El sincretismo cultural del Día de Muertos: legado de identidad

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

¿Acaso de verás se vive con raíz en la tierra?

No para siempre en la tierra:

sólo un poco aquí.

Aunque sea de jade se quiebra,

aunque sea de oro se rompe,

aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.

No para siempre en la tierra:

sólo un poco aquí.

Nezahualcóyotl

A inicios de noviembre se conmemora en nuestro país una de las tradiciones más representativas, conocida en todo el mundo como el Día de Muertos. Parte de esta popularidad se la debemos a Disney y a la exitosa película Coco, que, a pesar de estar marcada por la visión estadounidense de los estudios de la compañía, recuperó buena parte de los simbolismos que componen esta tradición y la dio a conocer globalmente en tiempos de la posmodernidad, contando una historia cliché de las familias latinoamericanas, donde el héroe siempre antepone el bien de la familia extensa por encima de sus deseos individuales.

Pero más allá de la narrativa fantástica de Disney, el Día de Muertos es una herencia arraigada en las tradiciones de nuestra población, surgida de un sincretismo cultural que ha unido factores disímiles, transformándolos en prácticas que se adaptaron en diferentes sitios. El sincretismo cultural es la amalgama de creencias, prácticas, mitos y ritos, tradiciones y valores, de varias culturas que generan un entramado donde coexisten sus orígenes, pero representan algo completamente nuevo.

El sincretismo cultural ha sido una constante a lo largo de la historia y ha tenido lugar en todos los grupos humanos. Precisamente por eso, hablar de pureza cultural y todavía más de “razas” resulta no únicamente una falacia, sino completamente impráctico. Las culturas y civilizaciones son producto de encuentros continuados con otros seres humanos que se dan por procesos migratorios, alianzas familiares, colonización y dominio, o en nuestros días, sencillamente por la globalización, gracias a la cuál ideas e información viajan a gran velocidad y sin fronteras.

El sincretismo cultural es el creador de elementos identitarios que se arraigan en las sociedades, la hibridación de elementos se convierte en un producto nuevo que define al grupo y le permite fortalecer sus vínculos y distinguirse del exterior. Los sincretismos no solamente son religiosos, como ha ocurrido, por ejemplo, con el culto a la virgen de Guadalupe y la adoración de la diosa Coatlicue; sino que también atraviesan la música, el arte, la gastronomía, la organización social, la arquitectura, las formas de interacción, la educación y prácticamente cualquier proceso surgido de la acción humana.

El sincretismo cultural genera diversidad y permite el encuentro con el otro de manera pacífica, y la mayoría de las veces, en procesos lentos y largos, que pasado el tiempo personifican la adaptación humana y la formación de identidades. El Día de Muertos en México es la combinación de distintas prácticas provenientes de culturas completamente diferentes, y tratar de encontrar su origen en una sola es infructuoso y restrictivo. La narrativa de nuestra historia moderna siempre ha estado marcada por la lucha entre la hispanidad y el origen mesoamericano dependiendo de factores políticos o económicos, pero este enfoque olvida la complejidad de los procesos.

Si renunciamos a la politización de la comprensión de los fenómenos históricos y antropológicos, nos daremos cuenta de que la riqueza del Día de Muertos la debemos a un largo proceso histórico que es parte de nuestra identidad. Las antiguas civilizaciones mesoamericanas, como los nahuas, los mayas o los purépechas, creían en la vida después de la muerte y hacían ceremonias que permitían conectar a los vivos con las personas que se habían ido y honrarlas. Si bien no es el único, quizá el origen mesoamericano más conocido es el de Mictlán, como se le llamaba al inframundo o lugar de los muertos, un concepto básico para explicar la vida del más allá con una mitología propia.

