¿Vivimos en la era de la des/información?

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

“Confundía saber con entender”

Julio Cortázar

En la llamada “era de la información”, al menos para quienes tienen al alcance un dispositivo con internet, la falta de curiosidad y el desconocimiento de temas generales parecen ser problemas muy graves. Y es que para las nuevas generaciones quizá es complejo imaginar un mundo donde el acceso a la información implicaba mucho trabajo, donde las bibliotecas y los libros físicos eran la mejor manera de acceder a conocimiento libre y gratuito, donde los materiales eran costosos y escaseaban y donde una libreta o agenda de dudas a investigar era algo habitual entre las personas.

Quienes estudiamos y realizamos labores de investigación en tiempos distintos al actual, conocemos las dificultades que implicaba hacerse de conocimientos diversos. Definitivamente se tenía que salir de casa, aunque fuera solo para comprar un libro que se leería posteriormente en el sofá. El trabajo de investigación en la era pre-Internet involucraba prácticas distintas, dependía de la hoja de papel y aunque suene a anécdota melancólica, una fotocopia podía convertirse en el recurso más preciado. Algo similar ocurría con la investigación hemerográfica, mis contemporáneos recordarán que para consultar diarios era casi obligatorio el famoso microfilm y que uno podía gastar horas enteras en los repositorios.

En las últimas décadas, como sabemos, la situación ha cambiado radicalmente; no porque los formatos anteriores hayan desaparecido, sino porque con el predominio de internet las cosas se han vuelto más accesibles. Hacerse del conocimiento, investigar dudas o consultar fuentes, son actividades que pueden ser llevadas a cabo en la palma de la mano. Ni siquiera dependemos de una computadora o tableta, basta con tener un smartphone para introducir en el buscador cualquier duda y acceder a respuestas instantáneas. La investigación ha modificado algunas de sus prácticas y han caído en desuso cajas de ficheros, fotocopias y otros artilugios analógicos que ideábamos para obtener, organizar e interpretar información.

Pero aunque a simple vista pudiera parecer que la era de la información ha suprimido para siempre la desinformación y que todas las personas podemos hacernos de conocimiento ilimitado, la realidad es radicalmente distinta y confluyen diversos factores. El primero de ellos es sin duda la brecha digital, pues a pesar de que quienes viven en ciudades tengan la noción de que todo el mundo cuenta con una conexión a internet, los contextos de México son diversos y plurales. Fuera de la ciudad, el acceso a los servicios varía en precios y calidad, habiendo zonas geográficas donde simplemente no hay infraestructura. Ni que decir del eterno problema del ingreso familiar y la imposibilidad de conseguir dispositivos para cada miembro de la familia.

Al mismo tiempo, acceder a internet es una actividad donde se registra todavía una enorme desigualdad en temas de género, tema tratado ampliamente por la ONU. En parte esto tiene que ver con que las desigualdades estructurales se trasladan al ámbito digital y, la economía, la crianza, el acoso y la violencia que sufren las mujeres, entre otros factores, evitan que puedan acceder de manera equitativa. Algo similar ocurre con otras poblaciones vulnerables, niños, ancianos, personas en situación de movilidad, personas de la diversidad sexual o personas con discapacidad, que tienen que enfrentar las desigualdades del mundo analógico también en el digital y superar el acoso, la discriminación y la falta de inclusión.

El segundo factor tiene más que ver con deficiencias educativas en términos digitales y presenciales, que no nos capacitan para enfrentarnos a la información de manera adecuada. Hemos dicho que algunas prácticas de investigación han cambiado, pero en esencia, las metodologías siguen siendo las mismas, aunque como sociedad no hemos sido capaces de enseñar a niños, jóvenes y adultos a adquirir información en sitios confiables y manejarla críticamente. Una parte del problema se origina en los centros educativos, puesto que lamentablemente la memorización y construcción de narrativas hegemónicas sigue siendo una constante. Los conocimientos que se privilegian, al menos en áreas como las humanidades y las ciencias sociales, tienden a centrarse en la adquisición de datos—las más de las veces inútiles—que el alumno repite a manera de “cultura general”.

Esto es problemático porque no hemos sabido diseñar modelos que enseñen al alumno cómo se ha construido dicha información, cómo cuestionarla y por qué es necesario mantenerse en la duda crítica en torno a ella. La información se ha convertido en dogma y tiende a ser incuestionable, con lo que se evita que se pueda ejercitar la capacidad crítica y que el alumno la asuma como verdadera sin rechistar.  Y precisamente, el tema de las fuentes representa un problema serio, pues no se nos permite cuestionar a los libros o personas con autoridad, como los propios investigadores o docentes. En este sentido, todo lo que sabemos tiene un sesgo, podamos o no identificarlo, y esto aplica también para las áreas científicas. Hasta en la selección de temas y métodos para la resolución de problemas se toman decisiones que inciden en los saberes y deberíamos estar capacitados para preguntarnos acerca de ellas, de por qué se supone que deberíamos saber algunas cosas y otras no.

Y en tercer lugar, la desinformación también tiene que ver con la imposibilidad de seleccionar información. El exceso de datos no implica estar informados, nos puede conducir a ahogarnos en un mar si no se cuenta con herramientas para discernir aquello que vale la pena de lo que no. Habitualmente, la información más accesible y simple de comprender es la menos completa, la más cuestionable y en numerosas ocasiones la que de hecho es falsa.  Pero la responsabilidad no es únicamente de los lectores sino también de los creadores de contenido, pues el que resulta más atractivo y asequible suele ser el que más dinero produce.

El contenido académico plantea diferentes problemas, el más común es el del uso del lenguaje especializado, pero incide también el que el acceso a todos los productos de investigaciones serias y sólidas sea complejo, pues comúnmente intervienen factores de derechos de autor y licencias Copyright que hacen imposible la reproducción libre; además de que los enormes complejos de revistas indexadas son cada vez más costosos. Todo esto ha fomentado la piratería sobre el contenido científico, un enorme problema en la web. Quizá de lo que se trata de crear contenidos de divulgación sin afectar la calidad de la información.

Tener herramientas para seleccionar la información implica conocer lugares de autoridad como el autor, las editoriales, las fechas de publicación y las fuentes que se emplean en cada caso. Requiere también que seamos capaces de ubicar lagunas, hacer preguntas y cuestionar algunas partes o todo el contenido, cotejar con contenidos similares y siempre, pero siempre, construir una versión propia de lo consultado, es decir, interpretar la información que hemos adquirido de manera crítica y lógica. Pero previo a todos los pasos, se requiere, eso sí, de curiosidad, paciencia y trabajo. De lo contrario, la era de la información seguirá siendo el mar del eterno naufragio.

Manchamanteles

De efemérides literarias estamos llenos en marzo, el 21 es día mundial de la poesía, el 27 día mundial del teatro. El 22 de marzo de 1832 falleció Johann W. von Goethe, en su honor un fragmento de Fausto:

Dos almas ¡ay de mí!, imperan en mi pecho y cada una de la otra anhela desprenderse. Una, con apasionado amor que nunca se fatiga, como con garras de acero a lo terreno se aferra; la otra a trascender las nieblas terrestres aspira, buscando reinos afines y de más alta estirpe. […] Devuélveme el impulso sin mesura, la dicha dolorosa en lo profundo, la fuerza de odio y el poder de amor, ¡Devuélveme otra vez mi juventud.

Narciso el obsceno

Quise nadar amigo mío, estuve esforzándome por buen rato. Luego encontré una calma eterna abandonándome al opresivo vaivén de las olas.

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