¡Hasta siempre Rosario Ibarra!

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

A Rosario y Claudia Piedra Ibarra con solidaridad y afecto.

Se ha ido físicamente una mujer imprescindible de la vida social y política de México y el mundo. Actuar con particularidad, genuinidad y congruencia es de un grupo selecto de seres con vocación trasgresora para mejorar el mundo que habitamos. Son figuras que nunca estarán en duda de nadie, ni son parte de un grupo o clase, ni necesitan ser oficializadas; porque su existencia es tan avasalladora que trasciende las coordenadas formales de la “política “y la tan de moda llevada y traída “corrección política”. Ya que son, hacen y trasforman dejando un legado indiscutible.

Rosario Ibarra de Piedra llegó para quedarse como parte de las grandes de nuestra historia, cultura y sociedad. Doña Rosario es desde hace mucho tiempo parte de nuestra “Historia” —si con mayúsculas— porque es palabra plena y metáfora de los más sutiles valores humanos; los llamados “universales” de la cultura y la filosofía.

La historia de los derechos humanos en México y en el mundo ha estado llena de altibajos. Muchas son las heridas que han hecho nacer la resistencia, porque lo mismo en el primer mundo que en Latinoamérica el respeto a la dignidad de todas las personas ha debido ganarse mediante inclaudicables batallas por lo justo. En medio de un camino escabroso, donde no ha faltado la tragedia, distintas figuras brillan por la esperanza y la guía que representan para la colectividad. Una de ellas fue, sin duda, Rosario Ibarra de Piedra.

Hace cincuenta años, México era un país muy distinto —y a la vez terriblemente similar— al que es ahora. Entre las diferencias, está el hecho de que los gobiernos de entonces se sentían con la autoridad de reprimir a la juventud que manifestaba sus ideas. Esta potestad era exhibida con cinismo y defendida como una obligación del Estado. Muchas formas de diferencia eran poco toleradas y el reconocimiento de los derechos humanos era más bien poco.

Es cierto que ahí estuvimos cuando se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero eso no significó que treinta años después, en la década de los setenta, el Estado hubiera aceptado ya la obligación de respetar y proteger a los individuos y a las comunidades, en toda su libertad. Si bien en las violaciones DDHH no han terminado en este siglo —graves crímenes como la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa sucedida en 2014 nos lo recuerdan—, hoy tenemos una gran cantidad de herramientas a las que acudir para exigir lo que nos corresponde de nacimiento, sin contar que los niveles de reconocimiento de estos derechos por parte de las leyes y el Estado son mucho mayores.

Para que este escenario empezara a cambiar —en un proceso que aún no termina— hicieron falta decenas de luchadores sociales que dedicaron su vida a los más sublimes valores de la humanidad. Rosario Ibarra de Piedra, a quien con profundo dolor dijimos adiós el pasado 16 de abril, fue una singular y fundamental defensora de los derechos humanos, que alumbraron el camino para las exigencias y legítimas demandas que vendrían después y que se opondrían a la impunidad y a la injusticia.

Doña Rosario será recordada por muchos aspectos brillantes de su vida. La activista y política fue pionera en más de un área y es que se trató de una mujer verdaderamente involucrada en la construcción de un México más justo y democrático. Su lucha empezó en 1974, año que transformó su vida por completo y que la empoderó a partir de una tragedia imborrable. Fue en ese entonces que su hijo, quien era acusado de pertenecer a la Liga 23 de Septiembre, fue víctima de una desaparición forzada perpetrada por las autoridades del Estado.

Desde entonces su activismo no paró, llevándola a fundar el Comité ¡Eureka!, que navegaba en contra del impune oleaje de las desapariciones forzadas. Como le ha sucedido a tantas mujeres en el país, el ver a sus hijos arrebatados, sea por el Estado o por el crimen organizado, se convierte en la semilla de una lucha que trasciende lo individual y se consolida en una exigencia colectiva. Ibarra de Piedra fue una pionera en la lucha por los derechos humanos, en una época en la que asumir esta labor era poco común y significaba encontrarse en una profunda desprotección y a veces en el deslustre por desafiar al establishment siempre tan cómodo para los grupos de poder y fácticos.

Esta misión, si bien impuesta por las injusticias del entorno, fue encarada con sumo compromiso. De modo que pronto fue llevada más allá del campo de lo cívico, convirtiéndose también en una lucha política y legislativa. Rosario Ibarra se convirtió así en la primera mujer candidata a la Presidencia de México, contendiendo en 1982 y 1988. Más tarde fue legisladora, impulsando siempre las causas defendidas por la izquierda.

Hoy, frente a la partida de Rosario Ibarra de Piedra, los recuerdos de mi formación brotan. Es inevitable, para los mexicanos que alguna vez en su vida han sentido simpatía por las ideas de izquierda, el haber sido impactado por esta figura. En mi caso, fue mi padre, Ignacio Osorio, quien me enseñó a valorar y admirar su trabajo de manera profunda. Él no solo comulgaba con sus causas, sino que las llegó a acompañar, como miles de mexicanos, en las calles y admiraba su pensamiento. Es así que me recuerdo yendo con él a mostrar su apoyo hacia Ibarra en manifestaciones y protestas.

Rosario Ibarra de Piedra ha partido, pero ha dejado con nosotros su legado. Un legado que empoderó a las madres y padres de los desaparecidos y que labró el camino para exigir justicia. Un legado que nos recuerda que la impunidad no debe ser nunca norma. La mejor manera que tenemos los mexicanos de honrar a Rosario Ibarra de Piedra es construyendo todos los días, un mundo en donde se respete la discrepancia, se siembre la justicia y se viva democráticamente.

Su corazón queda en las grandes luchas por un México mejor.

 

Manchamanteles

Las batallas por el México justo que personas como Rosario Ibarra de Piedra iniciaron no han concluido y tienen, sin duda, un gran camino por andar. Sin embargo, hoy sabemos que los grandes atropellos ya no pueden ser exhibidos con cinismo y aunque se trate ésta de una victoria discursiva en muchos casos, no cabe duda de que proviene de un cambio en el fondo.

 

Narciso el Obsceno

Supo vencer a Narciso en una y mil batallas porque tuvo la mirada en los otros.

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