México anhela representatividad ciudadana

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

México desde el año 2000 experimentó un cambio de paradigma político al triunfar un partido distinto al partido que por más de setenta años había conducido el sistema político del país. Se respetó oficialmente el resultado del voto y la sociedad mexicana creyó que ya estaba dentro de un sistema político plenamente democrático, aunque solo se avanzó limitadamente a una alternancia de poder hacia otro partido.

Han habido mejoras legales en los temas de financiamiento y rendición de cuentas en las etapas electorales, pero el sistema ha seguido cojeando, con un fruto híbrido que no cumple a cabalidad con las condiciones para consolidar el proceso democrático. La prueba es que hoy, se quiere revertir lo avanzado, hasta el punto de reedificar una dictadura que nunca se ha visto en México en los más de docientos años de ostentarse como independiente.

Para entender este proceso hay que rescatar la definición mínima de democracia que hace Giovanni Sartori, indudablemente el politólogo mas prestigiado en las últimas décadas del siglo XX.

Para el estudioso italiano la democracia tiene dos condicionantes:

· Por una parte que el sistema político adopte la regla de la mayoría para elegir a los gobernantes, y

· que se respeten los derechos de la minoría.

Si solamente entendieramos a la democracia con uno de esos componentes, el de la regla de la mayoría, entonces en México con el PRI durante siete décadas ya se tenía una democracia, porque independientemente de las formas, en realidad la gente votaba en la mayoría de los casos, por ese partido, al que técnicamente se le ha considerado como autoritario.

Y es que el mayoriteo o populismo, -su verdadera definición- pretende implantar unicamente un gobierno que beneficie a la mayoría que votó para triunfar y excluye a los que no ganaron; los considera fuera del compromiso, aún cuando el candidato que se postuló fue con la pretensión de gobernar para toda la población o para la circunscripción, distrito, estado o municipio que se trate.

En un sistema democrático serio el candidato ganador trata de ser congruente con la corriente política e ideológica que le dio cabida, al darle preferencia a las políticas públicas que se identifican con las necesidades reales de la población y en todo caso, con el enfoque específico con su partido de origen sin desdeñar las prioridades importantes de la sociedad que le tocan ejecutar al gobierno; es útil también intentar dialogar los proyectos con la oposición. Pero de ninguna manera se trata de cancelar los derechos de la minoría que no votó por el que haya triunfado .

En otras palabras puede intentar dentro de la autorización de la ley, preferir aplicar beneficios para ciertos sectores de su base apoyadora; pero por ningún motivo en detrimento de los derechos de los que perdieron en la elección. Son derechos que no puede transgredir.

Por eso cuando un régimen no respeta a las minorías y promueve una división que va afectar la integridad del tejido social, la democracia como sistema tecnicamente ya fracasó; porque se recrearon formas discriminatorias e invasivas a los derechos constitucionales de una parte de la sociedad. Es el caso de México, el que gana pretende tomar todo el poder.

Por eso la democracia requiere un cuidado y respeto por las leyes, porque son las reglas por medio de las cuáles se ejecutan los programas previamente discutidos en el seno del debate parlamentario e insustituiblemente en los ámbitos de la sociedad civil.

Este peligro de la democracia de convertirse en una tiranía de la mayoría como sucede en los países en los que se adopta solo el criterio del mayoriteo, fue ampliamente abordada por el principal estudioso de la democracia, el francés Alexis de Toqueville, quien desde la primer tercio del siglo XIX, veía fracasar en Europa los modelos democráticos que se pervertían cuando la mayoría cortaba en los hechos, los derechos de la minoría.

Toqueville descubrió que en la Unión Americana funcionaba el paradigma, porque tenía una sociedad civil participativa que hacía contrapeso al sistema burocrático y a las mayorías parlamentarias, desarrollando demandas de la sociedad civil en la que los gobiernos y las clases políticas, incluyendo los partidos no tenían injerencia. Eran demandas independientes respaldadas por los ciudadanos a quienes les interesaban mucho más temas, mas precisos que los temas que el gobierno trataba de modo convencional, y que por principio de legalidad debían ajustarse al respeto irrestricto de las leyes.

Porque el aterrizaje del estado derecho se sintetiza en algo que normalmente se viola en los países con democracias precarias: los gobernantes no pueden hacer nada, absolutamente nada que no especifiquen las leyes, mientras los ciudadanos pueden hacer todo, en tanto las leyes no se los prohiban.

En los países en los que la sociedad civil permite abusos son los gobernantes los que hacen o dejan de hacer cosas que a ellos les convienen, porque la sociedad es un cero a la izquierda en tanto no propone nada de modo independiente.

Y surge de esas carencias, de modo natural un cáncer político: la demagogia, sobre la base de ir a la palestra en una competencia desbocada, para proponer más ocurrencias o mentiras, que por supuesto no tienen sentido porque si el sistema fuera sólido y no poroso, tendría muy bien definida la demanda ciudadana, mediante la sociedad organizada, y sería ésta y sus verdaderos representantes los conductores de las necesidades reales y prioritarias de la sociedad.

Porque se tiene que romper la inercia de que los candidatos que se postulan se representan solo a ellos, a sus camarillas y partidos; por eso la gente no vota; porque la mayor parte no tienen una vinculación real con la sociedad, y los pobladores se preguntan ¿quiénes son?, ¿qué han hecho? o ¿qué me dan?

La falta de legitimidad política desanima la participación.

El camino tradicional de las candidaturas es bien conocido por el votante. Son los de siempre o de pronto sacan de la manga líderes supuestos que se venden como dioses, presentándose como si todo lo pudieran y de modo atrevido, repartiendo dinero ajeno porque es de los contribuyentes, entre la gente que quieren comprar electoralmente, usando recursos que se debían de destinar a los servicios públicos: seguridad, agua, drenaje, pavimentación, salud, educación, entre otros y osan en esa locura ofrecer hasta felicidá…

Por eso se gastan enormidades en publicidad y mercadotecnia, porque son productos efímeros, inventos de última hora, sin probanza en el ejercicio público, sin credenciales, cuates de los jefes de las siglas. Punto.

En consonancia, la gente tiene la brújula perdida y sin reflexionar, permite que las burocracias partidistas o gubernamentales que se han apoderado del terreno de la demanda social real, la manipulen de manera unilateral, desmoronándola porque su interés no es recrear una serie de bribonadas y negocios que no tienen llenadera; gastando lo que la sociedad no quiere gastar porque nunca ha sido determinado por ella.

Algunas contadas veces hacen la farsa de consultar a la gente mediante lídercillos adictos a los regímenes, o grupos de notables, que según dicen representan a la sociedad civil. Patético.

En pocas palabras urge revertir la pirámide de las decisiones arbitrarias de las clases políticas sin conexión viva y eficaz con los ciudadanos que parecen y son en el mundo real, ciudadanos imaginarios, a menos que se demuestre lo contrario.

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