La palma y el ahuehuete

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador se autodefine como transformador, cuando ejemplos sobran de que destruye en su afán de cambiar. Sus apologistas justifican que se trata de un cambio profundo de régimen: todo estaba mal y hay que cambiarlo de raíz. Vaya desastre que han provocado.

Permítaseme una alegoría para ilustrar la tragedia nacional: la palma centenaria que dio nombre popular a la glorieta de Paseo de la Reforma y Niza, en el corazón de la ciudad de México, y que murió sin haberse cumplido siquiera la mitad de la mal llamada Cuarta Transformación. En su lugar, luego del respectivo, chocante y engañabobos ejercicio de “consulta popular”, se sembró un ahuehuete que avergüenza a la señorial avenida donde confluyen los momentos estelares de la historia nacional a los que se quiere sumar el mediocre obradorismo.

El triste color ocre del nuevo árbol que “podría vivir 2 mil años”, un embuste más de la propaganda cuatrotera, simboliza claramente lo que sucede en México desde 2018. Si bien la palma distaba de ser perfecta, ahí estaba erguida, con momentos buenos y malos, en lluvias y en secas, en medio del tráfico citadino o de marchistas tomando la calle para manifestar lo mismo el orgullo gay o las justas demandas de los desposeídos, que la inconformidad por los índices de violencia; sí la que hoy se justifica con el argumento de que siempre ha existido.

La palma era el aeropuerto cancelado. El ahuehuete es una terminal aérea a medio terminar, incomunicada, desierta, inviable, víctima de la insensatez y hasta de la autoinfringida degradación de seguridad por parte de reguladores internacionales en aviación.

La palma era el Seguro Popular, que mal que bien atendía a millones de personas que ahora no lo tienen. El ahuehuete es el INSABI, sede de indolencia criminal causante de un déficit de servicios de salud y escasez de medicamentos que ha matado a miles de mexicanos.

La palma era el crecimiento económico de 2 por ciento, insuficiente pero real. El ahuehuete es y será un sexenio perdido en desarrollo e inversión, tan necesarios frente a las calamidades de la pandemia, de la guerra, la inflación y las altas tasas de interés, hoy pretextos favoritos de los jardineros para justificar su incompetencia frente al árbol de la triste figura.

La palma era décadas de programas sociales, que cambiaban de nombre cada sexenio pero que estaban mejor enfocados y mantenían una subsidiaridad social mejor dirigida. El ahuehuete representa transferencias fiscales generalizadas que simplemente buscan lealtad y votos, inclusive los de quienes no necesariamente requieren el apoyo.

La palma era la transición energética que convirtió a México en un referente mundial para combinar las nuevas fuentes de energía renovable con la última etapa histórica de explotación de hidrocarburos, con la participación y el riesgo compartido de capital privado para cuidar el público. El ahuehuete es otra maqueta, como el AIFA, que se inaugurará dentro de una semana en Dos Bocas; una refinería que se abrirá pomposamente sin refinar un solo litro de gasolina.

La palma se deterioraba, vaya que sí, como el país envuelto asolado la violencia y el narcotráfico. El ahuehuete fenece por la colusión y permisividad gubernamentales con el crimen organizado, que marcan récords de violencia en el país, aunque los normalizadores del régimen traten desesperadamente de cuadrar las estadísticas en favor de la narrativa de la negación.

La palma sonrió con la democracia. El ahuehuete quiere morir porque no soporta las pulsiones autocráticas de hoy y el culto irracional por el líder populista.

La palma era vida, aún enferma pero justamente viva. El ahuehuete es desolación, muerte y desesperanza.

Parte de México murió con la palma. El ahuehuete seco nos recuerda que el país requiere mucha agua, cuidados, empatía, solidaridad, humildad, autocrítica, democracia, confianza, inversión y muchas cosas más, en lugar de la necia voluntad de que quede ahí plantado por décadas, aunque se vea seco, feo y moribundo.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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