Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

El culto absoluto al líder define sectas y mafias, hermandades y cofradías de todo tipo. Control vertical, adoctrinamiento, lealtad irracional e incondicional -que por supuesto pagan regalías en forma de algún beneficio político o económico- caracterizan eso que tiene en la mal llamada Cuarta Transformación un ejemplo estelar. Por eso es mucho más común ver a acólitos expulsados del “reino” que desertores arrepentidos.

Andrés Manuel López Obrador nunca ha querido colaboradores sino acompañantes. Prefiere obediencia que sapiencia, lealtad que experiencia y conocimiento. Si no tiene eso, no quiere nada.

Veamos algunos ejemplos de arcángeles obradoristas que abandonaron el Olimpo en el que Zeus -literal mote militar de su comandante- instaló su paraíso fallido.

Germán Martínez Cáceres pasó de ser presidente del PAN a entusiasta defensor del engaño de la moderación obradorista. De rudo estilo, no aguantó ni medio año como titular de un IMSS desdeñado por otro monumental embuste: el INSABI.

Unos días después de la renuncia del michoacano, hoy senador del grupo plural, vino el primero de los muchos escándalos de abuso de poder de este gobierno hipócrita: Josefa González Blanco detuvo la salida de un avión comercial que abordaría tarde. Por supuesto fue castigada con su remoción, y posterior “condena” a un destierro dorado como nana diplomática en Londres.

Carlos Urzúa no tenía por qué irse, porque nunca debió tomar posesión de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Estaba en contra de la cancelación del aeropuerto de Texcoco desde antes de iniciado el gobierno. Pecó de ingenuo en que la decisión se revertiría y se fue antes de cumplir un año.

Cómplice de la estupidez aeroportuaria, Javier Jiménez Espriú simplemente fue la primera víctima visible de la entrega de responsabilidades civiles al Ejército y a la Marina: renunció a Comunicaciones y Transportes no porque la inversión se haya caído brutalmente, sino porque le quitaron el control de los puertos y la marina mercante.

El izquierdista Víctor Toledo advirtió todavía como secretario de Medio Ambiente de que está bien ser progresista, pero no radical e intolerante. Simplemente lo expulsaron, sin ton ni son.

Uno de los artífices del falso mensaje de moderación de López Obrador, que primero se acercó a los empresarios y luego los denostó y -si pudo- aplastó, Alfonso Romo acabó con su sueño de ser jefe de gabinete y recuperar desde ahí sus negocios perdidos. Regresó a Monterrey, de donde nunca debió salir, al igual que su pupila Tatiana Clouthier, la amorosa Tía Tatis que ni un abrazo recibió de “Su Alteza Serenísima”.

Arturo Herrera, aguantador ministro de Finanzas de la 4T, denostado públicamente en un par de ocasiones por su jefe, abandonó el palacio terrenal con la promesa de pasar a la mejor vida del autónomo Banco de México. Lo dejaron como el perro de las dos tortas por cometer el pecado de negociar presupuestalmente con los perversos gobernadores opositores al mesías.

La hermosa guerrera Irma Eréndira Sandoval, paladín de las justas luchas sociales, creyó que su inmaculada imagen revolucionaria le alcanzaría para promover a su hermano como gobernador de Guerrero. Pero olvidó que el amado líder había ya tomado su decisión. Tarjeta roja sin honores.

Una cosa es ser ministra de la Corte, otra senadora, y una muy distinta un florero que adorna el hermoso Palacio de Covián, sede de la Secretaría de Gobernación. Cuando el presidente López Obrador necesitó ayuda de operación política, simplemente mandó de regreso a Olga Sánchez Cordero a su escaño.

Ejemplo estelar de renuncia fue el abogado Julio Scherer Ibarra, primer carnal de la Nación. Sus pleitos con el Fiscal, que mucho le debe saber al macuspano, lo reventaron. Se fue, como Alfonso Romo y Delfina Gómez, aunque estos dos últimos con razones mucho más mundanas como son dos gobiernos estatales.

Así la corte de los Milagros en las cloacas de la política mexicana. Purgatorio que los lambiscones siempre presentan como un paraíso de justicia, libertad y desarrollo de un país que solo existe en el imaginario de la secta de un gobierno fallido. Todo para que su jefe esté contento, aunque ya no lo esté tanto por culpa de una guacamaya.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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