El dogma sobre las ideas

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Pensé que se había agotado mi capacidad de asombro ante la abyección de los más radicales seguidores de Andrés Manuel López Obrador, que lo mismo calificaron de golpistas a niños con cáncer reclamantes de sus medicinas o justificaron la andanada antimexicana del truhan Donald Trump, cuando vieron que el macuspano procedía a guiñarle un ojo y a hacerle campaña para su reelección en la Casa Blanca.

Los normalizadores del régimen mexicano actual han sido capaces de todo con tal de agradar a su líder, faltaba más. Ejecutaron espectaculares maromas cuando fue menester apoyar la consulta patito que derivó en la cancelación del nuevo aeropuerto capitalino en Texcoco; a la señal presidencial endiosaron a Hugo López Gatell con todo y su criminal incompetencia de 750 mil vidas perdidas; olvidaron la promesa obradorista de pacificación inmediata del país y pendejearon a quienes reclamamos el embuste; culparon a la pandemia y culpan a la guerra del desastre económico que vivimos.

El único límite es la supuesta infalibilidad del presidente de la República, quien no desea ser responsable de nada pero sí víctima de todo y de todos. Sin pudor, los acólitos de la mal llamada Cuarta Transformación reconocen el desastre, pero culpan de él a Felipe Calderón y a Genaro García Luna aunque estos personajes hayan dejado el poder hace una década y el segundo esté incluso en prisión.

Después de cuatro años se ha hecho costumbre leer y escuchar a quienes están desesperados por seguir creyendo en el proyecto por el que lucharon y votaron, aunque ahora sepamos que no hay tal sino una cascada de deseos y ocurrencias.

Ellos, de quienes hablamos, no se pueden permitir la palabra fracaso, aunque haya de por medio 120 mil asesinatos y contando, el avión invendible, una terminal aérea nueva y en desuso, o una maqueta de refinería que no producirá un solo litro de gasolina sino hasta después que termine el sexenio.

Hasta aquí habíamos llegado. Pero la cruel propaganda oficialista nos volvió a sorprender en los últimos días. Nos tenía preparada una nueva e insospechada etapa de la lambisconería sin fin.

Carlos Alazraki no fue, ni de lejos, el primer personaje de la opinión pública sujeto al escarnio mañanero. Tampoco fue el primer causante de una cita presidencial a la figura de Adolfo Hitler. Pero el origen judío del más reciente sentenciado por el tribunal en que han convertido a Palacio Nacional, elevó la referencia a niveles de escándalo.

Y llegaron, por supuesto, las maromas justificadoras que reclamaron la muy entendible reacción de la comunidad israelita en México.

¿Por qué carajos no dijeron nada cuando compararon a López Obrador con Hitler? -gritaron al unísono los corifeos. ¿Será acaso porque el Peje no es judío, estúpidos? -les respondo yo desde aquí.

Este lamentable episodio nos revela la asombrosa facilidad con que chairos radicales -permítaseme usar la palabra por excepción- pueden cambiar su imagen favorita de la hoz y el martillo o la efigie clásica del guerrillero Che Guevara por una virtual reivindicación del Führer con todo y su esvástica. ¡De no creerse!

Y si no me creen, les pido que revisen el último cartón del impresentable Monero Rapé -sí, uno de los miserables caricaturistas que acomedidamente aceptaron y celebraron la teoría conspirativa de Gatell sobre los niños enfermos y sin medicamentos- que muestra a un Hitler ofendido por haber sido comparado con el publicista Alazraki.

Ver para creer.

Soldados de la 4T que no discuten ideas pero defienden dogmas, eso ya lo sabíamos. Aunque sea necesario incluso cambiar sus creencias políticas: no importa que pasen de revolucionarios a nazistoides, si eso le viene bien al autócrata que los tiene hipnotizados, por cierto al igual que el dirigente del Tercer Reich hizo con sus seguidores antes de consumar su propio desastre.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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