AMLO, ridículo internacional

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

¿Por qué no vino el presidente de Perú a México, donde tendría lugar la Cumbre de la Alianza del Pacífico? Simple: el congreso peruano no le autorizó viajar porque estaba en marcha un proceso legislativo-judicial para destituirlo.

Se sabía y era obvio, pero los sueños de grandeza y la necedad de Andrés Manuel López Obrador por convertirse en dizque líder de un bloque izquierdista latinoamericano, hicieron que la mal llamada Cuarta Transformación hiciera un nuevo ridículo mundial, pospusiera esa reunión multilateral para llevarla a la ciudad de Lima y poder entregar ahí la presidencia de esa alianza al todavía presidente peruano, Pedro Castillo.

Mentiroso contumaz, López Obrador niega por un lado que México se entrometa en política interna de otros países, pero por otro lo volvió a hacer en Perú, a unos días de consumarse la destitución de su mandatario. No me meto en asuntos ajenos, pero sí, si se trata de mis amigos.

Más aún, programó una visita al país andino para el día 14 de diciembre, sin considerar lo que pudiera pasar y pasó: ni siquiera hubo de esperar la inhabilitación de Castillo, sino que éste -Dios los hace y ellos se juntan- tuvo la “brillante” ocurrencia de fraguar un golpe de Estado para librar su despido y establecer un gobierno de excepción, que no es otra cosa más que un mandato golpista.

Vaya. ¡Hasta Pedro Castillo sabía que podría irse del palacio limeño! y aún así el amigo mexicano mantuvo hasta el último momento su necia postura que hoy lo ratifica como amigo de autócratas o aspirantes a serlo.

No es una conjetura. Cuando se supo de la caída de Castillo, AMLO ratificó su respaldo y culpó como siempre de los hechos a “intereses de las élites económicas y políticas”, olvidándose que lo que estaba haciendo era apoyar a un ex jefe de Estado que, si bien llegó al poder por la vía legítima de las urnas, llevó adelante un burdo intento golpista y fue destituido con votos provenientes incluso de congresistas de su mismo partido, al cual también pertenece la nueva presidenta de Perú (a quien, por cierto, niega reconocimiento).

Ya lo sabíamos y hemos confirmado de qué lado está el mandatario mexicano. No importa lo que hagan o hicieron Hugo Chávez, Nicolás Maduro,

Fidel y Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega, Evo Morales. Lo que sea con tal de darle oxígeno suplementario a la utopía bolivariana, convertida ya en desastre populista en la región de América Latina, México incluido con su presidente que soñó con trascender en la historia nacional y mundial. Es obvio que ya no lo logró.

De ridículo en ridículo. Como exigir disculpas al reino de España por la conquista; como el pelearse con sus principales socios comerciales; como la abyección en la Casa Blanca de Donald Trump y la falta de empatía en la de Joe Biden; como boicotear la Cumbre de las Américas porque no invitaron a sus amigos autócratas; como la negativa de condenar al invasor ruso Vladimir Putin; como la ausencia mexicana en foros internacionales y eventos de relevancia mundial; como la exigencia del “voto por voto” en el proceso de elección en un organismo multilateral; como el fiasco en la OEA y en el BID; como el asilo a Evo Morales o el reconocimiento de que Pedro Castillo solicitó refugio en México antes de que lo detuvieran, aunque el canciller Ebrard hubiera declarado justo lo contrario.

¿O acaso la dupla López Obrador-Castillo planeaba el asilo desde el principio y por eso la insistencia de traerlo a México a una cumbre que ya no se llevó a cabo?

¡Qué vergüenza de presidente eligieron 30 millones de mexicanos que, como los electores peruanos, votaron ilusamente “porque no había mejor opción”!

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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