La sociedad civil el obstáculo definitivo a las tiranías de la democracia

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

“existe tiranía de la mayoría en la medida en que se desconocen los derechos de las minorías.”

Alexis de Toqueville 1835

El mayoriteo ha sido una práctica muy nociva que nace de la centralización del poder que desconsidera las partes del todo, forzando autorreferencialmente sus propios beneficios. Ganar una elección sin reflexionar en recrear la unidad, con respeto de los derechos de todos los gobernados, es la credencial de la tiranía. Por ello Tocqueville, el primero y más importante analista histórico sobre la democracia en su famoso libro “La Democracia en América” discurrió sobre los peligros que tiene esta forma de gobierno, cuando la mayoría impone los diversos poderes del estado, el ejecutivo, el legislativo, incluso criticando lo que veía en algunos estados de Estados Unidos, donde se elegían jueces; una avalancha arrolladora, contra la libertad individual y la defensa de los ciudadanos, por ello denominó al fenómeno como la “tiranía de la mayoría”.

Obviamente el pensador francés parece haber sido muy poco consultado por quienes en México han aspirado o ejercido algún cargo público. Su pensamiento es un antídoto al deseo de perpetuarse en el poder y obrar contra las instituciones. Si lo leyeran, dirían en sus adentros: ese escritor le quita lo mero bueno a la política, para que tanto enredo si de lo que se trata es experimentar ocurrencias y no pagar por los fracasos.

Tocqueville afirmaba también que siempre la gente preferirá una mala mentira que una buena respuesta compleja. Por eso la gente no lee, ni le gusta desmenuzar los asuntos para razonarlos correctamente y los políticos astutos prefieren ofrecer una consigna falsa y aventar maquinaría con todo, máxime cuando tienen votos clientelares, que se pagan con los impuestos dedicados a los servicios públicos. Y luego se sorprenden los ciudadanos que no haya suficiente agua almacenada, energía accesible, ciudades limpias o calles y carreteras transitables. No digamos el tema de la seguridad que está en el sótano de interés del gobierno.

La tiranía de la mayoría se da precisamente en el contexto de la democracia, porque en el de la monarquía, la aristocracia hacía el papel de equilibrio, expresaba esta paradoja el estudioso, en la que los señores del modelo feudal, raramente aceptaban a la primera las directrices del monarca, no sin antes plantear sus diferencias y negociar con base en la distinción de intereses.

No en vano Luis XIV el rey sol, como se solía autonombrar, creó en Versalles un operativo político en el que tenían que habitar palaciegamente numerosos aristócratas, separándolos de sus tierras y vasallos para mantener un control político que le dotó a este rey francés de una fuerza centralizadora. Los entretenía en distracciones y juergas para apagar disidencias.

En la democracia gana la mayoría y por eso es un mejor modelo, siempre y cuando como decía Giovanni Sartori, inspirado también en Tocqueville; se respeten de parte de los que triunfan, los derechos de las minorías, si no es así, deja de ser un sistema democrático. No basta ganar por mayoría, porque se postulan las personas para gobernar o legislar por un territorio completo y para todos sus habitantes, de ninguna manera para gobernar solo para los que votaron por ellos, excluyendo a los demás.

Obviamente el gobierno actual de nuestro país, no es democrático porque solo pretende beneficiar a la clientela adicta a ese grupo; atropellando a los poderes, en este caso, al poder judicial, o a los periodistas, y en general a los ciudadanos que suponen les son contrarios. Se configura de este modo una tiranía democrática, en la que se proponen frivolidades legales y hasta constitucionales para mantener viva la codicia del poder. Ya solo falta que se proponga una ley de ganar el doble y trabajar la mitad por decreto, por supuesto que esas mentiras hacen soñar a los incautos que no son pocos.

Y contra cualquier tiranía democrática Tocqueville en el estudio que realizaba en la naciente nación estadounidense, se dio cuenta que existía una fuerte posibilidad de detener esa tendencia natural de tiranizar a la democracia por parte de la mayoría, porque existían asociaciones privadas desligadas del gobierno, autónomas e independientes donde los ciudadanos manifestaban intereses productivos, religiosos, de índole social y muy variados, cuya existencia no dependían de los procesos electorales o del control de alguna estructura del gobierno. Por ello expresó, que la sociedad civil era imprescindible en una democracia.

Actualmente la participación de los ciudadanos en el mundo donde la práctica democrática es una constante, surge desde esta sociedad civil que de ninguna manera es ambigua, sino organizada por múltiples agrupaciones que representan intereses más allá de los representantes partidistas en los congresos legislativos. Son una fuerza real y estructurada que genera demandas directas a la toma de decisiones políticas del sistema.

Me refiero a una participación persistente con voluntad propia, que se diferencia de la expresión ciudadana que resulta amorfa y motivada por factores relevantes en el momento. Una marcha a favor del INE o de la democracia o las que se realizaban por la inseguridad del gobierno de Obrador en la Ciudad de México, fueron movilizaciones muy importantes, pero evanescentes. Porque no estaban plenamente acreditadas como sociedad civil organizada, es decir, como suma de intereses específicos.

Claro, que actualmente muchas organizaciones no son fugaces pero todavía se necesita que este proceso de ciudadanizar los procesos políticos se fortalezca y aglutine mucho más temas e intereses de la demanda social, por supuesto intereses con directrices integrales de la sociedad, no intereses anómicos de grupos, desestabilizadores de la sociedad, que una vez logrados ciertos propósitos, impongan criterios absurdos como desterrar la lengua por modos que ponderen arteramente un gandallismo de minorías, o como en otros países los lobistas de la pederestía o del canibalismo.

Se trata de impulsar la cultura civilizatoria y de restar abuso de las mayorías sin fomentar supremacismos, que eligen la mentira por encima de una verdad que ciertamente implica la conciencia y un esfuerzo por tratar de usar el cerebro en asuntos que sí importan para todos.

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