El lapsus de la ultraderecha

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

Manifiesta y estridente por periodos, discreta y sigilosa en muchos otros, la ultraderecha no ha dejado de representar una amenaza para las libertades y derechos reivindicados. Si se me permite una licencia poética o una impronta metodológica, hay que decir que un lapsus es una relevación del inconsciente -no correcta políticamente dirán algunos- pero precisa, exacta reveladora; que detona muchas veces en una respuesta de eso que hemos llamado “inconsciente colectivo”. Los guiños de la ultraderecha se dan en todo el mundo, y también en nuestro país, sus concepciones añejas del individuo y del papel que el Estado debe jugar en su vida se aparecen de vez en cuando para recordarnos que la lucha por los derechos humanos nunca termina.

En México, la llegada al poder de la izquierda partidista hizo previsible que pronto vendría un contraataque de la derecha más extrema. Su resurgimiento en otros países y la polarización de la opinión pública catalizarían su reaparición. Más pronto que tarde, sus pequeños brotes empezaron a anunciarse. Ahora, con la escandalosa visita del partido español VOX a nuestro país, parece darse el banderazo de salida para estas posturas regresivas y antiderechos.

Seamos claros, lo peligroso en este asunto no es la visita de este partido fascistoide al suelo mexicano (con equis, aunque sus neuronas la pasen mal intentando hilar el sonido con la representación gráfica). Lo grave es que lo reciban con los brazos abiertos y que encuentre un terreno fértil para su pensamiento oscurantista, por mínimo que sea. Como nos lo mostró la presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos, estos personajes no llegan solos; llegan porque se les convoca, porque hay en un grupo con avidez por su discurso contrario a la igualdad y las libertades.

De todos es ya conocida la postura que VOX tiene frente a los derechos humanos. Misoginia, homofobia, xenofobia y discriminación caben en esta agrupación política liderada por Santiago Abascal. Lamentablemente, esta visión no es exclusiva de su partido y tiene sus propias versiones en todo el mundo, donde políticos pequeños (de espíritu e ideales) encuentran en el odio y el miedo a la diferencia su capital político. Al ser incapaces de formular proyectos de nación, lo único que pueden proponer es desgarrarla y dividirla. Esta postura existe en México. Existía antes de este patético momento y no necesita de la intervención extranjera para mantenerse viva. El odio está presente y este escandalito es una llamada de atención para que no se descanse un solo segundo en el país en la protección y la defensa de los derechos humanos.

Claro que hubo un partido político responsable de la invitación de esta agrupación a México; sin embargo, no debemos reducir la gravedad del asunto a un tema partidista. Hacerlo diluirá el rechazo con el que debemos encarar estas posturas regresivas y contrarias a la dignidad humana. No importa dónde nazcan estas corrientes, no importa el color de la camiseta de quienes las apoyen, lo importante es que amenazan los derechos humanos y que, en consecuencia, debemos darles la espalda sin importar quién las sostenga.

Nuestro país tiene la obligación de respetar la dignidad inherente a todas las personas, sin ninguna distinción, sea por género, color de piel, religión, nacionalidad, orientación sexual, ni cualquier otra. México tiene la responsabilidad de respetar, promover, proteger y garantizar los derechos a la igualdad y a la no discriminación de todas las personas: mujeres, personas migrantes, personas LGBT, niñas, niños, absolutamente todas las personas. Y resulta que esta obligación no emana de un grupillo político ni de las ideas de cualquier líder de masas; emana de la Constitución y de los tratados internacionales de los que México es parte y que tienen en consecuencia el mismo carácter constitucional.

En suma, todos los grupos políticos de nuestro país están obligados a respetar estos derechos, a respetar la igualdad, la diversidad y la no discriminación. Nuestro marco jurídico así lo demanda, como también lo hacen nuestros compromisos frente a la comunidad internacional. Como ciudadanía, academia, sociedad civil, organizaciones políticas, servidoras y servidores públicos, debemos exigir que el punto de partida sea este respeto por los derechos humanos, lejos de los cuales ninguna postura política puede ser aceptable.

Éste no es un asunto de proyectos de nación ni de visiones económicas necesariamente, es un tema del respeto a la dignidad humana, a la libertad y a la igualdad. Es momento de cerrar filas en contra el lapsus de la ultraderecha y no dejar que sus posturas salidas del oscurantismo que renace como el huevo de la serpiente para oponerse  al avance democrático que tantas décadas nos ha costado como nación.

 

Manchamanteles

El pasado 6 de septiembre murió Don Enrique González Pedrero, a quien sin duda pronto dedicaremos una revisión. Nacido en 1930 en Villahermosa, Tabasco, Don Enrique fue un hombre de oficio y profundidades intelectuales; sin duda un ideólogo de los grandes su generación que supo incluir en la política la reflexión del intelectual y en la academia sus exquisitas alegorías.  González Pedrero sabía que siempre se debía volver a Ítaca a fortalecerse, después de haber vencido a las sirenas. Al inaugurar el coloquio “México transiciones múltiples, gobernabilidad y Estado Nacional” en 2001, se preguntaba cuál era el nuevo quid del Hamlet contemporáneo frente al Estado. En el segundo tomo de su magna obra País de un solo hombre: el México de Santa Anna —escrito por cierto en su casa de descanso en el centro de la cabecera municipal de Tetecala de la Reforma, al surponiente de Morelos— nos dice: “La infancia de las naciones como la de los hombres marca su destino: allí se entretejen algunas de las coordenadas que después, a lo largo de la vida personal y pública, siguen caracterizando a los individuos y a los pueblos “.   Volveremos con frecuencia a Don Enrique González Pedrero

 

Narciso el Obsceno

Narciso sabe que el poder hechiza y abduce, ya que, como nos enseña González Pedrero con Santa Anna, a veces el poder se presenta como absoluto y allí Narciso domina.

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