El instinto y los truenos: microviolencia

Por. Patricia Betaza

Una tarde de amigos, derivó como casi todas, pasar de nuestras filias y fobias políticas, hartazgos por la corrupción y preocupación por la inseguridad, al inevitable tema de los amores y los desamores. Estábamos reunidas distintas generaciones hombres y mujeres cuando una de ellas, de las más jóvenes y guapas platicó que tenía un novio atractivo y divertido con el que pasaba momentos estupendos… salvo que, a casi medio año de relación, no sabía dónde vivía. Un escalofrío nos recorrió a los presentes. Cada uno echamos a volar la imaginación y dimos nuestras sentencias: “Eso no está bien”, “algo oculta”, “podrías estar en peligro”….. prolongado etcétera. Hasta que alguien preguntó -¿Eres feliz? Dijo, sí…. aunque me intriga. Lo único que me atreví a decirle fue, sigue tu instinto.

Porque ese instinto casi nunca nos engaña. Porque nuestra mente y alma pueden disfrazar algo que no nos gusta, pero finalmente están ahí esas punzadas en el corazón y el estómago que nos están alertando de algo; algo que no nos convence y siembra dudas, no deja dormir. Muchas son las razones por las que decidimos acallar esa voz de alerta para continuar por un sendero espinoso que casi siempre termina en algo desagradable, por decir lo menos.

La charla amiguera me llevó al libro Cuando escuches el trueno de Julieta García González que recién leí. En poco más de 300 páginas la escritora mexicana narra la historia de Ana, una publicista exitosa, rica, atractiva, quien se da el lujo de gozar de los placeres carnales sin remordimiento alguno. Una auténtica mujer empoderada. Hasta que…. en sus tumbos de intensidad, como ocurre cuando se camina por esos pantanos, se encuentra con Héctor, un fotógrafo también exitoso y de buen ver pero “algo extraño”. Su instinto la alertaba de algo. Desde el primer encuentro entre ambos Héctor mandó las primeras señales de alerta de que algo no estaba del todo bien. Sutil, a veces evidente pero casi a siempre imperceptible a la vista, la violencia siempre estuvo ahí, desde el primer momento. A veces justificada con “está de mal humor”, “es el estrés del exceso de trabajo” o simplemente es “la rareza” de su carácter. Desapariciones y apariciones furtivas.

La violencia sigue y sigue con distintos rostros hasta que socava todo el espíritu de Ana y la reduce casi a las cenizas. Pero hay algo terrible que desata ese patrón de sometimiento ante lo que para todos es evidente menos para la víctima. Las voces de los amigos se multiplican para alertarla. Es ella la única que se niega a ver la realidad.

¿Con cuántas Anas nos hemos topado en nuestra vida? ¿Cuántas veces hemos sido Ana, atrapadas en relaciones con cierto grado de toxicidad? Le llaman microviolencia, violencia invisible. Confieso que hasta ahora me he dado cuenta, tal vez porque hay mayor difusión y conciencia, de esa violencia pulverizada que nos inunda por todos lados y apunta a todos los blancos.

Sí, llamaré “Ana” a mi amiga treintañera. “Ana” sigue tu instinto, la alerta se te ha encendido; no es normal que no sepas dónde vive ese amor que te electriza y te hace vibrar. No es que seas conflictiva ni peleonera. No. Es absolutamente normal que estés a la expectativa. Y bueno, te regalaré el libro Cuando escuches el trueno. Por que el trueno casi siempre presagia la tormenta.

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