La institucionalización del mal

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo;

que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz;

que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!

Isaías 5:20

A la memoria de mi padre Miguel Humberto Ramírez Revilla

 

¿Equivocarse?…. todos, no hay uno que no se equivoque, con todo, no es lo que se debe hacer. Actuar en conocimiento de hacer el mal, es algo muy incorrecto porque se sabe que es malo y se hace a propósito, es exceso de maldad; algunos maquillan el proceder nefasto por una imagen de hipocrecía ante los demás; suponen que en tanto nadie lo sabe, no pasa nada; pero se falta a la integridad. Por las dudas, intentan ponderar el engaño como premio a la astucia. Esa es una práctica común de la mala política, por cierto, es una forma muy alabada por los que están convencidos que la política es materia de perversos. Están doblemente equivocados. Todo lo que se siembra, se cosecha.

Y todavía lo que es inaceptable desde el punto de vista que se mire, es trastocar la verdad por la mentira abiertamente y formalizar con mecanismos aceptados en la coherencia social, en su integración; no solo la difusión fraudulenta de falsedades, sino peor, hacer obligatorio mediante los mecanismos normativos acatar lo adulterado por lo verdadero. Y en un grado de mayor degradación humana, enseñarlo a los niños. Eso… eso deleznable, hace el gobierno y hay quienes se solazan en ese lodazal pestilente, bajo pretexto de incorporar en leyes y disposiciones algo que suponen novedoso o sin trascendencia así sea, en el fondo, la intención de decretar la animalidad del ser humano como regla de carácter obligatorio.

Institucionalizar el mal, es con pleno conocimiento de causa elegir y erigir la bajeza como norma legítima y antibandera del ser humano.

Todos esos rollos especulativos de clonar a los individuos, despojarlos de su personalidad natural y de sus capacidades de discernimiento con la realidad, son atentados a la libertad racional. En eso radican los intentos subrepticios de pasar por buenos y educativos, libros propagandísticos que promueven el odio de clases, la confusión natural de los sexos y tantos prejuicios y resentimientos que sus autores, ávidos de hacer de la maldad un monumento de algo recomendable, ansían que la niñez se sume a esos descalabros morales y contiendan con sus padres y verdaderos mentores inyectándoles la amargura a sus vidas como brújula de sus desatinos.

No es extraño que padres, expertos educadores en la reingeniería social y hasta clérigos sectarios antifamilia, consideren la semilla de la maldad mejor que dejar de apoyar al aparato de manipulación del gobierno.

Se conoce como premisa de fe que paralelamente al desarrollo de la ciencia, paradójicamente las raíces de la opresión moral también alcanzarán fuerza. El objetivo es la destrucción de todo lo bueno, lo admirable, lo edificante, lo de buen nombre, con el fin de ahogar el libre desempeño de las personas, alterándoles el horizonte formativo para sumirlos en el desaliento y en el escepticismo subjetivista como plataforma de despegue de la destrucción de la raza humana.

Porque como coméntaba el buen amigo Paul Chávez, se confunde el relativismo moral que admite que no hay verdades intrínsecas, sino opciones relativas, y se trata de rebatir con la invocación, así nomás, por mencionarla, con la teoría de la relatividad de Einstein. Cuestiones definitivamente distintas, que no caben en el mismo supuesto.

Y como no hay fecha que no se cumpla, nos vamos acercando a tomar decisiones colectivas para el 2024 con ánimo resuelto, muchos, de detener la institucionalización de la maldad en México. Enhorabuena.

En principio hay que definirse en el ámbito político, en el que servidores públicos de este régimen, equivocadamente intentan absorver esferas que no les corresponden; es preciso entender que está en juego la libertad propia de la esfera familiar, por cierto bien definida en el artículo 16 constitucional, donde hay plena libertad a la vida privada y con ello al seno de la misma: la familia.

El gobierno no puede meterse con los valores familiares y con la educación moral de los menores, que dependen de la familia, y de las familias con tronco natural; porque absurdamente el gobierno también intenta desfigurar, en esta confusión provocada por mentes retorcidas, los principios biológicos, por alegatos subjetivos como si fueran verdades comprobadas y no, ideologías de moda propulsoras de la inmoralidad institucional. En esto invaden la esfera de la ciencia y pretenden adulterarla.

Y la institucionalización del mal no solo es en la invasión de las esferas familiares, educativas, científicas o morales; sino en la propia sociedad. Es el mismo gobierno promoviendo la división con fines de ruptura entre la colectividad social: pobres contra ricos, clase media contra lumpen proletariat, hombres contra mujeres, desadaptados contra los que no lo son; adoradores del jefe político contra críticos del mal gobierno, personas sin aspiraciones contra los que aspiran a mejorar sus vidas, etc; contrariando los principios societarios de cohesión, integración, adaptación, consecución de objetivos comunes y mantenimiento de paustas (valores) que deben estructurar funcionalmente una sociedad fuerte (Talcott Parsons).

Lo grave además es la institucionalización del mal en la esfera del gobierno, donde el gobierno, nadie más, debe poner todo su empeño porque para eso existe, es la única razón de su existencia: poner orden en la sociedad, tomar el timón de la nave y llevar a puerto seguro la vida y posesiones de las personas. Ni una sombra de duda debe caber en el buen gobierno cuando cumple con su primer compromiso, que es matener la certeza de que cada ciudadano que sale de su hogar a trabajar, a estudiar, a pasear, a ir de compras pueda regresar sano y salvo, sin sobresaltos de vuelta a su hogar. Ese es el fin, no puede abdicar a no combatir de frente al mal.

Ese es el trabajo del gobierno, si se niega a hacerlo, es negarse a gobernar, es dejar que la nave la azote la tormenta sin intentar tomar el timón, alegando que las tormentas pasan y que la tormenta que hace que naufrague el barco también pasará…

Una vez destrozada la barca de México, ojalá no te arrepientas amigo, de no haber detenido en lo que a ti te corresponde, la institucionalización del mal.

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