Pemex: pobreza franciscana

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

La visión petrolera del actual presidente de la República es un espejismo que me hace recordar aquella infausta frase de José López Portillo sobre acostumbrarnos a administrar la abundancia. Y vaya que la había, aunque se nos haya ido en malos gobiernos que saquearon la utilidad petrolera, en una interminable corrupción y en un falso nacionalismo que detuvo por décadas el desarrollo de una industria energética moderna, competitiva y global.

Hoy, con el monumental yacimiento Cantarell agotado y a las puertas de una transición hacia fuentes no fósiles de energía que la mal llamada Cuarta Transformación se empeña en ignorar, la riqueza mexicana es un eufemismo basado en el intangible e inútil concepto de “soberanía”. Ya no hay hidrocarburos a flor de tierra o mar, ni dinero para extraer los que yacen en aguas profundas o complejos recovecos de la corteza terrestre. Ah, pero eso sí: el petróleo es nuestro y supuestamente ya no lo venderemos, porque el que lleguemos a producir será utilizado en refinar nuestros propios combustibles para hacernos autosuficientes.

“Por el rescate de la soberanía”, reza el lema cuatrotero de Pemex impreso en las pipas distribuidoras de la gasolina que ya comienza a escasear por la indolencia de este gobierno, como pasó hace 3 años y medio con el pretexto de combatir el huachicoleo. En 2022, la escasez se asoma de nuevo ante la incapacidad de enfrentar la coyuntura comercial actual, el robo de ductos continúa y la crisis geopolítica mundial da un nuevo respiro al petróleo con precios no vistos en mucho tiempo, con ganancias extraordinarias por exportación que México se gasta en subsidiar el costo de la gasolina que seguimos importando.

Sí. Vaya paradoja: hemos dizque rescatado la soberanía petrolera. Qué importa si las inversiones del sector ya no llegan o si las que hay están más ocupadas en demandas judiciales por incumplimiento de contratos que en la productividad pactada en un nuevo modelo energético nacional aprobado hace casi 10 años. No hay nada de qué preocuparse, si aunque nuestras 6 refinerías trabajen a menos de la mitad de su capacidad, ya compramos una en Estados Unidos -de la que importamos- y construimos otra en Tabasco que se “inaugurará” en un mes pero que producirá hasta dentro de un par de años, si bien nos va.

Petróleos Mexicanos es una empresa quebrada, con una deuda de 116 mil millones de dólares que la convierte en la petrolera más apalancada y una de las menos productivas del mundo, que pierde en un trimestre el equivalente a su presupuesto anual.

Las últimas decisiones antes de la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador apuntaban hacia su achicamiento, sanación financiera y apertura a las inversiones foráneas para competir durante los últimos años de dependencia hacia los hidrocarburos, mientras nos abriéramos a la posibilidad de producir energía eólica o solar.

La destrucción de este gobierno fallido tiene en el sector energético un actor estelar. Se niega la terca realidad con un sofisma.

AMLO quiere un Pemex como el del sueño de López Portillo, imposible de cumplirse con menos reservas, nula inversión y regresión estratégica. Se niega a ver la nueva realidad con tal de hacer prevalecer su anacrónica visión.

El camino decretado por la soberbia y los complejos presidenciales pasa por las deterioradas plataformas extractivas en alta mar, otrora orgullo nacional; las vetustas refinerías que se caen a pedazos y que registran cada vez más incidentes de seguridad; los hospitales del anteriormente fenomenal servicio médico petrolero, con anaqueles de medicinas vacíos; la mismísima Torre Ejecutiva de Marina Nacional y sus baños pestilentes sin papel higiénico o los elevadores clausurados por falta de mantenimiento.

Si la austeridad mató al sector salud, qué más da abrazar la pobreza franciscana que remate nuestra política energética.

 

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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