La 4T: “yo no fui, fue Teté”

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Han pasado 39 meses y la mal llamada Cuarta Transformación reparte culpas en vez de asumir responsabilidades. Más de tres años ya no digamos de falta de autocrítica, sino de inverosímiles justificaciones de un gobierno que en el fondo se sabe fallido y fracasado.

Porque si no fuera así, el discurso oficial estaría pletórico de cifras duras, de logros verificables, de presunciones de éxito, de tintes de orgullo nacional y de hechos, en vez de lugares comunes de supuesta reivindicación social y de un imaginario tiempo estelar de la historia nacional basado en el sofisma de un cambio histórico que acaso se reduce al indiscutible triunfo electoral de 2018.

No hay nada qué presumir y por eso el discurso oficial está lleno de señalamientos a los presuntos culpables del desastre gubernamental mexicano: primero, la maldita herencia neoliberal que se prometió erradicar de inmediato y la eterna mafia de un poder que paradójicamente hoy ostenta el régimen legalmente constituido. Pero también la culpabilidad señala flamígeramente a los medios de comunicación, a los periodistas, a empresarios, a la clase media aspiracionista y hasta al Reino de España o a malvados conspiradores norteamericanos al servicio de la Casa Blanca.

Según la narrativa de Palacio Nacional y sus corifeos, la economía no sufre por decisiones equivocadas ni señales ominosas contra la iniciativa privada, sino por la pandemia de Covid y la situación global en la que a México le va peor porque los opositores a su gobierno somos simplemente traidores a la patria. Nuestro país está en recesión porque los enemigos del gobierno no son capaces de entender que el futuro está en el regreso al centralismo setentero, al control absoluto del mercado energético y a la producción de energía sucia y cara. Pareciera que el presidente de la República apela más a la autocompasión con tal de no discutir seriamente por qué este sexenio será un periodo perdido en materia de crecimiento económico.

La culpa de los muertos por la violencia criminal no es de los malos, sino de la guerra iniciada por Felipe Calderón hace ya 15 años. Los consentidos militares no tienen responsabilidad alguna, porque ésta es de los mandos civiles. Los jóvenes mueren por osar salir a divertirse, así sea a unos pocos metros de cuarteles militares, y las mujeres son violentadas porque así es la vida, pero quizá también lo merecen por conspirar contra un régimen al que debieran estar agradecidas. Y las feministas afines simplemente callan.

Las empresas farmacéuticas tienen la culpa del desabasto de medicamentos, como si ellas mismas hubieran promovido la desaparición del Seguro Popular y la creación del infame INSABI. Ensayo y error: dos años después de miles de muertos hay que volver a contratar a firmas que habían sido vetadas por corruptas. Y los niños que esperan quimioterapias son “daños colaterales” en la noble lucha contra una corrupción que jamás ha sido documentada y denunciada legalmente.

El incremento en los índices de pobreza sigue siendo responsabilidad de un modelo de explotación empresarial. Si el monumental gasto público en dádivas asistenciales es insuficiente, no es porque no haya dinero fiscal que alcance, sino por los mismos perversos de siempre: los dueños de medios de producción, como rezan los ya rebasados postulados marxistas. Y otra vez, los opositores son culpables simplemente por recordar que para repartir riqueza primero hay que crearla.

En fin, pretextos y reparto de culpas.

Y si ante este gris panorama -el color de la casa de Houston- llegan las lágrimas presidenciales, éstas fluyen por el motivo equivocado. Andrés Manuel López Obrador no lloró por los pobres ni por los muertos: lo hizo por sus hijos, víctimas del injusto escrutinio público que cada vez cree menos en el pañuelo blanco de la lucha anticorrupción que no ha tendido éxito ni siquiera en la propia familia del mandatario.

Faltan dos años y medio y el gobierno de la 4T enfrenta el momento más difícil de imagen y credibilidad. Seguirá la elusión de responsabilidades, pero también el aumento en una peligrosa polarización que debe resolverse en las urnas. Pero en las urnas de 2024 y no en las tramposas -aunque legales- casetas de votación de la farsa de la revocación de mandato. Que AMLO termine su periodo constitucional y asuma plenamente su responsabilidad histórica.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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