Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Cuando en el año 2000 Andrés Manuel López Obrador se convirtió en jefe de gobierno del entonces Distrito Federal e inauguró un ejercicio diario de conferencias de prensa madrugadoras, auguré un fracaso en la osadía de querer imponer la agenda nacional desde temprano. Me equivoqué rotundamente.

La disruptiva estrategia de comunicación del tabasqueño fue exitosa y vital para construir su candidatura presidencial, aunque paradójicamente la usara a diario para negar cualquier aspiración en ese sentido. Las mañaneras originales obligaron a sus adversarios -incluido el presidente de la República- a mantenerse a la defensiva ante los obuses informativos lanzados todos los días desde las 6 de la mañana. Eso le dio la ventaja a López Obrador y lo acercó al triunfo, que dejó ir en primera instancia por soberbia y exceso de confianza.

Dieciocho años después, ya en la silla presidencial, lo que cambió fue la hora de la tortura: sesenta minutos más tarde, pero también mucho mayor cobertura y despliegue de recursos infinitos de comunicación digital en tiempo real.

La mañanera en el Palacio del Ayuntamiento fue estrategia de campaña. La del salón Tesorería en Palacio Nacional es una forma de gobierno, donde el mandatario da instrucciones a su gabinete, anuncia decisiones políticas, tira línea a su partido, despliega sus tropas virtuales en las redes sociales, pontifica a sus aliados y crucifica a sus enemigos.

A tres años de distancia, el ejercicio se ha desgastado. No es lo mismo el poder local, así sea de la capital de la República, que encabezar al gobierno y al Estado mexicanos. La aspiración de hoy ya no es el poder, sino el poder absoluto, aunque en ambos procesos lo haya negado consuetudinariamente. Ayer tenía mucho qué ganar; hoy todo gira en torno a sus ambiciones de trascendencia.

Decía en una entrega anterior que López Obrador está obsesionado con trascender como un héroe. Y cada mañana defiende ese papel, pero no lo hace con empatía y diálogo constructivo, ni con reflexión autocrítica, ni con análisis sesudos para definir políticas públicas en beneficio de la Nación, sino defendiéndose de todo lo que según él pueda obstaculizar su ascenso al pináculo de la historia nacional. Antes atacaba al poder y hoy justifica su incompetencia para ejercerlo.

A la mitad del camino, como él mismo se ufana al decirlo, ha ensayado de todo: mañaneras temáticas, secciones de “quién es quién” en tal o cual sentido, ceremoniales cívicos, recepción no oficial de dignatarios y hasta penosos “talk shows” llenos de lugares comunes, adjetivos descalificativos y loas autocomplacientes.

El ejercicio se ha hecho surreal. Pseudoperiodistas que preguntan por encargo o monopolizan el tiempo en caso de haber un tema incómodo que no conviene ser tratado; mañanitas cumpleañeras; ejecuciones sumarias disfrazadas de réplicas a la crítica periodística; videos engañabobos y análisis chafas y tramposos de cifras oficiales. Todo con un claro objetivo: distraer a la opinión pública de los verdaderos y graves problemas nacionales, pero también polarizar a la sociedad para llevarla el escenario favorito del presidente de la República, desde donde construye su mundo de buenos contra malos, en los que él y solo él es quien puede y debe ser el redentor.

¿O cómo calificar, si no de surrealista, que el presidente de la República presente un tuit execrable y lleno de insultos, cuyo remitente acepta como desconocido pero que inmediatamente ubica como supuesta parte de un grupo de científicos perseguidos injustamente por el Fiscal General?

¿Qué pensar de la lectura textual de majaderías en el atril que él mismo constituyó como la principal tribuna nacional?

Falta mucho a su gobierno, pero AMLO se ve descompuesto, rencoroso y vengativo al ponerse un saco que el complejo Twitter colgó en el armario presidencial. Respondió a un desconocido y se auto asumió como destinatario de los graves insultos.

Pero todavía tiene, y usará, margen de maniobra. Supongo que para Andrés Manuel López Obrador es mejor hablar de conspiraciones que de ejecuciones; de adversarios vestidos de batas blancas en vez de sicarios armados de AK-42; de periodistas chayoteros en lugar de falta de vacunas; de aliados dictadores y enemigos imperialistas que hagan olvidar los muertos por Covid, la falta de vacunas o la crisis económica que -vuelvo a decirlo- hará de su gobierno un sexenio perdido, contra lo que prometió desde hace 21 años, una hora más temprano y con más por ganar que por perder.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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