Por. José C. Serrano
Luis Echeverría Álvarez, expresidente de México (1970-1976), falleció en su casa de Cuernavaca, Morelos, a los 100 años, la noche del viernes 8 de julio.
Su nombre queda vinculado para siempre a los peores años de la Guerra Sucia, a la feroz represión de los movimientos disidentes en el país entre las décadas de 1960 y 1980.
Entre esos episodios están la matanza estudiantil de Tlatelolco en 1968, cuando era secretario de Gobernación en la administración de Gustavo Díaz Ordaz, así como la masacre del jueves de Corpus Christi en 1971 -también conocido como El Halconazo– cuando ya era presidente de la República.
El polémico exmandatario del Partido Revolucionario Institucional (PRI) será recordado como un funcionario que concentró en su figura la dualidad absoluta. Por un lado, y de cara al mundo, fue un fervoroso creyente en las políticas progresistas y el socialismo como una forma de contrarrestar el imperialismo de Estados Unidos. Por el otro, y en su visión de política interna, fue un autócrata de mano dura que no dudó en reprimir movimientos sociales para mantener la estabilidad del sistema político del partido único.
Luis Echeverría, en busca de resarcirse, integró intelectuales de izquierda al gobierno, otorgó al Estado un amplio control de la economía y se alineó con las posturas de los países en desarrollo en asuntos internacionales. Estas medidas lo alejaron de la comunidad empresarial, la clase media y otros grupos políticamente conservadores.
Para el final de su mandato, sobre Echeverría pesaban denuncias de críticos de todo el espectro político: lo acusaban de autoritarismo e incompetencia, lo atacaban por políticas que causaron una fuga de capitales y una profunda devaluación del peso, así como un estancamiento económico.
No obstante su desastroso desempeño y en su delirio de grandeza, Echeverría hizo campaña para que le fuera concedido el Premio Nobel de la Paz , y albergaba la esperanza de convertirse en secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Echeverría, en sus vaivenes político-emocionales, llegó a expresar su simpatía ideológica por los intelectuales; el presidente les ofreció importantes puestos de trabajo e incentivos económicos. Tras liberar a los manifestantes encarcelados en la crisis de 1968, dio a muchos de ellos acomodo en el gobierno. Esto supuso el inicio de una espectacular expansión de la burocracia (empleomanía). Entre 1970 y 1976, el empleo en el sector público pasó de 600 mil puestos a 2 millones 200 mil plazas.
Durante la presidencia de Luis Echeverría y su etapa inmediatamente posterior, la riqueza y el estatus social transformaron a los intelectuales en una clase privilegiada que vivía mejor en México que en Estados Unidos y en Europa Occidental.
Si bien cortejar a los intelectuales de izquierda le redituó, Echeverría se aferró a sus antiguos métodos violentos contra la izquierda más radical. Los pequeños grupos guerrilleros fueron reprimidos mediante la tortura y el asesinato. Entre 1971 y 1978, más de 400 personas “desaparecieron”.
Treinta años después de concluir su mandato, Luis Echeverría Ávarez fue puesto en arresto domiciliario (2006). En 2007, las causas en su contra habían sido desestimadas, aunque no fue liberado del arresto hasta 2009, cuando las apelaciones fueron a su favor.
El obituario publicado en medios de difusión es raquítico. Entre los políticos que han expresado sus condolencias a familiares y amigos por el deceso de Luis Echeverría Álvarez, figura el presidente Andrés Manuel López Obrador. El PRI anda mal y de malas.