Biden reventó el proyecto de una 2ª Guerra Fría que traía Trump. Y a Putin le salió lo matón

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

Hay quienes afirman, que el conflicto de Rusia con Ucrania -lo que estamos viviendo- es la inauguración de una segunda “guerra fría” entre Estados Unidos y Rusia, tratando en vano de rememorar situaciones y hechos que se llevaron a efecto desde 1945, en la terminación de la segunda guerra mundial, hasta 1989-1991, fechas que ponderan la caída del muro de Berlín y la demolición de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS).

Pero no es así, el conflicto bélico actual, precisamente muestra que no hay ese acuerdo explícito, que en el pasado surgió de la Conferencia de Yalta, entre Estados Unidos, la URSS e Inglaterra, en 1945, antes de que se lograran las victorias de ese año sobre Alemania y Japón.

Yalta, por cierto, ubicada en Crimea, en el Palacio de Livadia residencia veraniega de los zares, fue la sede de importantes decisiones que allí surgieron, se dirigió la partición de Alemania, y de otras naciones; se estableció la ONU y se les otorgaron asientos independientes a las representaciones de Ucrania y Bielorrusia, que en ese momento estaban bajo el régimen soviético.

En el fondo lo que se denominó como “guerra fría” fue un reparto de poder territorial bajo el liderazgo político, económico e ideológico de las dos potencias nucleares sobresalientes: Estados Unidos y Rusia. Fue una guerra fría porque no pasó de amenazas y de desatar una carrera armamentista en el plano nuclear; aunque nunca se dieron enfrentamientos directos entre ellos.

Eso no es lo que tenemos hoy. En realidad, esto es otra cosa, Rusia está invadiendo un país vecino con fuerzas aparentemente inferiores, que lo resisten; y, por otro lado, se dan toda una gama de represalias que los países financieramente fuertes le están aplicando a Rusia en su modalidad de agresor.

¿Y quien tiene la razón?

Como en todo episodio que llega a la violencia, se puede decir que nadie tiene la razón, y también se puede decir con justeza que Putin es el invasor. Pero veamos.

El objetivo de Vladimir Putin es uno: recuperar el territorio de dominio de Rusia en Europa y en Asia. Se puede decir históricamente, y que no es otro, sino al equivalente de la Rusia zarista. Decía Emmanuel Wallerstein, que, en 1919 en la Conferencia de Bakú, en Azerbaiyán; otro Vladimir, de apellido Lenin, decidió conservar dos elementos fundamentales en su proyecto comunista: el territorio zarista y el ejército también zarista, que luego denominó como “Ejército Rojo”. En realidad, ni los zares, ni los comunistas aspiraron a controlar otras regiones.

Lo de Cuba, fue muy coyuntural, fue una acción efímera porque no querían incursionar en perímetros que ellos mismo, -la nomenklatura soviética-, le asignaba al modelo de reparto territorial, de la guerra fría que les dejaba suficientes tareas como para ocuparse en apoyar a unos barbones sin ningún plan verdadero y sin idea de sobrevivir fuera de los auspicios de una potencia mundial.

Los Castro no representaban nada, lo que se ha demostrado a lo largo del tiempo y con el dolor del pueblo cubano, que en un principio creyó que los gobiernos son capaces de resolver los problemas estructurales y hasta los anímicos, fue una falsa ilusión. Cuando Rusia dejó de suministrarles un millón de dólares diarios de aquella época, los dictadores isleños no supieron que hacer desde entonces.

De hecho, en ese conflicto que fue más de utilería, Nikita Kruchev , el mandamás de la URSS y sucesor de Stalin, que era ucraniano, le “regaló” a la República Soviética Socialista de Ucrania, la península de Crimea llena de rusos, cosa que Putin en el 2014 resolvió al “devolvérsela” a la Rusia.

Pero el punto de fondo es la razón de seguridad nacional, que esgrime Putin, desde que tiene el poder.

En otoño del 2003, en Camp David le reclamaba Putin a George Bush II, que retirara las bases militares de los países que hacían frontera con Rusia, entre ellos Ucrania. Ofreció ayudar a reubicarlas en Azerbaiyán, cuando Bush le aseveró que no estaba amenazando a Rusia sino a Irán, algo ridículo para el que sabe algo de geografía. No solo no retiraron las bases, sino que usaron Azerbaiyán. Lo que enfureció a Putin.

