Onésimo Cepeda, obispo sui géneris

Por. José C. Serrano

Onésimo Cepeda Silva murió el lunes 31 de enero tras haberse contagiado de coronavirus. Falleció a los 84 años de edad. Estuvo intubado desde el 9 del mismo mes, por las complicaciones de la enfermedad.

Cepeda Silva fue el primer obispo de Ecatepec, Estado de México, cargo que ocupó durante 16 años. También se desempeñó como portavoz del Episcopado Mexicano.

Onésimo Cepeda nació en 1937 en la Ciudad de México. Se graduó como licenciado en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), posteriormente ingresó al seminario del Instituto de Nuestra Señora de Guadalupe para las Misiones Extranjeras. Estudió teología en la Universidad de Friburgo, Suiza, y fue ordenado sacerdote el 28 de octubre de 1970.

Para el sociólogo de las religiones, Bernardo Barranco Villafán, “el obispo Onésimo Cepeda fue un religioso atípico. Su impronta está muy lejos del pastor espiritual. Por el contrario, era mundano, dicharachero y mal hablado. No daba ejemplo de pobreza, humildad y sencillez. Más bien un hombre conflictivo e imprudente que no supo guardar moderación”.

En las crónicas de sociales se mencionaba que el obispo emérito de Ecatepec fue ostentoso, le deleitaba la opulencia, gozaba de los grandes banquetes colmados de suculentas viandas, y por supuesto de los mejores vinos y licores de los cuales era un reconocido catador. Aficionado al golf y a los viajes placenteros. Era muy conocido su gusto por la fiesta taurina.

Cepeda Silva se acomodó muy bien como el obispo de los acaudalados; capellán consentido de los políticos y pudientes; pastor de las élites y de los poderes fácticos; adicto al poder y a la exposición mediática; le seducía el protagonismo en medios sin importar si era a costa de polémicas escandalosas que avergonzaban tanto a los demás integrantes del episcopado como al propio Vaticano. No fue por azar que, en cuestión de días, Benedicto XVI aceptó la renuncia canónica al cumplir 75 años en mayo de 2012.

Cepeda perteneció a una generación de obispos que quiso mimetizarse con las élites económicas y políticas para insertar una agenda católica conservadora. Formó parte de un poderoso grupo de obispos y religiosos que intentaron predicar el evangelio desde la punta de la pirámide social.

Muy lejos quedaron los tiempos en que simpatizaba con el signo del progresismo católico de la teología de la liberación. Lo ordenó sacerdote nada menos que don Sergio Méndez Arceo, el llamado Obispo Rojo.

Bernardo Barranco Villafán dice: “Políticamente fue pragmático, siempre siguió el poder. Sin embargo, su corazón fue priista. Vía Ecatepec, se hermanó con el grupo Atlacomulco. Presumía ser padrino político de Eruviel Ávila y de Peña Nieto. Me quedo con un reproche del sacerdote Antonio Roqueñí, finado canonista quien le cuestionó: No queremos obispos que vayan a los toros los domingos, no queremos verlos en las páginas de sociales, compartiendo las inauguraciones de los edificios ricos o en desayunos de caridad que son ostentosos e insultantes para la gente que tiene hambre en este pueblo”.

El pasado 2 de febrero falleció Alberto Baillères González, hombre codicioso, de impronta similar a la de Millonésimo Cepeda, como era motejado el exobispo emérito de Ecatepec.

 

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