Raúl Flores Martínez.
La complicidad de las autoridades municipales de Teuchitlán ha quedado al descubierto tras la reciente revelación de un campo de adiestramiento del Cártel Jalisco Nueva Generación, donde nuevos sicarios eran entrenados para matar con precisión y brutalidad.
El hecho expone, una vez más, la infiltración del crimen organizado en las instituciones municipales y la alarmante pasividad —o franca colusión— de las autoridades locales.
De acuerdo con reportes militares y de entrenamiento, el campo de estaba operando con total impunidad, a plena vista de las autoridades de Teuchitlán, quienes no solo tenían conocimiento de su existencia, sino que también lo toleraban bajo una red de sobornos y complicidades.
La presencia de este centro de adiestramiento y exterminio revela que las autoridades municipales, lejos de combatir al crimen, han permitido que el CJNG se fortalezca y extienda su control territorial.
Algo similar se dio en agosto de 2011 en el poblado de El Sombrerito, en Tepalpa Jalisco, donde se descubrió uno de los primeros campos de adiestramiento del llamado cártel de La Resistencia.
Al igual una zona conocida por las autoridades locales que hacían cómo que no ven, escuchan por los sobornos que daban semanalmente o en su defecto, amenazaban con matar a sus familias.
No es un secreto que las autoridades de Tepalpa y ahora de Teuchitlán no solo omitieron actuar ante la presencia de estos campos, sino que, según testimonios anónimos de elementos de seguridad y pobladores de la zona, eran conscientes de las actividades ilícitas que se desarrollaban en el lugar.
Policías municipales, agentes de tránsito y funcionarios locales habrían sido sobornados para garantizar la discreción y evitar operativos en la zona.
Las operaciones del CJNG en Teuchitlán no solo evidencian la infiltración del crimen organizado en las instituciones locales, sino también la corrupción sistémica que ha permitido que los cárteles se conviertan en territorios enteros en zonas de entrenamiento y exterminio.
Jalisco es hoy el epicentro de las operaciones del CJNG, una organización que ha consolidado su poder mediante el uso de violencia extrema y una red de complicidades políticas y policiacas. La creación de campos de adiestramiento es una pieza clave en la estrategia del cártel para mantener su dominio territorial y militarizar su estructura operativa.
El silencio de las autoridades locales no solo permite que estos centros de entrenamiento operen con libertad, sino que también facilitan el reclutamiento de nuevos sicarios y la expansión de la influencia del CJNG en la región. La falta de respuesta de las instituciones de seguridad y justicia refuerza la percepción de que Jalisco es un estado donde el crimen organizado ha logrado someter a las estructuras de gobierno.
