Betsabeé Romero, metáforas de un tiempo

México.-Veintiocho reflexiones sobre migración, pandemia y arte indígena desde la mirada de la artista visual Betsabeé Romero (CDMX, 1963) serán expuestas en el Museo de la Ciudad de México con la muestra Cuando el tiempo se rompió, que abrirá el jueves 12 de mayo, con un conjunto de obra nunca antes expuesto en México, que corresponde a su trabajo creativo fuera de nuestras fronteras en la última década.

“Para mí es un gran gusto, yo que soy tan chilanga y amante de mi ciudad, estar nuevamente en una gran exposición y en un espacio como el Museo de la Ciudad de México, después de un periodo tan serio de confinamiento y de museos cerrados”, dice en entrevista con Excélsior la artista que en julio próximo montará cuatro piezas en Tel Aviv y, en octubre, dos instalaciones inéditas en el Kew Gardens, de Londres.

La muestra —que será la retrospectiva más importante desde la muestra que en 2009 expuso el Colegio San Ildefonso— presenta una serie de instalaciones y cuadros que revisan las fracturas del tiempo y de la globalización, del naufragio de la modernidad, y retoma la pandemia como ese océano que la juventud deberá cruzar con escafandra y tanques de oxígeno para ubicar una nueva orilla.

Con la pandemia, explica la artista visual, “todos los temas que venía trabajando se volvieron más fehacientes y así nació el título de la exposición, porque sentí, o muchos sentimos, que ya nadie puede hablar de un tiempo lineal, sino que éste tiene rupturas agrestes y tremendas”, observa.

¿En este paisaje artístico recupera la migración?, se le pregunta. “Es un tema importante. Creo que, en sí misma, la geografía política está hecha de rupturas; las fronteras son roturas que parten en dos a la naturaleza y a las familias, aunque la cultura trasciende más allá de éstas y eso ayuda a que, con el arte, uno pueda trabajar los temas de otra manera”.

En este caso, abunda, la pandemia nos hizo cerrar también las fronteras de nuestra casa y de cada persona, al evitar el contacto con el coronavirus.

“Y, así, pasamos del encierro doméstico y personal más grande que hemos vivido a nivel mundial, al éxodo más relevante, desde la Segunda Guerra Mundial, (con la intervención de Rusia en Ucrania), donde más de cuatro millones de ucranianos han salido de su país por una guerra que, simbólica o no, nos está llevando a puntos muy vergonzosos”.

“Estos temas se volvieron un todo complejo, porque las migraciones que conocemos de cerca, como las centroamericanas y la propia mexicana hacia Estados Unidos, continúan. La migración es el fenómeno más elocuente de lo que estamos viviendo en el mundo. Creo que todos migramos, aunque sea de la vida a la muerte, y en eso estamos, porque nos atraviesa todos los días, aunque no queramos. Nadie puede sentirse libre ni a salvo de este fenómeno”.

Otra de las reflexiones vertidas en Cuando el tiempo se rompió es el arte indígena, para lo cual trabajó con la comunidad de Mississauga en Ontario, Canadá y con la Universidad de York.

“Esta parte de la muestra tiene que ver con la esperanza y con visibilizar las culturas indígenas (10% de la población) que tenemos la suerte de tener en México”.

Además, recuerda que gran parte de las selvas y de los sitios naturales más importantes del mundo ha sido guardada por grupos indígenas “y nos debe caer el veinte de que algo en su civilización y en sus valores tiene que ver con el respeto y la buena relación con la naturaleza”.

Una de las piezas de esta sala es una serie de penachos que han modificado su simbología. “Este penacho es colectivo, horizontal, circular y está elaborado de muchos penachos a la altura de quien entre a la sala. Todos podrán portarlo”.

Y añade: “Es claro que el poder envilece y que la política se ha vuelto una dimensión distorsionada del ser humano. De mi parte no puedo cambiar nada, porque el arte está fuera de todo alcance de cambio real, pero, al menos, trata de visibilizar otras maneras de pensar, incluso de ver el poder”, asegura.

Repensar el caos y la vigilancia

Betsabeé Romero también incluye piezas realizadas a partir de la pandemia.

“En estos cuadros no hay arriba ni abajo, no hay norte, oriente ni occidente, sólo aviones rotos, aves, flores y peces perdidos entre el plástico y la basura que hemos vertido al mar”, comenta.

Así que esta serie profundiza en el caos y en ese paisaje sin horizonte ni punto de llegada, con cámaras de vigilancia y un virus que flota sin control, mientras reflexiona sobre el poder de la tecnología y del control.

“Al parecer, uno de los paradigmas (de la pandemia) es la vigilancia extrema”.

Y agrega: “Me llama la atención este tipo de cambios en la geopolítica, los cuales aún no sabemos hasta dónde llegarán, pero siento que sí tocan puntos de alarma y de pensar hasta dónde es importante permitir esas vigilancias”, concluye.

En las próximas semanas, la artista presentará una publicación inédita con textos de siete curadores y críticos de arte, como Hans Herzog, Valentina Locatelli, Kerry Doyle, Philip Monk y Diana Wechsler.

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