Destrucción institucional: los verdugos

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Al cumplirse 5 años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, las imágenes del devastado puerto de Acapulco parecen ser una alegoría de la destrucción institucional que ha sufrido el país en este último lustro.

Mientras que el verdugo de la infraestructura física y productiva en la costa de Guerrero fue el huracán “Otis”, los vientos categoría 5 de la mal llamada Cuarta Transformación han dado cuenta de una buena parte del entramado gubernamental. Como los acapulqueños, cada uno de estos casos de los que hablo tiene sus propios verdugos.

La ambición desmedida de José María Rioboó y la sed de venganza y poder de su amigo, el presidente de la República, dieron cuenta de un aeropuerto que simplemente no existe, aunque lo sigamos pagando

El criminal Hugo López Gatell blandió su guadaña y desapareció de la faz de la tierra al Seguro Popular justo antes de una pandemia previsible y pésimamente administrada: 750 mil muertos, el resultado.

Raquel Buenrostro y Tania Lagunes desgraciaron un sistema de distribución de medicina ciertamente corrupto pero funcional, por lo que ni abatieron la corrupción ni mejoraron el abasto médico. Al contrario, escasez criminal.

Otrora jueza constitucional, la toga de Olga Sánchez Cordero se convirtió en túnica y capucha de verdugo para acabar con su propio prestigio, pero también con la fuerza sistémica de una Secretaría de Gobernación ahora convertida en museo de floreros.

Dos periodistas hicieron su trabajo de fatales justicieras terminales: Rosa Icela Rodríguez culminó la destrucción de la fuerza de seguridad pública federal y la entregó a los militares, mientras que Sanjuana Martínez dejó caer su hacha vengadora contra la agencia mexicana d noticias Notimex.

Desde alguna de sus 26 casas, Manuel Bartlett devolvió a la tumba a una Comisión Federal de Electricidad que emergía poco a poco a la luz de la eficacia y de la competencia, en tanto que el agrónomo Octavio Romero Oropeza puso la almohada sobre la cabeza de un Pemex herido de muerte y agonizante en su propio lecho.

El más notorio de los verdugos, con su túnica naranja fosfo, Samuel García mató el orgullo regio, cuyo empuje empresarial jamás había cedido a los despropósitos de los políticos en turno. Nuevo León al patíbulo.

También hay verdugos que arrasaron con el andamiaje de la ciencia y la tecnología, y mataron de hambre a estudiantes, becarios y postulantes de posgrado: ahí están María Elena Alvarez-Buylla, Beatriz Gutiérrez Müeller, Delfina Gómez y Leticia Ramírez. Por su lado, Pedro Salmerón, Marx Arriaga y su pandilla accionaron la guillotina sobre los libros de texto gratuitos.

Otras víctimas: el feminismo, las madres solteras, los niños con cáncer, los creadores y artistas, los verdaderos servidores públicos que perdieron su trabajo y con ello, el gobierno adolece ahora de falta de preparación técnica y talento.

De los verdugos de la 4T podemos hacer un álbum Panini, en cuya portada estaría el mayor y más despiadado de todos: Andrés Manuel López Obrador, con todo y su pañuelo blanco inútil, sus promesas incumplidas y su otro nombre que nunca conoceremos, su absurda y costosa utopía y sus ridículas justificaciones y pretextos.

Cinco años y nada qué celebrar. Al contrario, es tiempo de reflexión de cara a un proceso electoral cuya funcionalidad también ha sido objetivo del destructor. Pero hay esperanza, porque la acción ciudadana y la Suprema Corte ya nos mostraron el camino. ¡Venga!

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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