Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

El presidente Andrés Manuel López Obrador pasa más tiempo frente a cámaras y micrófonos que ningún otro mandatario en el mundo. Y en un país tan complejo y con tantos problemas sin resolver ello parecería un suicidio político. Con AMLO no es así.

La retórica presidencial, reiterativa y machacona con los mismos mensajes clave de siempre, se combina con preguntas a modo de los pseudoperiodistas consentidos por la oficina de comunicación social de Palacio Nacional, y con largos soliloquios del tabasqueño sobre historia, neoliberalismo, mafias de poder y reparto de culpas para justificar una desastrosa gestión ya a la mitad de su mandato.

Es así como López Obrador habla poco de los mexicanos muertos por la violencia o por la pandemia, y cuando lo hace es para rehuir su responsabilidad o francamente para mentir con cifras a modo y verdades a medias que al final resultan ser mentiras completas.

El presidente de la República no suele disertar sobre economía, el otro gran pendiente de su administración. Pero aprovecha cualquier oportunidad para presumir los datos de las remesas hacia México, como si fuera un logro de gobierno; del tipo de cambio, que más bien depende de circunstancias externas; de empleos recuperados, aunque estemos aún lejos de los niveles prepandémicos, y del engañoso crecimiento del PIB comparado con el desastre del año pasado, que no es sino un rebote después del desplome que data incluso desde antes de la llegada del Covid 19 a nuestro país.

En el atril del Salón Tesorería no escuchamos una sola autocrítica de la política energética nacional, y si se replica a sus críticos es para desacreditarlos y exhibirlos públicamente como traidores a la Patria, corruptos o defensores de los más insanos intereses antinacionales.

López Obrador habla de corrupción, pero no la que impera en su gobierno, con adjudicaciones directas, conflictos de interés y rapacerías de cercanos y familiares, sino la del pasado. Diserta sobre el estado de Derecho, pero lo entiende sólo como aquellas decisiones jurídicas que no contradicen sus postulados y sus intereses políticos. En el camino, desacredita lo mismo a jueces que a magistrados o incluso ministros.

El líder de la mal llamada Cuarta Transformación se dice demócrata pero desprecia la democracia si ésta lo derrota. Destruye instituciones y denuesta personalidades mientras privilegia inútiles obras de relumbrón y transferencias económicas a su base electoral.

Es un maestro de la distracción y habilidoso en la construcción de escenarios en donde él siempre obtenga beneficios políticos. Todo debe girar en torno a su figura y nadie como él para inventar enemigos en vez de enfrentar sus retos reales. Mejor descalificar al árbitro electoral que aceptar resultados comiciales; mejor desmembrar a las autoridades regulatorias especializadas que corregir políticas públicas equivocadas.

Si hubiera un premio a los mejores distractores para ocultar el desastre nacional, la competencia es reñida: el “quién es quién en las mentiras”, la medición de críticas periodísticas al presidente, la consulta pública dizque para llevar a juicio a exmandatarios, la revocación de mandato, los abrazos y no balazos, el discurso de la reivindicación de pueblos originarios, el cambio de nomenclatura de lugares y hechos históricos, la economía moral, los viajes en líneas aéreas comerciales, el Jetta blanco y los ya innumerables informes de gobierno, entre muchos otros.

Total, qué importa que su gobierno será el más violento de la historia, ni que México sea señalado como uno de los peores casos de manejo pandémico del mundo, con más de medio millón de muertes. Qué tiene de relevante que en materia económica vayamos camino a un sexenio perdido. Qué importancia puede tener el prestigio de la política exterior mexicano, si estamos recuperando el sueño bolivariano. Y si la historia no le gusta, qué más da: la cambiamos.

En lo que toca al gabinete que acompaña a Andrés Manuel López Obrador, pues no es sino comparsa y promotor de esos distractores: una secretaria de Gobernación que no gestiona la gobernabilidad ni el federalismo; un canciller que compra pipas y vacunas; una titular de Economía que no logra acuerdos comerciales mínimos y un secretario de Salud que parece subordinado de su criminal subsecretario.

¡Ah! Y lo olvidaba: unas Fuerzas Armadas que hacen todo y de todo, incluso también crear distractores, si así lo ordena su comandante supremo. Al Ejercito Mexicano sólo le falta escribir esta columna.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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