De “Breaking Bad” a “Your Honor”: Bryan Cranston como estrella de la transgresión

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

A Mateo Báez, mi sobrino cuyas primeras letras nos iluminan.

Dice la tradicional frase de inicio de serie de invención que cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia; pero lo cierto es que la ficción y la realidad casi siempre se encuentran. Se cumplieron ya 13 años desde que empezó la icónica serie Breaking Bad, una de las más aclamadas de la historia y ciertamente una de las mejores que existen. Hace poco, Bryan Cranston protagonizó una corta serie producida por Paramount y llamada Your Honor, por ahora sólo está disponible una temporada de diez capítulos. En la primera serie, Cranston hace el papel de Walter Whyte, un hombre que se convierte en productor de metanfetamina al descubrir que es víctima de un cáncer terminal y no tiene nada que dejar a su familia; en la segunda, interpreta a Michael Desiato, un juez de Nueva Orleans que lucha por salvar a su hijo quien ha cometido un asesinato imprudencial. Ambos papeles se parecen bastante: un hombre recto transgrede su propia personalidad, respondiendo a las circunstancias comete un crimen tras otro, construye una mentira tras otra y manipula su entorno con tal de alcanzar su cometido.

Visto desde las perspectivas sociológica y psicoanalítica, resulta sumamente interesante cómo este personaje—el icónico Walter Whyte—se convirtió en un verdadero ídolo a pesar de los enormes crímenes que fue capaz de cometer y de su capacidad de manipulación no sólo de sus enemigos, sino también de sus seres queridos. Para entenderlo, debemos preguntarnos cómo surge la fascinación por personajes criminales cuya inteligencia es aclamada más allá de sus responsabilidades éticas. El fenómeno no es nuevo, podemos verlo en la literatura desde la época clásica, en la danza, el teatro, el cine. Jack the Ripper, Calígula, Napoleón, Hannibal Lecter, el Padrino, personajes todos que tienen en común dos cosas: son sumamente inteligentes, y son criminales.

La aspiración por el poder parece formar parte de nuestra psique, la lucha entre el eros y el thanatos representa para Freud esta tensión entre la pulsión de vida y muerte. Dando crédito a la base del psicoanálisis, la civilización—cultura—nos prepara entonces para vivir en sociedad y renunciar al impulso de muerte en la medida de lo posible, con tal de ser funcionales en comunidad. El yo está preparado para dominar al otro, para destruirlo, pero también para amarlo. La guerra y la política son los claros signos de que la confrontación, la ambición y la necesidad de ejercer control sobre la voluntad de otros seres humanos forman parte de la condición humana. Según Carl von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, pero si comparamos sus efectos, entonces la política es producto de la civilización en su más amplio sentido.

Los personajes que han transgredido los límites impuestos por las estructuras sociales, desafiado las prácticas de la cordialidad y la vida en comunidad para imponer su voluntad sobre otros, despiertan una innegable fascinación. Si bien, son los héroes los que por lo general resultan carismáticos, el arquetipo del héroe es ciertamente mucho menos inteligente que el del villano. El héroe arquetípico actúa por bondad innata, es humilde siempre y busca el bienestar de los demás es, en suma, el concepto aspiracional de la civilización. Pero los personajes protagonizados por Cranston no pueden ser considerados villanos, a pesar de que es evidente su propensión al crimen y su ambición de poder. Personajes como el de Walter Whyte o Michael Desiato son mucho más humanos que el héroe aspiracional, pero no actúan por maldad innata, por eso resultan más cercanos.

Y es que es precisamente la capacidad de despertar empatía lo que genera admiración. La inteligencia es una virtud aplaudida y deseada por todos, en una sociedad de información como la que vivimos, la inteligencia es la cualidad más elevada. Sin embargo, es también una cualidad innata, es posible educarnos e incrementar la información que tenemos en nuestro cerebro, pero por lo general—aunque ciertos estudios comienzan a debatirlo—la inteligencia de cada individuo es más o menos la misma durante toda su vida. Además, los personajes protagonizados por Cranston tienen algo en común: se vuelven malvados para proteger a alguien amado. O al menos esa es la justificación que se repiten a sí mismos: la obra de Vince Gilligan, Breaking bad no sólo es producto de un cuidado obsesivo del detalle, sino que es magistral porque rumbo al final Walter admite frente a su esposa Skyler que todo lo que hizo fue por él mismo, que lo disfrutaba, le producía placer.

El dilema ético que se plantea al principio de ambas series sirve de motor para los eventos subsecuentes. ¿Era necesario que Walter se convirtiera en un cocinero de metanfetamina para dejarle una herencia a su familia ante su diagnóstico mortal?, ¿qué opciones tenía?, ¿debía aceptar el tratamiento médico que le ofrecieron sus antiguos compañeros?; ¿Michael Desiato debía mentir y obligar a su hijo hacerlo para evitar su muerte?, ¿en qué medida es culpable de la tragedia de la familia Jones? Las respuestas no son unívocas y justamente por eso desatan una enorme cantidad de interpretaciones y lecturas. Todo depende del cristal con que se mire: puede ponerse en duda que los personajes actuaran por maldad o bondad, que hayan sido acarreados por las pulsiones de vida o de muerte. Lo cierto es que la imposibilidad de clasificar sus actos se representa en los personajes transmutando el ser impuesto por el superyó, convirtiéndose en una versión más fidedigna de ellos mismos.

El abandono del deber ser construido socialmente se convierte entonces en la aspiración de la audiencia. Esa es la verdadera razón por la que los personajes interpretados por Bryan Cranston despiertan tanta admiración: han conseguido lo que el yo quiere, se liberan de las cadenas impuestas por la civilización, van en búsqueda de su deseo y se imponen a alcanzarlo sin importar las cuestiones éticas. En el fondo, cada yo quiere ser liberado, quiere alcanzar el deseo, actuar sin consecuencias negativas para la propia persona y los seres amados. Walter Whyte y Michael Desiato se salen con la suya todo el tiempo, manipulan y obtienen lo que quieren, hasta que, finalmente, la tragedia los alcanza. La lección está clara: nadie puede transgredir las estructuras de la vida social sin consecuencias. Las acciones tienen efectos, y las limitaciones advierten que habrá que lidiar con ellos.

El malestar en la cultura—mejor traducido como El malestar en la civilización— escrito por Freud en su viaje a Nueva York, es una de las obras más digeribles del padre del psicoanálisis, de hecho, fue escrita con ese propósito, llegar a todo el público posible. La intención no era abolir la civilización, al contrario, Freud la reconoce como necesaria para la supervivencia humana. Sin embargo, demostraba que la serie de limitaciones al deseo que se imponen sobre el yo generan malestar, y que este es transmitido en la sociedad a todos los niveles. Hacer consciente lo inconsciente permite entonces identificar los límites deseables del superyó y llevar una vida un poco más libre, eso sí, asumiendo las consecuencias de los actos propios y sus efectos en el otro.

Manchamanteles

Para ponerse en los zapatos del otro, el cuento de Paloma Díaz Mas, La niña sin alas, narra la historia de un mundo ficticio donde los seres humanos nacen con alas y una madre debe criar a una niña sin alas, que es prácticamente como cualquiera de nosotros pero que representa la anormalidad, la diferencia. La mujer aprende a entender a su hija, a aceptarla como es, a conocer su desarrollo, entender su necesidad de caminar y abrazar a diferencia de cómo lo hacen los demás humanos. Es señalada por todos, rechazada por la sociedad y por su marido. El que todos podamos identificarnos con la niña que es diferente, permite repensar la manera en que incorporamos socialmente la otredad y la diversidad.

 

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