Carlos Arturo Baños Lemoine.
Seguimos en marzo, el “mes de las mujeres” para efectos del marketing político, y por ello vale la pena recordar que la semana pasada nos enteramos de un lamentable y reprobable hecho que bien puede considerarse como parte esencial de la nefasta mitología feminista. Fue un caso muy sonado.
En la Ciudad de México, un día de marzo por la mañana, una señora abordó un taxi de aplicación. Poco tiempo había pasado tras el ascenso cuando se dio un desacuerdo entre el taxista y la usuaria. La usuaria adujo que tenía mucha prisa y que había mucho tráfico, factores totalmente independientes del taxista. Y, ante el tenso desacuerdo, el taxista le sugirió a la usuaria que se bajara de la unidad sin que tuviera que erogar un solo centavo.
Pero la usuaria, en el colmo de la prepotencia y de la mala fe, le dijo al taxista: “De verdad que te voy acusar de acoso, no te voy a pagar ni madres, pinche culero, mierda”. Pero lo que al parecer no sabía la señora gruñona es que el taxi llevaba una videocámara, la cual grabó toda la escena.
Podría tratarse de uno más de los capítulos de esta gran y neurótica ciudad, pero resulta que tiene un ingrediente peculiar, que ya se ha hecho costumbre en nuestros tiempos: la conducta abusiva a la que recurren muchas mujeres al amparo de la narrativa victimista que ha impuesto socialmente la mitología feminista.
Al menos desde la aparición del movimiento fascista del #MeToo (2017), la mitología feminista ha logrado inocular su irracionalismo androfóbico en muchos espacios sociales, a fin de que las acusaciones de toda índole realizadas por mujeres que se autodeclaran “víctimas” sean consideradas como “verdades divinas”, sólo porque sí, sólo porque ellas las pronuncian. Ya saben, se trata del dogma feminista de “Yo sí te creo, hermana”.
Por supuesto que todos los varones se hallan en extrema vulnerabilidad ante un sistema de justicia y un sistema mediático que se han dejado contaminar por la mitología feminista. La balanza de la “justicia”, pues, se halla inclinada de inicio en contra de los varones y, ahora, a los varones se les niega de facto el principio jurídico de la presunción de inocencia. Por influjo de la funesta mitología feminista, ahora los varones deben demostrar que ellos no son culpables, cuando se supone que el Derecho Penal Moderno impone la carga de la prueba a la persona que acusa.
Gracias a la videocámara que llevaba en su auto, el taxista pudo demostrar no sólo la prepotencia de la usuaria sino también la cínica amenaza de acusar al taxista de acoso con ánimo de perjudicarlo.
Eso es lo que el feminismo les está enseñando a las mujeres: a desplegar comportamientos abusivos y dolosos contra cualquier varón que se oponga incluso a sus caprichos. ¡Y tanta gente incauta que se la pasa apoyando al feminismo!
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