Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas

Hay días en que es inevitable que frente a las primeras planas de los diarios se transite de lo divertido a lo preocupante ante el pandemónium del debate sobre la cosa pública que tiene en revoltillo a los más diversos actores sociales.

Cada vez es más difícil para el lector atento, así tenga paciencia y voluntad, entresacar del ruido algunos puntos de encuentro. Me parece que el hilo conductor entre las voces discordantes puede ser que todas quieren su bien y que todas creen tener el camino para llegar a tan noble meta.

Es decir, hay un deseo generalizado por desvelar la, digamos, verdad social. Parafraseando al mito platónico, podría expresarse así: un conjunto de políticos, dirigentes partidarios y luchadores sociales se encuentra encadenado en la parte más profunda de una caverna donde sólo se distinguen sombras sobre una pared. 

Uno escapa y ve por primera vez el mundo real. Regresa a la caverna e informa a sus cofrades que todo lo que conocen son apariencias y que el mundo real les espera en el exterior. Los exhorta a liberarse de sus ataduras. Jubilosos, redactan un desplegado y corren a contratase de columnistas políticos. 

Un silogismo imprudente: si el bien común es la verdad, y si la expresión de las ideas es el camino para definir el bien común, entonces la expresión de las ideas nos lleva a la verdad.

Así que para contribuir a la confusión generalizada, aquí van mis propias conjeturas:  

Para saber la verdad, todos los involucrados deben estar convencidos de que algo no funciona como debiera, y reconocer que tal premisa puede ser problemática, dado el statu quo prevaleciente en la sociedad.

Para saber la verdad, debe reconocerse que con la actual estructura política difícilmente se podrán aplicar medidas horizontales y verticales de la profundidad requerida.

Para saber la verdad, es necesario aceptar que ha muerto la época en que un solo hombre, apoyado en su carácter y energía, podía manejar el aparato de gobierno.

Para saber la verdad, hay que reconocer que la sociedad se ha fragmentado en cajones estancos que son una paradoja desde el punto de vista sociológico: han esclerosado a la República, pero romperlos sin una estructura alternativa puede llevar a un colapso.

Para saber la verdad un ejercicio interesante sería verse en el espejo del partido en el poder. Ese partido político está pagando las facturas de una existencia sin pares. El desenlace puede ser que la sociedad se reconstruya y fortalezca, mientras que el partido se diluya. 

Para saber la verdad, hay que aceptar que el gobierno no logra asumirse sino en el específico de su acción, la conducción social, la conquista de electores, mas carece de una mentalidad abierta, agresiva, innovadora, acorde a los tiempos actuales. Le urge una actitud que cambie la percepción de lo ya hecho, que admita la existencia de una nueva sociedad y de sectores que exigen respuestas nuevas.

Para saber la verdad, se necesita un gobierno que pulse a diario el sentir de la sociedad y su evolución, los cambios en la familia, las costumbres y las tradiciones. Un gobierno que no sólo vigile el resultado de las encuestas para adecuar, frenar o prolongar sus acciones, sino que interprete correctamente esas encuestas.

Para saber la verdad se necesita un gobierno que comprenda que el trabajo político es un trabajo en equipo. ¿Qué pasa cuando se dan serios problemas de comunicación, cuando un área clave del aparato de gobierno no tiene los canales necesarios para saber lo que ocurre en la sociedad? Pues pasa que es inevitable que frente a las primeras planas de los diarios… etcétera, etcétera…

 

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