Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Con gritos demandaban que se mantuvieran tranquilos los de las primeras filas, a la vez que cubrían su cuerpo inclinado junto al podio del escenario televisivo ya sin transmisión. En las intensas luces de este extremo del gran salón, destacaba su mirada perdida y un ayudante exclamó ¡dejen espacio y que venga el apoyo médico con oxígeno o un respirador! como si se tratara del regreso súbito de una crisis de Covid o alguna de sus peores secuelas. ¡Un desfibrilador! clamó otro, con mayor certeza.

El especialista cubano no tardó y se hizo cargo del trance mientras eran desalojados los camarógrafos y quienes preguntan cada mañana. Ya en la salita el vocero pidió la presencia del nuevo secretario de Gobernación y una reunión del Gabinete de emergencia. También se decidió avisarle a su empoderada esposa, al presidente de la Corte y a la recién designada presidenta del Senado.

Había despuntado la húmeda mañana de otoño, ahora con inquietudes y especulaciones en las redes y los medios electrónicos de comunicación que capturaban la atención de la gente. Nada tardaron en generarse suspiros de cierto desahogo ante lo entendible entre quienes lo veían muy cansado o errático e irritable, así como reacciones de angustia o abatimiento por parte de los numerosos y fervientes seguidores de alguien que mantiene una alta popularidad.

Resalta hoy que, con desbordadas tensiones y presiones, el creciente deterioro de los últimos meses no sólo había mermado su salud, sino que lo habría distanciado aún más de problemas importantes en los estados. En lo electoral dejó que quedaran impunes los casos extremos de algunos nuevos gobernadores. Se confirmaban, ojo, riesgos que han estallado con tantos de sus colaboradores y familiares.

Aun con su despreocupada sonrisa en público, él no dejaba de percibir que la segunda parte de su gobierno sería mucho más compleja por la acumulación de complicaciones sin solucionar. Errores como la desaparición de fideicomisos (FONDEN…) o la cancelación del gran aeropuerto internacional de México, al igual que marcadas tendencias de cortedad presupuestal para las obras de su interés o los gastos sociales no financiados (menosprecio del aseguramiento), le dejaban ver los feos callejones sin salida que, con presiones adicionales a corto plazo, ya no le permitían dormirse muy temprano.

Todo se sentía ya insostenible y, ante los estertores, su esposa recordó para sí: él prefería que ‘la naturaleza y el creador’ se hicieran cargo, sin necesidad de entregar personalmente el poder a su querido paisano de Gobernación, con quien alcanzó a platicar. Prevenidos estaban, pues.

Las largas horas pasaban y su equipo discutía qué resultaría mejor. Cada uno de ellos ocultaba sus inquietudes y aspiraciones, pero externaban una auténtica preocupación por su guía y mentor, no tanto por algún proyecto de nación o su perspectiva personal que, para muchos, se sobrentendía en lo negativo.

El desenlace tuvo lugar ese mismo martes al anochecer y quienes entraron lo reportaban “contento y tranquilo”, con pocas expresiones entre su somnolencia por estar tan medicado. Se le vio “seguro y valiente”, aunque parecía denotar cierta sorpresa. Del extranjero alcanzaron a llegar sus hijos y el canciller.

Todo ello, creo, puede ser para bien de todos. A alguien que ‘no nos iba a fallar’ lo libra de su presencia en el estrepitoso e inclemente fracaso final, al tiempo que nunca le disgustó el papel de mártir y víctima en recuerdo de sus héroes históricos (igual se fueron tras luchar contra el mal). A su vez, esto hace más factible su reivindicación si sus devotos seguidores lo entienden.

Ahora, sus grandes causas (contra la corrupción y la pobreza) tienen que ser confirmadas y adoptadas por todos en un esfuerzo de unidad nacional, que también logre mayores tasas de crecimiento económico y de generación de empleos productivos, con una mejor distribución (menos pobreza) y una reducción real y significativa de la corrupción y la impunidad. Para ello, las políticas específicas deberían ser muy distintas a las actuales que incluso incrementan la pobreza y la deshonestidad.

En fin, su sacrificio personal habrá mostrado sentido en aras de un mayor bienestar y, más adelante, de menores inequidades. Aparte, oigan, nuestra verdad acreditó que todavía tiene una estirpe… aun en tiempos que insinúan interinos y sustitutos.

No pocos nos preguntamos si se podía haber conseguido todo esto sin llegar a ese extremo.

 

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