El Mictlán era la región a donde llegaban las almas de los difuntos después de un largo viaje emprendido después de la muerte, pero su destino no necesariamente era definitivo, tenían que enfrentarse a desafíos para alcanzar su destino final, como cruzar el río Apanohuaia, a veces ayudados por un Xólotl. El Mictlán estaba gobernado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, señor y señora del Inframundo quienes supervisaban el destino de las almas. Los vivos tenían la función de ayudar a las almas de los muertos en su travesía ofreciendo alimentos, bebidas y los objetos que les habían pertenecido en altares. Algunos de los muertos que lograban superar el Mictlán llegaban a renacer en forma de aves, mariposas o flores.

Algunos investigadores sugieren que el Día de Muertos está influenciado también por la festividad celta Samhain, un rito agrícola que marca el final de la temporada de cosecha y el inicio del invierno, celebrado del 31 de octubre al primero de noviembre y altamente relacionado con el moderno Halloween. La festividad significa “fin del verano” y preparaba a los habitantes de una zona tan fría como Irlanda, Escocia y Gales para recibir el periodo de descanso. Para ahuyentar a los espíritus malignos se utilizaban máscaras que salvaguardaban la identidad de los vivos.

Los celtas en Samhain sacrificaban animales para almacenar carne, encendían hogueras para purificarse contra los espíritus malignos y creían fervientemente que el velo entre el mundo de los vivos y de los muertos era mucho más delgado que en otras temporadas del año, por lo que era posible comunicarse con ellos; por eso se tenía la certeza de que los espíritus de los muertos visitaban a sus familiares y seres amados que permanecían vivos. Afuera de las casas se ofrendaba comida, bebida y regalos para apaciguar a los espíritus.

Los sincretismos de las tradiciones celtas con el mundo católico medieval trajeron algunos de estos elementos a América en la festividad llamada Día de los Fieles Difuntos, que se ajustó en el calendario el 2 de noviembre. La visita a los cementerios y la incorporación de elementos católicos a los altares, como santos o veladoras, dieron un toque propio con la intención de combatir el paganismo. La tradición católica ora por las almas del purgatorio, pues piensa que están a un paso de entrar al cielo y deben ser purificadas. También se lleva a cabo la llamada misa de réquiem o de los fieles difuntos, donde se pide a Dios misericordia por los que se han ido, y en algunas casas se ofrecen velaciones y novenarios.

Estos elementos se han venido combinando, dando lugar a una enorme variedad de representaciones culturales que no son unívocas ni están estáticas. Una de las más interesantes, por ejemplo, es la celebración del Xantolo, el Día de Muertos de la Huasteca que extiende la ritualidad por semanas e incorpora las tradiciones de la zona, como los huapangos y las procesiones. Los pueblos originarios han abrazado este sincretismo cultural en múltiples facetas, enriqueciendo nuestra herencia nacional y representando la existencia más allá de los límites de la vida, asumiendo la muerte como un proceso natural que nos acompaña, igual que los seres amados que se fueron antes, hasta el día en que también nos toque partir.

Manchamanteles

Y sólo porque sí, me escribí a mí mismo una calaverita literaria:

 

En una fría mañana, con su café en la mano,

Boris escribía con esmero su rizo de la semana,

cuando alzó la mirada, doña Parca, algo temprano,

lo miró muy apenada, cual si también fuese humana.

 

Boris, amigo mío, lamento el inconveniente,

aunque estés tan ocupado vine para llevarte.

Rizando el rizo me encuentro, flaca muerte inoportuna,

más si vienes y me ayudas podría cambiar tu fortuna.

 

La Muerte, conmovida, viendo que él no cedía,

se acomodó a su lado y le sonrió con alegría.

Pasaron hora tras hora, Boris y ella conversando,

hasta que se agotó el día y a la Parca llamaron.

 

Amigo ya debo irme, vuelvo como en treinta años,

por rizar rizos contigo se me amontonó el trabajo.

 

Narciso a la muerte

Yo no le tengo miedo a la muerte, temo que no haya nada después.

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