Cancillería, al Servicio Exterior Mexicano

Por. Ah-Muán Iruegas

La diplomacia es un oficio que no se aprende ni en seis meses, ni en seis años. Para dominarlo, es necesario tener experiencia durante mucho más tiempo que un simple sexenio. Casi ningún político mexicano puede mostrar eso en su hoja de servicios.

Por otro lado, el anuncio de la salida del canciller Marcelo Ebrard de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ha desatado una ola de ejercicios de prestidigitación para adivinar, como un “vidente”, la identidad del nuevo canciller.

No obstante, eso sirve de poco, salvo para formarse a tiempo en el besamanos.

Antes que eso, resulta más provechosa una reflexión preliminar sobre qué hacer, no solo en la oficina del nuevo canciller, sino en la Cancillería entera, en estos momentos de turbulencia política mayor.

El señor presidente ha señalado hace unos días que el desempeño de Marcelo Ebrard, es digno de elogio incluso en nuestras relaciones “con los Estados Unidos”. Creo que el giro utilizado por el mandatario, es en este caso un logro retórico, más que analítico.

Las relaciones actuales entre México y Estados Unidos, quizá sean hoy las peores del siglo XXI. Varios legisladores de ese país han propuesto acciones militares en México por el fracaso gubernamental para controlar gran parte de “su” territorio, ahora en manos del narcotráfico. Procuradores de diversas entidades federativas estadounidenses han expresado posturas contrarias a los intereses mexicanos. Y el propio secretario de Estado Blinken tuvo que reconocer algunos problemas relativos a su vecino del Sur, durante una comparecencia.

Incluso el expresidente Donald Trump señaló que quien más “se dobló” ante él, fue el canciller de México, cuando al parecer intercambiaron ventajas comerciales estadounidenses a cambio de represión migratoria mexicana, lo cual queda en la biografiar de Don Marcelo Ebrard como una sombra que le persigue.

Lo anterior, aunado a los jocosos yerros del Club de Villamelones que impulsó Ebrard en la cancillería, justifica la reflexión sobre una posible reorientación en esa dependencia.

La reorientación que este breve texto propone, para la última parte de este sexenio, es la asignación de todos los puestos principales de nuestra Cancillería, a miembros del Servicio Exterior Mexicano.

De esta forma, el señor presidente y su círculo político no tendrán que molestarse en asuntos internacionales que no interesan al ámbito político electoral. Y podrán concentrarse, por entero, en ganar sus campañas políticas.

Mientras tanto, los funcionarios del SEM podrán enderezar todos los entuertos en que se ha metido este gobierno. Nuestras relaciones con España, Perú e incluso Ucrania, por ejemplo, pueden mejorar sensiblemente si se manejan por profesionales.

Los funcionarios del SEM ingresan a ese cuerpo por concurso público. No tienen lealtades partidistas ni meramente políticas o facciosas. Su compromiso es con nuestro país y no con un partido o un gobierno en particular, por lo que resultan funcionarios más confiables (que los “grillos” metidos a diplomáticos) en la defensa de los intereses del Estado mexicano.

Subsecretarías, Direcciones Generales, Embajadas, Consulados y otras oficinas, debieran ser todas ocupadas por los experimentados miembros del SEM, como garantía de que no se sigan cometiendo errores infantiles en la Cancillería mexicana, durante lo que resta a este gobierno.

Entre esos yerros, se cuenta la “organización” (es un decir) de conferencias internacionales, como la vergonzosa reunión de la Celac que “condujo” México, donde representantes de varios países terminaron la fiesta prácticamente con “trompetillas y jitomatazos” entre los invitados. Pocas veces se había visto un fracaso tan sólido y notable. No supieron preparar, consensuar ni realizar una reunión internacional, ni siquiera porque se llevó a cabo en su propia casa.

Por su parte, la política exterior “feminista” que Ebrard impulsó, aunque al parecer tenía buenas intenciones, no resiste una fotografía o “poster” de Félix Salgado Macedonio pegado en la puerta de la Cancillería. El senador obradorista fue acusado de violación y a otras desgraciadas mujeres que tuvieron el infortunio de cruzarse en el camino de esa bestia.

Volviendo a la gestión ebrardista, debo decir que sí hubo algunos logros diplomáticos en este sexenio, que más bien fueron obtenidos por el embajador de México y la Misión Permanente ante la ONU. Además del buen desempeño mexicano como miembro no permanente del Consejo de Seguridad.

Me refiero a negociaciones de un Tratado en materia de desarme, que México impulsó de modo notable desde 2017 al menos (con lo cual, sería un logro compartido por las administraciones de Lopez Obrador y Peña Nieto). Pero, infortunadamente, este asunto es completamente ignorado por el gran público.

Las líneas de mando, para lograr una burocracia eficiente, debieran ser respetadas en la SRE y en todas las secretarías de Estado. Pero si los funcionarios piden línea directamente a Palacio Nacional, como ha ocurrido en este sexenio, en lugar de seguir las instrucciones de sus superiores inmediatos, el funcionamiento institucional de la Cancillería se ve mermado con ese desorden. E incluso puede afectar al propio canciller, a quienes algunos embajadores “se lo brincan” y tratan directamente con la Oficina de la Presidencia.

Nada de esto último ocurrirá si las principales oficinas de la SRE son ocupadas por miembros del SEM, que tienden a seguir las vías institucionales, más que las vías del influyentismo o el amiguismo. De manera que el próximo Canciller puede encontrar más aliados entre los diplomáticos de carrera, que entre los “politiquillos” que se van a brincar sus trancas.

El puesto de Canciller, por último (last but not least) puede o no ser ocupado por un diplomático de carrera. No es un requisito que el señor secretario sea miembro del SEM, aunque mucho ayuda haber sido uno de sus miembros.

En diversos países, la titularidad de la cartera de asuntos exteriores, así como diversas embajadas, son ocupadas por algún político cercano al presidente. Lo cual es válido. Aunque en las actuales circunstancias, sería muy útil que el próximo jefe de la cancilleria mexicana, tenga alguna experiencia diplomática y no llegue al puesto, otra vez “a aprender” (como ya ha ocurrido en otros sexenios, tristemente).

En el régimen predemocracia mexicana, cuando comenzaba la rebatinga por la sucesión presidencial o la clase política entraba en crisis por tal o cual motivo, los principales puestos de la cancillería llegaron a ser ocupados por miembros del SEM. Eso sucedió por ejemplo en 1993, cuando la irrupción del Ejército Zapatista de Liberacion Nacional (EZLN), provocó la salida del “canciller por un día” (como si fuera Don Gato), Manuel Camacho Solís y su equipo -entre ellos, Marcelo Ebrard– y la llegada del canciller Manuel Tello como titular de la SRE. Y con él, de muchos miembros del Servicio Exterior Mexicano.

Actualmente, ha comenzado la lucha por la candidatura presidencial. Los políticos oficialistas no tienen ojos más que para sus proyectos personales. Acaso sea mejor que dejen de mirar a la Cancillería un rato y la dejen funcionar correctamente.

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