Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

A Morelos Torres, amigo en plenitud, sabio y justo

¿Un nuevo contrato social? Muchas veces contemplado. ¿Cuántos nuevos malestares de la cultura? Todas las épocas ¿El triunfo de los nihilismos? Mucho que pensar. ¿Las secuelas de la posmodernidad?  Primero habrá que entender que fue y si repercutió como se piensa.

Para nadie es un secreto que la humanidad se encuentra frente a una serie de retos que definirán su porvenir. Suponiendo que logremos superar pronto las adversidades —económicas, culturales, sanitarias— derivadas de la COVID-19, nos quedarán enfrente aún una serie de tareas pendientes suficientes para abrumar a cualquiera.

El calentamiento global, el escrutinio de la vegetación y la fauna, los avances de la ultraderecha y otros similares son problemas cercanos para todos, pero a la vez ajenos. Podemos verlos, pero ¿qué podemos realmente, como individuos, frente a ellos? En este entramado de poderes y libertades limitadas, creo que la misión del ciudadano es la de restaurar la empatía. Pero hacerlo de verdad y no sólo limitándose a la efimeridad de los discursos o los burdos lugares comunes de lo correctamente político.

Vivimos en una época de palabras manoseadas y pensamientos circulares perfectos que se predican para los otros asumiéndose ideológicamente. Pero, sobre todo, de corrientes que están más dispuestas a defender un ideal que a una persona o que a la dignidad humana misma. Evito nombres y apellidos porque éste no es un tema focalizado; hablo de la generalidad, de una forma de existir en esta etapa de la historia y no de un grupo ni de un movimiento en específico.

Sin duda, en los últimos años hemos visto nacer demandas sociales necesarias y valiosas por la igualdad que propugnan para todas las personas. El ideal de ver a los seres humanos liberados del temor y la miseria lleva en nuestros anhelos quizás toda nuestra historia y fue puesto en instrumentos internacionales desde hace casi un siglo. Las luchas de hoy son el resultado de quienes han defendido este anhelo en el pasado y la relativa apertura con que se reciben es un reflejo del lugar que en el mundo siguen ganando los ideales democráticos.

Esta apertura es tal que lo que hoy la opinión pública considera correcto es aliarse a estas demandas y no son más vistas como ruido causado por “rebeldes sin causa” ya pasados de uso. Su aceptación es tal que marcas, empresas, personalidades y grupos políticos se cuelgan de ellas, poniéndolas “de moda”, para maquillar un poco su imagen. Pero no solo las corporaciones caen en este tipo de comportamiento, lo cierto es que también nosotros, como ciudadanía, como personas, como habitantes del “mundo virtual” lo hacemos un poco.

¿Quién no conoce a alguien que se presume como el activista más comprometido de las redes, pero que parece no tener el menor dejo de respeto por las personas en su vida offline? ¿Quién no ha mirado casos similares al de las personas que separan su basura en el hogar, pero la tiran toda junta en el mismo depósito en la calle? Las hipocresías están en todos lados, hasta ahí es fácil llegar a un acuerdo. Lo difícil es asumir que están también en uno, en el nosotros, así como en los actores políticos y sociales de talla mundial que tanto criticamos.

No podemos engañarnos, las grandes soluciones a los grandes problemas del hoy y del mañana están fuera de nuestro alcance. Serán los principales actores sociales quienes tomen las principales decisiones, pero eso no significa que cruzarse de manos sea la única opción. Entregarse al cinismo no es una alternativa de cara a la catástrofe. Nuestro papel como seres políticos no puede ser demeritado y las transformaciones que logremos en nuestro entorno más próximo tampoco.

Es fundamental abandonar la actitud del político que da lo mejor de sí en sus perfiles de redes, pero cuyas acciones apuntan hacia el desinterés. En manos de la ciudadanía está el sanar el tejido social que se ha ido lacerando como resultado de una serie de procesos derivados del sistema de consumo, del nuevo carácter instantáneo de las comunicaciones y de otros problemas económicos y sociales. Hoy, en nuestras manos está el mirar al otro y reconocernos en él.

Es sublime perseguir un ideal, como lamentable es para ello pretender pasar por encima de la dignidad humana. Reconocernos en los diferentes, en quienes no nos generan simpatía, ésa es la raíz real de la solidaridad. Es mediante la empatía que las sociedades pueden crear redes de apoyo, organizarse y generar acciones colectivas que vayan más allá de la indignación de la esfera virtual; cualquiera que esta sea. La palabra empatía es herencia de los vocablos griegos que significan “dentro de él” y “lo que se siente”. Se trata entonces de una acción que constituye el mundo de las emocionalidades y sus agudezas.

Son muchos los retos que tenemos enfrente más allá de la pandemia. El principal: restaurar la empatía.

 

Manchamanteles

¿Son las comunicaciones de hoy otra forma de aislamiento? A veces pareciera que hablamos mucho, pero que le hablamos a la nada. No es el oyente, tampoco son nuestras palabras, quizás sean nuestros medios y su aparente poder de acercarnos a los otros, cuando en realidad nos dejan cada vez más solos. ¿Es Twitter el espacio donde los deprimidos vierten sus soliloquios?

 

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