En el 2007 Putin seguramente en represalias de los desplantes de Occidente, reclamó como continuidad de la plataforma continental rusa, la Barra de Lomosonov, una cadena montañosa ártica 1,800 kilómetros, colindante con las “Nuevas Islas Siberianas”; y empezó a perforar el hielo, lo que llevó a conflictuarse con Canadá y con Dinamarca que las reclaman con el mismo argumento de continuidad de sus respectivas plataformas continentales. La citada barra de hielo, es sencillamente el centro del Polo Norte, uno de los depósitos más grandes de hidrocarburos y de yacimientos de oro en el mundo. En la ONU hubo un pleitazo, pero Putin no ha cedido.

Y con Ucrania el problema es más profundo porque este país tan ligado a Rusia, de hecho, es visto con desprecio por los rusos. Tiene la mejor calidad de producción de trigo del mundo y mucha riqueza mineral. Estados Unidos los metió en el proyecto de democracia forzado, como en muchos lugares; y se han sucedido presidentes de un bando y de otro; los de la facción rusa hasta le han echado ácido en la cara a uno de la facción estadounidense, por ejemplo.

El hecho es que se ha alentado el sentimiento anti ruso, y se aprovechan ciertas minorías violentas como los nazis ucranianos, descendientes de aquéllos que apoyaban a Hitler al calor de la segunda guerra mundial, para realzar la polarización. Putin cuenta con los de la Federación Rusa y por supuesto con Bielorrusia o Belarús (Rusia Blanca).

Por esas razones complicadas se puede decir que Donald Trump estaba en su cuatrienio, cautelosamente construyendo un acuerdo con Rusia, en el que se volvían a repartir el mundo como en Yalta. Un largo y meticuloso acuerdo para delimitar fronteras geopolíticas, dirigiendo su ofensiva hacia China y su cómplice Corea del Norte; ceder Afganistán y Siria, y reducir los compromisos reales con los yihadistas del Daesh; lo que hizo Trump como prueba de sus intenciones; en vías a discutir la suerte de Venezuela y otras naciones del Cono Sur.

Lo de Ucrania era algo más complicado, Trump comprendía que su élite política, tenía fuertes ligas de negocio con los demócratas y en particular con Joe Biden, cuyo hijo era uno de los principales dealers; lo que infería como en el caso del hijo de Obrador, un conflicto de interés profundo.

Otro tema que impidió un acuerdo de fondo con Putin, fue sobre el suministro de gas directo de Siberia para Alemania y a través de esta, para la Unión Europea, utilizando el gasoducto ruso Nordstrom 3; entendiendo, que en el corto y mediano plazos no podría Estados Unidos, ni siquiera acercarse a una resolución de energía de acuerdo a las necesidades europeas.

Biden lejos de continuar con este modelo de reparto mundial, reactivó el conflicto con Rusia y enfiló al presidente de Ucrania a endurecer los acuerdos, peleando la devolución de Crimea; y rearmándose ante los intentos separatistas de las dos regiones del Donbáss: Donetsk y Lugansk.

Putin reaccionó en dos sentidos: aceptando la declaración de independencia de las repúblicas del Donbáss y acudiendo al compromiso de apoyo militar; y dirigiendo sus ataques a Kiev, para derrocar el régimen ucraniano. La hizo como se dice coloquialmente de pleito ratero.

Finlandia y Estonia dos de las cuatro repúblicas bálticas resienten la perspectiva de que Putin quiera reasignarse zonas de estos países con población rusa. Estonia tiene más de una cuarta parte habitada por rusos que hablan ruso plenamente.

Los occidentales le echaron a Putin la caballería financiera y le cerraron, a la oligarquía rusa que responde a su presidente, espacios de inversión y movilidad; con excepción de los fondos en Suiza. Esto implica que la clase pudiente, presione para un lado u otro a Putin, pero para que lo que haga, lo realicé pronto. Por eso el ruso, dragonea una guerra nuclear. En una de esas, se pierde entre su egolatría y sus causas de reclamación de seguridad nacional, y se viene lo peor. La cosa es que nadie cede.

Con Trump fuera, la posibilidad de la guerra fría se enfría más. Biden ha perdido mucha popularidad solo el 35 % apoya al viejecillo afable, el 55 % lo rechaza. Me parece que Trump tenía un plan de menor costo en violencia para la región, pero no lo sabremos pronto. Hay quienes dicen que Putin se va a desgastar mucho. Yo creo que adentro, en Rusia lo siguen apoyando y eso, lo envalentona. ¡Ojalá me equivoque!

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