Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Hemos empezado a revisar aquí el sentido práctico o académico de algunas palabras que surgen e influyen al ser esgrimidas por unos y otros, ya sea de manera correcta o incorrecta: su uso y abuso, tanto en escenarios cotidianos como ante el rumbo que toman las sociedades. Veamos unas muestras útiles.

La semana pasada precisamos la naturaleza populista y popular o populachera del gobierno mexicano al vincularse con ‘su’ pueblo. Populismo autoritario y nacionalista, diría la etiqueta que mejor represente a la pretenciosa “Cuarta Transformación”.

Por su parte, si utilizamos otras palabras que este escribano identificaba en la columna anterior, aquello también se asocia a la “demagogia” (mediante emociones, no razones) que genera esperanzas con una narrativa alejada de la realidad y una idea engañosa de “bienestar” o un grado de “autoritarismo” que, de forma velada, esquiva el uso de la palabra “libertad” en las aspiraciones o en los mercados y la competencia, pues se observa un carácter regresivo o “reaccionario”, no “progresista”. De “liberal” no tiene nada.

Para avanzar, la ideología no sirve como la efectividad, ni importa que se trate de la derecha o la izquierda, sino de que el gobierno funcione. O, según advirtieron los líderes en China hacia las últimas décadas, no interesa tanto que el gato sea blanco o negro… mientras pueda cazar ratones. Y la severa conducción política en ese país no ha impedido un exitoso desarrollo capitalista liberal.

México tendrá que recuperarse de los graves problemas en que ha caído entre 2012 y 2021: corrupción, insensibilidad, primitivismo populista, confusión… El desplome se origina con Peña Nieto y se materializa ahora en el gobierno al que él dio lugar, lo que debe entenderse muy bien para ser resuelto.

Con todo, aunque resulte evidente el fracaso de la pesadilla que vivimos, habrán de persistir los anhelos o reclamos por cambios sensatos y en contra de una desbordada corrupción que fomenta desigualdad, así como de una pertinaz impunidad que estimula deshonestidad. Ya veremos qué sucede después, pero creo que el lopezobradorismo no radical tendrá que jugar un papel.

* Y CON CIERTA LIGEREZA se acusa al gobierno federal —o a su líder supremo— de ser socialista o comunista o marxista. Socialismo puede significar muchas cosas, claro, y en realidad el marxismo o el comunismo sólo existen hoy en las mentes de algunos militantes o de sus adversarios, no en las economías de las naciones. Si acaso hay partidos políticos fuertes (China, Cuba, Corea del Norte) o en la oposición de Francia e Italia… el resto viene a ser más bien filosofía, nostalgia o simulación.

En Morena una pequeña minoría radical se asocia al Foro de Sao Paolo o el Grupo Puebla de gobiernos y partidos izquierdistas, pero en conjunto ese movimiento se deriva de experiencias chavistas o peronistas con límites para otras perspectivas. El señor Amlo no es marxista ni comunista, se los puedo demostrar a partir de puntos que he estudiado a lo largo de años y, sobre todo, de sus exiguos conocimientos o de las restricciones de un país en el que predominan elementos capitalistas o neoliberales.

El propio mandatario ha afirmado que en México la pobreza y la desigualdad no se originan en la explotación del trabajo por el capital (concepción marxista), sino en la corrupción (la conquista y el “saqueo neoliberal”). Su esquema es más el de un viejo populismo de la década de 1970 en nuestro país o de dos décadas del siglo XXI en Venezuela, con antiguas inspiraciones argentinas o cubanas.

Ni siquiera, oigan, habría hoy posibilidades reales de una reforma eléctrica estatista o nacionalista en contraposición al Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), todo ello dentro del marco de una sólida globalización o integración regional. Los arrebatos que inquietan a la inversión extranjera ya han provocado fugas de capital y una insuficiente reactivación económica, de modo que no le darán buenos resultados sus luchas personales en contra de la institución electoral, las universidades públicas y privadas o la autonomía del banco central.

Al parecer el líder desdeña que, en contraste con sus vivencias ideológicas o laborales (2000-2005), su actuación trae ahora implicaciones y valoraciones internacionales, que incluyen las económicas y de confianza en el país… Son muy relevantes las consecuencias sociales que, ojo, van a contracorriente de sus buenas intenciones. Y esto se vuelve trágico.

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