Un asiduo autoengaño

Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Tienes que dejar al Pueblo un relato testimonial, me dijo… una especie de legado de descargo ante tantos detractores. Hay que hacer historia en los hechos, claro, pero también escribirla frente al escepticismo de quienes no ven ni escuchan.

No lo soslayes, añadió, pues en tu victoriosa campaña el lema electoral fue “Juntos Hagamos Historia”, y aunque algunos te tachen de pretencioso, esa sigue siendo la misión con la que más se te identifica, aparte de los combates en contra de la corrupción y la pobreza. Puede costar sangre y veo que en ello estás, digamos, e incluso no sólo en lo que sucede hoy sino en lo ya escrito, concluyó.

Por mi parte, oigan, tengo lista mi narrativa. Soy el presidente más insultado de la historia del país: me cuelgan apodos muy injustos porque denuncio las herencias malditas del pasado, o critico a “la reacción moralmente derrotada” o dizque caigo en incongruencias. Si de algo me precio, ojo, es de ser consecuente con mis principios y convicciones de décadas, así haya militado en tantos partidos y mis críticos piensen lo contrario. A pesar de que nunca me equivoco, si lo hiciera no podría aceptarlo en público por respeto a mi investidura y para mantener la confianza popular en cierta infalibilidad. A partir de cualquier cosa, me califican de mitómano, loco o tonto sin remedio, aunque sé bien mi cuento y tengo mis estrategias e historietas, que no entiende la derecha.

Bueno, me deleita que los economistas tecnócratas se enojen porque no tomo en cuenta sus recomendaciones tan pretenciosas como conservadoras. Están en mi contra y dicen que la inversión y el crecimiento no se están recuperando, pero yo tengo “otros datos”. Les interesa “crear riqueza a fin de abatir la pobreza”, más que distribuir con justicia y menor desigualdad… La verdad, he encontrado que la austeridad tiene pros y contras, a la vez que parece inalcanzable el combate a la corrupción, la impunidad y el crimen organizado. Y ¿saben qué? Frente a puntos cruciales que demanden tiempo y estudios, ni muerto dejaré el triunfalismo.

La pandemia es lo más difícil que hemos enfrentado y nos atacan duramente por menospreciar el problema, sin reconocer que nuestro papel ha sido evitarle pánico a la gente, pese a que digan que no avisamos a la población ni actuamos con efectividad. Admito, en corto, que pueden tener algo de razón, pero muchos de sus ataques en diversos temas han sido para tratar de descarrilarnos y reducir mi alta popularidad. Igual, en seguridad lo de “Abrazos, no balazos” representa la política que busca atacar las causas sociales de esos problemas, más que sus efectos o derivaciones. Significa que el fuego no se combate con el fuego y, aunque aún no se aprecie mayor eficacia tras casi tres años, tenemos que esperar sin volver a los errores de los gobiernos neoliberales.

He preferido la lealtad a la capacidad o experiencia técnica y algunos colaboradores han fallado. Todo ello me trae burlas, y la oposición no comprende la función pública ni comparte nuestra ideología anti-(neo)liberal. Ésta es descalificada como populista, estatista, centralizadora y nostálgica de gobiernos anteriores a 1982. Se dice que el tiempo nos vuelve al mismo lugar, aunque se pierda precisión en los laberintos de las pesadillas. Juárez no está, ni Rulfo o García Márquez y, avanzar no es volver al pasado, como creen nuestros enemigos que ¡sólo quieren que nos vaya mal!

Lo internacional da sorpresas. Resulta crucial la relación con nuestro poderoso vecino y, si bien con Trump logré un buen entendimiento, Biden se ve más complejo. En los casos fundamentales de España o América Latina las tentativas no han funcionado y han surgido diferencias históricas e ideológicas en esta vieja Nueva España, que nos alejan hasta de Colón.

Eso sí, mis intenciones son las mejores, quizás épicas. Tengo mi verdad y la conciencia muy tranquila frente a graves presunciones de genocidio y crímenes de lesa humanidad, que ni siquiera debería yo mencionar pues un fin superior justifica cualquier sacrificio. Con nuestras elecciones recientes ya me daban por muerto, pero dejaré las bases de un gran cambio… mientras los escándalos me sirven para distraer. Patalean porque dicen que me considero “El Rey”, y que mi palabra es la Ley, o que la Ley soy yo, Krauze dixit. Sin embargo, he aclarado que ya no me pertenezco, y que recojo la voz esencial del Pueblo. Verán ustedes qué domina finalmente: la palabra o los hechos, la narrativa o la fea realidad. Tal vez mi fin sea el fin… y mi propósito en la vida depende de la muerte, no tan lejana.

¿Acaso tendrán un nuevo mártir? Aseguran que mi persona polariza, pero más bien lo que anhelo es aglutinar a mi alrededor. En tanto, fíjense, prefiero escribir que leer.

Miren, no sé si la historia me va a juzgar como cabeza de una transformación a mayor plazo. Con todo, está claro que la mía será una historia muy relevante en la Historia de México… y hasta en la Historia Universal, así me acusen de ser un Mesías o un megalómano. Espero que estas reflexiones no lleguen a difundirse, y podamos ver una historia en curso. Hoy está viva y luego se podrá contar sin tantos arrebatos. Si el pasado no queda claro, menos el futuro y ¡quién sabe qué vaya a ser de mí y de nuestro gran plan! Mi vida está sujeta a lo que dispongan el Creador, la naturaleza y la ciencia.

Hay quienes dicen, en fin, que el autoengaño da confianza a un líder para mentir a pesar de que pueda ser refutado. Con todo, mis fieles aceptan mi palabra como dogma… la lealtad ciega es capaz de explicar el rumbo histórico de algunas naciones, ya sea escrito o que todavía se encuentre en proceso.

Entreveo que, al menos aquí, decir o escribir significaría trascender.

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