La web 3.0: La nueva promesa de la democracia

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

Múltiples promesas han rodeado a la web 2.0 desde su aparición. El mito ha puesto las expectativas en el piso más alto: estábamos frente a la tierra prometida, en donde las libertades serían reivindicadas y la participación ciudadana llegaría a un máximo. Como tantas otras veces en la historia de la humanidad, nos quedamos esperando sentados. El objetivo nunca se materializó o, en el mejor de los casos, lo hizo sólo a cuentagotas. Sin embargo, un nuevo horizonte empieza a dibujarse con la llegada de la web 3.0. ¿Será éste el momento en el que finalmente saldemos las deudas que han quedado pendientes en esta revolución digital?

La web 2.0 sin duda ha tenido sus beneficios. Desde su llegada, los medios de comunicación vieron la transformación de la figura del consumidor. Iniciaba la era del prosumidor, es decir, de aquel que no solo observa inerme los contenidos que alguien más genera, sino que participa también en esta creación. Tomando de referencia este parteaguas, era lógico pensar que iniciaba una nueva y mejor etapa para el ejercicio de la ciudadanía.

Pero el sueño duro poco, pues se vio pronto secuestrado por los gigantes de Silicon Valley. Gracias a ellos, la web 2.0 se convirtió en una colosal granja de datos. El usuario dejó de importar en tanto no fuera como una máquina de información comerciable o como receptor de publicidad. Sus derechos dejaron de importar, puesto que la privacidad y la protección de datos pasaron a segundo plano.

Hoy está claro que la promesa de la web 2.0 quedó sin ser cumplida, pero eso no significa que la humanidad deba renunciar a sus ideales. La era digital aún puede ser el nido que consolide un sinfín de herramientas democráticas y que contribuya a reivindicar libertades, como ya lo ha hecho en la actualidad, aunque su potencial se haya visto recortado.

Es por eso que la web 3.0 se perfila en el horizonte como un nuevo espacio de potencial para la democracia. Sí, probablemente sueno como los ideólogos de la web 2.0 en sus albores y por ello debo aclarar dos puntos: primero, que creo tener ciertos argumentos para confiar en que este intento será más favorable para los derechos humanos, y, segundo, que debemos tomar todo con pinzas y no dejar nunca de leer el mundo desde una mirada crítica.

La web 3.0 es la próxima fase del desarrollo de internet. Es una nueva etapa íntimamente conectada con el concepto de la web semántica, en la cual el usuario obtiene una experiencia cada vez más personalizada a través de la interpretación de sus características, que incorpora tecnologías de machine learning e inteligencia artificial. Uno de sus fundamentos más revolucionarios es que permitirá que los propios usuarios sean dueños de sus datos e, incluso, que reciban retribuciones económicas por su participación y tiempo gastado en la web.

Esto representaría un cambio fundamental de paradigma en comparación con la web 2.0, donde los datos pertenecen a las grandes plataformas. Éstas, además, lucran con la información de los usuarios, sin darles a estos ningún tipo de beneficios, más que la ilusión de “estar más conectados”. Hoy, las grandes empresas como Meta limitan y determinan la participación social y política de los usuarios en función de sus propios intereses. Esto podría cambiar con los cambios estructurales que propone la web 3.0. Dentro de ésta, las plataformas no serán propiedad de los gigantes, sino simplemente de los usuarios. Ello, explica Gavin Wood, padre de la web 3.0, gracias a su estructura de datos en bloques (como la que sustenta las criptomonedas).

Otros riesgos también se verán disminuidos, como los grandes robos o ventas de datos personales de los usuarios. Esto gracias a que la información no será más almacenada en grandes centros privados, sino en distintos dispositivos que harán este acopio más seguro. Esta seguridad y el manejo que el usuario tendrá sobre sus propios datos hacen de la web 3.0 una potencial herramienta para confrontar el poder, sea éste económico o político. Pues lo deja con una menor capacidad coercitiva de la que ha venido históricamente ejerciendo.

Una menor centralización y el mayor poder de los usuarios, siendo éste un poder real y no conferido a los gigantes de las redes sociales, hacen de la web 3.0 un puerto al que sin duda hay que dirigir la democracia. Es posible que estemos en los albores de una nueva etapa en esta revolución digital. Esperemos que esta vez la promesa no nos deje con las manos vacías.

 

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