Adictos, ¿culpables, inocentes o síntomas del malestar social?

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

“La actitud inherente al consumismo es devorar todo el mundo. El consumidor es eterno niño de pecho que llora reclamando su biberón. Esto es obvio en los fenómenos patológicos, como el alcoholismo y la adicción a las drogas.”

Erich Fromm

Nadie puede negar que las adicciones son el tema de nuestra época, sobre ellas se construye un sistema donde circula una economía legal/ moral y otra ilegal/inmoral que constituyen el grueso de las actividades productivas y comerciales, en las segundas impera capitalismo sin las restricciones del derecho: no importan las fronteras, los aranceles, las normas sobre la calidad, la diversificación de labores, entre otros factores. Pero, además, el mercado de las sustancias ilegales es la base del crimen organizado, los cárteles de la droga ejercen poderes que resisten al Estado, que funcionan en la cotidianeidad creando empleos y movilizando las labores de producción, dominan territorialmente, imponen normas y gobiernan comunidades y ciudades con base en el terror.

El tema de las sustancias ilegales es objeto de un debate acalorado en lo que respecta a la situación del adicto. Si bien, existe, lamentablemente, una cultura que exalta el nivel de vida de los capos de la droga, su dominio y el uso de la violencia; la percepción del adicto es completamente diferente. Si bien, parte de las contraculturas y grupos musicales juveniles de diversos géneros abordan el uso de las drogas con fines recreativos, el examen de la condición de adicto carece de exaltación y abarca un estigma social en los medios de comunicación masiva, pero también en los centros educativos y familiares.

El problema con el tema de la adicción es que no se le estudia a profundidad como un fenómeno social, y que al adicto difícilmente se le da la caracterización de sujeto de estudio. Si bien, la medicina acostumbra a tratar el tema de las adicciones desde las dependencias químicas producidas por cada sustancia, ya sea el tabaco, el alcohol, la cocaína o la heroína; la condición del adicto se reduce a la de enfermo y por lo tanto, el tema de su decisión y ética en torno a las decisiones que toma se hace de lado o peor aún, se reduce a una cuestión meramente conductual. Aquí el adicto es un objeto de estudio, ni más ni menos.

Por otro lado, los análisis basados en las sustancias son paradójicos y a menudo engañosos. Si, por un lado, existe una gran cantidad de sustancias permitidas por el Estado que generan adicción y daños a la salud, como el tabaco o el alcohol, también existen otras a medio legalizar o completamente ilegales, como la mariguana o la cocaína respectivamente; por lo que podemos imaginarnos que las adicciones y la salud no están en la base de la problemática, pues su legalización parece más bien depender de factores comerciales.

El inconveniente con las sustancias ilegales es justamente que no existe una legislación que las regule por el simple hecho de que su producción y comercialización son consideradas delitos. En este sentido, el Estado carece de autoridad para garantizar la calidad, precios, áreas de distribución, relaciones laborales y evitar el consumo de los menores de edad, entre otras variables. Pero esta perspectiva también deja fuera de la ecuación al adicto, ya que además de verlo como cliente, no considera los factores de su intervención en la base del negocio millonario que es el narcotráfico.

Desde esta perspectiva, la adicción y el adicto van de la mano. Existe un factor subjetivo en la adicción y es determinante para el consumo de sustancias. Además, por lo general, el adicto comienza a serlo cuando es joven—aunque no es una regla—y mantiene la conducta por largo tiempo o toda su vida dependiendo la clase de ayuda y atención colectiva que se le proporcione. A menudo los signos de la adicción pasan desapercibidos a nivel social, puesto que las primeras adicciones suelen ligarse con sustancias legales, como el alcohol o el tabaco, o con conductas compulsivas que aparentemente son inocentes, están tan normalizadas que se suele pensar que forman parte de una etapa.

¿Qué es lo que predispone al adicto a serlo? En definitiva, el nocivo creer que la adicción es de suyo una conducta delictiva o que el sujeto no tiene poder de decisión sobre su limitación. Para ser adicto se tienen que cumplir ciertas variables: que la sustancia o sustancias psicoactivas se utilicen de manera reiterada, habitual y continuada sin importar las consecuencias sociales; que vayan generando tolerancia, de tal suerte que las dosis tengas que aumentar paulatinamente; y que al dejar de consumirlas se active el síndrome de abstinencia.

Las sustancias se denominan psicoactivas precisamente porque activan una recompensa o estímulo emocional, de tal suerte que el adicto se encuentra en un límite entre la racionalidad y la irracionalidad. Desde la perspectiva psicoanalítica, la adicción es mucho más que la búsqueda de un placer pasajero pues implica algo mucho más delicado: evitar el displacer. Esto sugiere que en la adicción hay una conducta compulsiva tendiente a evitar conectar con la emocionalidad, a llenar el vacío existencial. Si desde un punto de vista médico, las drogas pueden ayudar a evitar el dolor físico, desde uno psicoanalítico estarían encaminadas a evitar el dolor emocional o a fomentar relaciones sociales que de otra manera son nulas o desestructuradas.

La adicción es una transgresión de lo cotidiano: impulsa una reconfiguración del espacio personal e identitario, así como de la represión colectiva del adicto, a quien usualmente se aísla y estigmatiza. El adicto, sin embargo, es producto de sus circunstancias sociales, imbuidas dentro de un tiempo histórico y un espacio determinado. La adicción es un problema social, pero esto no significa que el adicto no sea responsable de su apego, sino que para sanar debe explorar la serie de condicionantes inconscientes que generan su adicción mucho más que el gusto por la sustancia misma, esto tiene por supuesto implicaciones éticas.

Pero al ser un problema colectivo, el trabajo para erradicar las adicciones no debería ser unilateral. Desde las narrativas del poder, se construyen las categorías y conceptos de aquello que se permite o se censura. La adicción y el adicto son también construcciones epistemológicas que dependen de un desarrollo histórico donde convergen intereses económicos y políticos y que dotan a la problemática de valores que no consideran la solución del problema de manera definitiva, evaden la prevención y evitan hablar del adicto y su capacidad como sujeto de actuar con libertad. Por lo tanto, analizar el problema de las adiciones requiere suprimir el juicio moral y considerar las variables sociales para reconstruir colectivamente los significados y crear transformaciones que impacten en la larga duración.

 

Manchamanteles

El límite entre la racionalidad y la irracionalidad también se alcanza en el arte, conducta mucho más saludable e igual de transgresora. Para ejemplo este poema de Alejandra Pizarnik:

EXILIO

Esta manía de saberme ángel,

sin edad,

sin muerte en qué vivirme,

sin piedad por mi nombre

ni por mis huesos que lloran vagando.

 

¿Y quién no tiene un amor?

¿Y quién no goza entre amapolas?

¿Y quién no posee un fuego, una muerte,

un miedo, algo horrible,

aunque fuere con plumas,

aunque fuere con sonrisas?

 

Siniestro delirio amar a una sombra.

La sombra no muere.

Y mi amor

sólo abraza a lo que fluye

como lava del infierno:

una logia callada,

fantasmas en dulce erección,

sacerdotes de espuma,

y sobre todo ángeles,

ángeles bellos como cuchillos

que se elevan en la noche

y devastan la esperanza.

 

 

Narciso el obsceno

Sospecho señor Narciso que lo que usted quiere no entra por la nariz, sino por el alma.

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