Corrupción: ¿y eso qué?

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

En las ya fastidiosas conferencias mañaneras, al centenar de afirmaciones no verdaderas, que es un eufemismo de francas mentiras, se han sumado justificaciones para evadir graves señalamientos en contra del gobierno de la mal llamada Cuarta Transformación.

Si ya de por sí no es fácil llenar con declaraciones entre dos y tres horas diarias frente a cámaras y micrófonos, tampoco lo es estar expuesto todo ese tiempo y tener que explicar las irregularidades y los despropósitos del presidente de la República y su círculo cercano, el familiar incluido.

Sin pudor alguno, el solícito vocero Jesús Ramírez Cuevas bloquea temas espinosos y da entrada a la lambisconería de pseudoperiodistas a sueldo que asisten regularmente al Salón Tesorería de Palacio Nacional a rendir pleitesía al soberano disfrazado de demócrata, al aspirante a tirano vestido de presidente constitucional. A veces les resulta, otras no, aunque tarde o temprano emerge lo que no les gusta: las preguntas incómodas que preferirían evitar, el escrutinio del poder de quien también simula un diálogo circular que odia y evade.

Pero entre tantos asuntos, centrémonos hoy en la corrupción, esa que el presidente de la República elimina por decreto y manifiesto de un pañuelo blanco que no es suficiente para limpiar la suciedad del vigente tráfico de influencias, conflictos de interés, delitos electorales y peculados con recursos públicos.

No deja de sorprender la resiliencia presidencial que lo mismo aguantó las incontrovertibles imágenes de sus hermanos Pío y Martín recibiendo flagrantemente sobres repletos de dinero en efectivo destinado al hoy mandatario; los exhibidos contratos de su prima Felipa con Pemex; la relación de propiedades inmobiliarias de Irma Eréndira Sandoval; las empresas de Manuel Bartlett; los sobrecostos infames del Tren Maya y del Aeropuerto Felipe Ángeles; la texana casa gris del primer hijo de la Nación; el desfalco en Segalmex (la Conasupo de la 4T); los viajes a todo lujo del Secretario de la Defensa Nacional y, ahora, la red de negocios al amparo del poder encabezada por otro de sus vástagos, el poderoso Andy.

El lugar común para tratar de salir airoso de tan graves señalamientos ha sido un complot de la “derecha”, campañas supuestamente orquestadas por la “mafia del poder”, ese que ahora detenta quien se queja de él, así como la eterna y ubicua culpabilidad de Felipe Calderón, Genaro García Luna o Carlos Loret de Mola. Por cierto, ¿se siguen fijando que el ejército de abyectos nunca menciona a Enrique Peña Nieto?

El obradorato avanza inexorablemente a su final y pierde margen de maniobra. Por eso también su líder dobla la apuesta polarizadora y -como niño chiquito acorralado- se emberrincha e infantiliza sus alegatos. Encarga la atención de los temas a sus subordinados con la intención de guardarlos en la congeladora, que todavía mantiene helada por ejemplo la explicación de supuestos actos indebidos con los que se justificó la desaparición de fideicomisos públicos.

Nunca hubo en realidad argumentos y datos para contrarrestar las denuncias periodísticas o ciudadanas en contra del gobierno actual, pero conforme avanza el tiempo las respuestas son más endebles, ramplonas y engañosas.

Así, ante los periplos del general Sandoval, los negocios del gran gestor gubernamental Andrés López Beltrán, o la nueva casa prestada de José Ramón, ya la única respuesta es tan cínica como desvergonzada: ¿y eso qué? Tal cual.

Si AMLO no paga un costo electoral por eso, que creo sería lo mejor para México, el cobro será otro, aunque éste sea simplemente el desprestigio histórico de su persona y de su gobierno fallido.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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