Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García. 

Son las historias de tantos y tantos países, que se repiten una y otra vez en distintos momentos y lugares a pesar de las pésimas experiencias. Los pueblos sabios no escarmientan e incluso les siguen abriendo vías electorales, aunque luego no se los pueden quitar de encima al ser avasallados los andamiajes democráticos.

Prometen el poder a los que no lo han tenido, a quienes están afuera de los círculos de privilegios, de tal manera que se vuelve muy atractivo para los votantes de menor escolaridad, que sólo reciben elogios y palabras dulces. A esto se suman propuestas de soluciones mágicas y demasiado sencillas que acrecientan las expectativas con espejismos tan engañosos como seductores.

En Estados Unidos, ojo, el populismo representa las acciones e iniciativas políticas que provienen de fuera del sistema formal o tradicional (los candidatos que no pertenecen a las desgastadas élites centrales o nacionales). Por su parte, en México y en buena medida el resto del mundo se refiere más bien a la promoción retórica de ideas favorables a los pobres: sin una estructura económica o política les ofrecen cambios o esperanzas con las que supuestamente se beneficiarían.

El presidente mexicano ha reiterado que si el populismo consiste en ayudar a los pobres, él acepta ser populista con mucho gusto. El problema radica en que su dogma no es eso, sino la típica simulación discursiva e incluso ingenua que sólo pretende ayudar al pobre, si bien acaba por perjudicarlo con políticas y decisiones tan primitivas como equivocadas.

Miren, la demagogia populachera, al igual que la manipulación gubernamental, siempre resultan contraproducentes para los más necesitados, con aumentos en la pobreza. Los saldos han sido pésimos en todos los casos donde se ha tratado de establecer: por acá en Argentina, Venezuela o México, y no pocos quisiéramos decirle al señor AMLO las palabras del gran escritor estadounidense del siglo XIX, Ralph Waldo Emerson: “Tus acciones hablan tan fuerte, que no puedo escuchar lo que dices”. Sin embargo, es justo lo opuesto.

Por esos tiempos, su paisano y colega Mark Twain también decía: “Es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que han sido engañados”. Y esto lo complemento aquí con unas palabras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “A veces la gente no quiere escuchar la verdad, porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas”.

En México, fuera de Palacio Nacional, se cita ahora una frase no tan conocida de Benito Juárez: “Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo, y con sus hechos lo traicionan”. Penosamente, oigan, esto representa muy bien a la demagogia cuyos sinónimos son el populismo y el electoralismo.

Sin insultos ni burlas a los feligreses habrá que explicarles y probarles qué es lo que les conviene a ellos y al país, con argumentos en defensa de las empresas, los mercados, la competencia, la inversión, el empleo… Así de sencillo.

Un amigo me informa que, de un total de 2,131 días del mandato de López Obrador, hemos superado ya 1,296. Nos quedan entonces 835 y vamos a ver si la mayoría del país decide o no que continúe el lopezobradorismo a partir del primero de octubre de 2024, por otros seis años. ¿Todo ello, con base en la popularidad de un gobernante que la tiene como prioridad entre tantos fiascos evidentes? Eso sí, debemos asegurar que Morena no logre burlarse de las leyes e instituciones electorales y, además, que el crimen organizado no les vaya a operar fraudes electorales.

La realidad nos confirma que el actual sexenio será el peor de toda esta era en la historia de México, no sólo en renglones fundamentales como Salud, Seguridad, Educación o Pobreza, sino también en Economía (crecimiento, empleo e ingreso). El régimen y su partido tratarán de distraer del fracaso generalizado y renovar esperanzas con múltiples promesas, aparte de recurrir a trasgresiones electorales en medio de abiertos chantajes a un INE acosado.

Lo más grave es que ahora se apoyen en el crimen organizado, ya no sólo en la creciente fuerza del ejército, para conservar el poder que no han ejercido con buenos resultados. La economía y la sociedad civil (empresas, clase media) son afectadas al destruirse valor, lo que augura empeoramientos.

Vamos a ver. Y tenemos que encontrar antídotos en sus propias contradicciones o pretensiones… Para estar, así, en posibilidad de actuar con instituciones eficaces, sin que la oposición tenga que andar en busca de otro caudillo.

 

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