Dr. José Molina Ayala, In memoriam… “Vivir con conciencia de muerte”

Carlos Arturo Baños Lemoine / Ciudadano Cero

Carlos Arturo Baños Lemoine.

Estoy obligado a hacer una breve pausa en mi camino del periodismo de opinión para rendirle homenaje a un buen amigo, que desafortunadamente murió la semana pasada, víctima del cáncer: José Molina Ayala. Me obliga el corazón, que es mucha obligación pero de la buena.

Cualquier etapa de la vida humana es buena para hacer amigos, pero la adolescencia tiene algo especial: cuando el cuerpo y la mente están transitando hacia la edad adulta, somos muy receptivos y fértiles. En esta etapa de mi vida conocí a Pepe Molina: ambos coincidimos en el clandestino Seminario Menor de la Arquidiócesis de México, en 1985. Aunque nacidos el mismo año, él iba acabando la preparatoria cuando yo apenas la iniciaba. La Iglesia Católica nos becó para cursar estudios en la laica Universidad del Valle de México. Bachillerato en humanidades, por supuesto.

Las condiciones que tuvimos en el seminario para la maduración del intelecto, del espíritu, del alma, fueron excepcionales: un ambiente muy propicio para el estudio, con habitual escasez económica y el viento frío del sur de la Ciudad de México. Las cenas de té, frijoles y acelgas (cosechadas éstas por la propia comunidad) no eran raras. Pero todo esto se conjugaba con una excelente biblioteca, múltiples áreas para el estudio, y estimulantes profesores y compañeros. Pepe Molina fue, sin duda alguna, uno de los compañeros más estimulantes que tuve en esa etapa de mi vida. Por eso lo recuerdo con mucho cariño y admiración.

Era una época en la que no leíamos sino devorábamos libros y compartíamos, con otros mozalbetes igual de locos que nosotros, el producto de nuestras lecturas; lecturas “sacras”, peor también “profanas”, sobre todo “profanas”. Desde entonces, Pepe Molina pintaba para ser un gran humanista: memoria prodigiosa, mente abierta y reflexiva, actitud dialógica, espíritu polemista, y lenguaje que aspiraba a la claridad y a la exactitud.

Fue un humanista precoz, en todos los sentidos. Pero si algo lo caracterizó siempre fue su capacidad irreverente ante la pontificación: nada puede ser tan serio como para no permitirnos la crítica, la burla, la mofa, la ironía e, incluso, el insulto. Para las mentes abiertas y lúcidas no existen temas prohibidos ni expresiones realmente ofensivas. El verdadero humanista vomita a las inquisiciones.

Con Pepe Molina, y otros compañeros, las discusiones se ponían tan sabrosas que, tras el toque nocturno que obligaba a dormir, nos fugábamos al techo del seminario o al fondo de las canchas de fútbol para seguir discutiendo, aunque todos nos estuviéramos durmiendo en el rezo de laudes, al amanecer.

José Molina Ayala

¡Cuántas cosas no compartimos, cuántas!

Por supuesto que compartimos una reflexión profunda y crítica sobre el cristianismo. Los dos admirábamos a Juan XXIII, el “Papa Bueno”, el Papa del Concilio Vaticano II. Admirábamos al jesuita Pierre Teilhard de Chardin, por su capacidad de conjugar la teoría de la evolución con el dogma de la creación. Nos sentíamos atraídos por el “sentimiento trágico de la vida” de Miguel de Unamuno y por la literatura espiritualmente profunda de Fiódor Dostoyevski. Éramos adolescentes inquietos, así que no podía faltar la novelística de Hermann Hesse.

Incluso, contra el parecer de algunos curas, nos acercamos a las reflexiones “peligrosas” de Salvador Freixedo, Paul Tillich, Rudolf Bultmann y Hans Küng: “Ustedes no están para esas lecturas; ya será más adelante”, nos decían. Por supuesto, nosotros incurríamos en el “pecado de la desobediencia”.

Me precio de haberle presentado a un pensador extraordinario: Nikolái Berdiáyev. Lástima que, en ese entonces, era poco accesible su obra en español. Yo tenía, por ese entonces, un par de libros de Berdiáyev, que compartí con él.

Pero sin duda que uno de nuestros libros favoritos en aquel entonces era El extranjero (1942), de Albert Camus. Los dos nos identificábamos mucho con el existencialismo, sobre todo con el existencialismo cristiano de Gabriel Marcel. Pero nos fascinaba mucho el enfoque de Camus: la vida mirando al vacío, a la nada, al absurdo, a la muerte. Tan así, que los dos llegamos a esta conclusión, en plena adolescencia: la mejor vida es la que se vive “con conciencia de muerte”. Esto quiere decir que la pasión por vivir surge cuando el ser humano es total y permanentemente consciente de su finitud, del carácter efímero de su existencia.

Se nos fue el Pepe Molina. El cáncer jugó con él la partida de la existencia y le ganó la batalla. Pero déjenme decirles una cosa: estoy totalmente seguro que Pepe Molina murió en plenitud de vida, porque siempre supo que la mejor vida es la que se vive “con conciencia de muerte”.

¡Salud, mi querido Pepe! ¡Te despido con una copa en la mano!

¡Gracias por todo! ¡Gracias por compartir tu vida y por compartir tu muerte! ¡Que tu Dios te bendiga!

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Esta videocolumna de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.

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