La toma del Senado

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

En los últimos días un fantasma perfiló su siniestra y amorfa silueta en el horizonte de la República: el de un golpe de Estado.

No exagero un ápice. A mitad de la semana en la Cámara de Diputados, bastaron 24 ominosas horas para que la mayoría del partido Morena aprobara al vapor dos decenas de iniciativas, la mayoría de ellas destructoras y delirantes, sin siquiera haberse dictaminado correctamente, ya no digamos discutido y corregido. La “dispensa de trámite” convirtió al pleno legislativo en una descarada y abyecta oficialía de partes para cumplir con la voluntad de un mandatario que luchó durante lustros para ser presidente constitucional y hoy se empeña en erigirse como soberano absoluto.

Afectado en su salud y cerca de iniciar el ocaso de su gobierno formal, Andrés Manuel López Obrador radicalizó su poder y ordenó concluir la militarización de la vida pública nacional, así como acelerar la destrucción institucional que ahora toca a la ciencia y al desarrollo tecnológico, entre otras barbaridades.

Pero a la “noche de los cristales rotos” en San Lázaro, siguió alto todavía peor: la presidencia de la República tomó por asalto al Senado de la República y no necesitó para ello a sus aliados uniformados de verde olivo, ni desplegar comandos de granaderos -esos que dizque ya no existen- alrededor de las instalaciones senatoriales de Paseo de la Reforma.

No, solícitos, abyectos y sometidos, 67 senadores morenistas fueron al mismísimo Palacio Nacional, a rendirle pleitesía a su jefe y recibir directamente instrucciones que el mandatario ya había expresado horas antes al reaparecer en la conferencia mañanera luego de su ausencia por enfermedad. Y la indicación fue: ¡aplástenlos! refiriéndose al grupo de opositores que condicionó el tránsito de las reformas que les envió la Cámara Baja para su ratificación, al nombramiento de un comisionado que permita hacer funcionar al Instituto Nacional de Acceso a la Información Pública (INAI).

López Obrador quiere todo para cerrar su gobierno y perpetuarse indirectamente en el poder. Y en ello le estorba la posibilidad de que vía el INAI se ventilen públicamente los desaseos de su quehacer gubernamental y los escándalos de una negada corrupción que a pesar de declararse oficialmente erradicada vive sus momentos estelares en la historia reciente de México.

No hay pudor alguno para conseguir los objetivos centralizadores y de control absoluto. No importó la vergüenza de construir un falso quórum senatorial de puros legisladores morenistas, que aprobaron 19 dictámenes en una improvisada sede alterna en el patio de la casona de Xicoténcatl, a un frenético y vergonzoso ritmo de una modificación legal o hasta constitucional cada 15 minutos.

Me parece un escándalo de grandes proporciones, pero no debería sorprendernos esta situación protagonizada por un presidente que boicoteó una cumbre de mandatarios de América porque no asistirían sus amigos autócratas de Nicaragua, Venezuela y Cuba, a cuyo dictador felicitó por haber “ganado” nuevamente la presidencia, sin oposición, sin instituciones, sin esperanza de futuro.

Lo que sí nos debe ocupar es tomar en serio la amenaza golpista que nos acosa, porque si el presidente y sus lacayos fueron capaces de lo que vimos en los últimos días, no están lejos de forzar barbaridades futuras que -por qué no- puedan vislumbrar una nueva asonada que explique fatalmente la vocación militarista de la mal llamada Cuarta Transformación.

En Palacio Nacional quieren hacernos creer que son mayoría. No lo son. El país está partido en dos y por eso quisieron y quieren minar al Instituto Nacional Electoral. Por eso la andanada contra el Poder Judicial, donde se ha construido una mayoría de ministros que parecen dispuestos a defender la democracia mexicana.

Es tiempo de definiciones y de consolidar una oposición que -sin distinción de colores partidistas, filias o fobias políticas- sea un verdadero bloque de contención a la perniciosa voluntad autoritaria del todavía presidente de la República, empeñado en pasar a como dé lugar a la historia nacional. Me parece que ya lo logró, pero en un lugar de vergüenza.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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