino, o darle de nuevo un voto de confianza? ¿Es preferible un sistema barato, viciado y sujeto a la voluntad e interés político del presidente en turno que uno eficaz que quite y ponga, que defina contrapesos políticos ante un poder que pensábamos era omnímodo?

Creo que la respuesta es obvia.

El actual presidente de la República construyó su discurso opositor con base en la palabra “fraude”. No ha cambiado mucho, porque a pesar de su indiscutible triunfo que lo llevó al poder ha seguido cuestionando a las instancias electorales. Y eso lleva a que una buena parte de la emprrenda una férrea batalla por hacer prevalecer y aún fortalecer al INE.

A López Obrador no le gustaron los últimos resultados electorales, y quizá lo veía venir. Por eso la previa y posterior andanada contra consejeros electorales y funcionarios del INE, cuya impecable actuación permitió hace 3 años la llegada del tabasqueño a Palacio Nacional, y hoy da cauce a la voluntad popular de impedir que el partido en el poder pueda contar con una mayoría legislativa que lo destruya.

Gracias al INE y a los millones de ciudadanos que participamos tenemos elecciones limpias, y gracias a éstas afortunadamente tendremos INE para rato. Porque el voto CUESTA caro pero VALE más.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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