¡Adiós, don Óscar Chávez!

Carlos Arturo Baños Lemoine (y amigos).

A los 85 años, murió “El Caifán Mayor”, don Óscar Chávez, el pasado jueves 30 de abril de 2020. El COVID-19 aniquiló a una de las voces mexicanas más emblemáticas de la trova latinoamericana, la música de protesta y el folklore.

Un hombre admirable en muchos sentidos, que supo mantenerse erguido en muchas situaciones tormentosas. Dueño sobre todo de su canto y escéptico incluso frente a los “políticos de izquierda”.

Tuve el enorme gusto de conversar y convivir con él en varias ocasiones, y tuvimos varios conocidos en común. La grilla política y la farándula acercan a las personas tanto como las distancian.

Políticamente siempre se inclinó hacia la izquierda, pero al estilo de José Saramago: “comunismo hormonal”. Cuando pocos mueren de indigestión y millones mueren de hambre, podemos intuir que algo anda mal en el mundo. El “comunismo hormonal” no se caracteriza por alimentarse de muchas ideas teóricas y abstrusas, sino por encunar en sus entrañas un espontáneo y primitivo sentimiento de inconformidad hacia las desigualdades que lastiman a la humanidad.

Foto: México Desconocido

Óscar Chávez era, pues, un “comunista hormonal”. De hecho, por eso también se mantuvo alejado siempre de la política partidaria de izquierda, que incluso llegó a ofrecerle candidaturas y “huesos”. No terminó de confiar en los “políticos profesionales”, aunque se dijeran de izquierda.

Él creía más bien en los movimientos sociales y en las organizaciones de base, en las organizaciones populares. Su último compromiso, en este sentido, fue el apoyo a la fallida candidatura independiente de la zapatista María de Jesús Aparicio (Marichuy), en las elecciones presidenciales de 2018.

En el ámbito de “la grilla” artística, Óscar Chávez intentó enfrentar al statu quo: con la creación del Sindicato de Actores Independientes (SAI), a finales de los años setenta del s. XX, Óscar Chávez pretendió enfrentar a la poderosísima Asociación Nacional de Actores (ANDA), entonces alineada con el PRI y con Televisa.

A la cabeza del movimiento de actores disidentes estaba Enrique Lizalde, pero también contó con el apoyo de personajes como Claudio Obregón, Enrique Rocha, Rogelio Guerra, Julio Alemán, César Costa, Sergio Jiménez, Héctor Bonilla, Kitty de Hoyos, Raquel Olmedo, Alejandro Ciangherotti, Jaime Garza, Pilar Pellicer, Claudio Brook y Armando Silvestre, entre muchos otros.

David Reynoso, quien por entonces era el Secretario General de la ANDA y quien llegó a ser diputado federal por el PRI (1979-1982), se encargó de la operación política para vetar a los inconformes hasta reventarlos. Se les cerraron casi todos los espacios, sobre todo los dos más importantes: Televisa e Imevisión.

En ese entonces, yo formaba parte de las “juventudes revolucionarias” (tan “revolucionarias” como oficialistas, obvio) y, como “cerillito” (empacador) de Sumesa, tenía mi credencial “chueca” del recién creado (1977) Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud (CREA)… ¡y viví esa grilla muy de cerca!

Por instrucción presidencial, las “juventudes revolucionarias” operábamos en torno al generoso David Reynoso, sobre todo cuando fue diputado federal (cuota de la ANDA), pero a ratos nos íbamos a apoyar a los “compañeros revoltosos” del SAI, un sindicato que nunca terminó de cuajar. Y en esas grillas vi de cerca, por primera vez, a don Óscar Chávez… ¡cantando por supuesto!

“¡Qué chingón canta este wey, me cae de madres!”, nos decíamos los chavos del CREA. Muchos años después, supe que uno de mis cuates del CREA, uno de los más “rojillos”, por cierto, en realidad era “oreja” de David Reynoso. Hasta donde supimos, mi cuate hizo tan bien su chamba que lo recompensaron con un “hueso” en la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), poco antes de que ésta desapareciera en 1982.

Foto: Cuartoscuro

El SAI nunca terminó de nacer jurídicamente y terminó por extinguirse como organización allá por 1985, en medio de pleitos intestinos.

La inmensa mayoría de los disidentes se reincorporaron a la ANDA y se les abrieron de nuevo las puertas de Televisa e Imevisión.

Años después tuve la oportunidad de tratar ampliamente a don Julio Alemán, un tipazo a carta cabal, todo un caballero, que a raíz de su disidencia al interior del gremio actoral incluso tuvo que salir de México: estuvo vetado muchos años y nadie lo contrataba.

Cuando regresó a México, don Julio Alemán negoció la reincorporación de los “compañeros artistas” a la ANDA, pero a condición de no ser humillados con “perdones públicos” y de ser reconocidos de nuevo como miembros con plenos derechos.

El Presidente Miguel de la Madrid (1982-1988) y Emilio Azcárraga Milmo, “El Tigre”, intervinieron directamente para dar por zanjado el pleito al interior del gremio actoral. No hubo represalias e, incluso, casi todos los ex integrantes del SAI destacaron posteriormente en producciones de Televisa, comenzando por Julio Alemán que, incluso, fue asambleísta (1988-1991) y diputado federal (1991-1994) por el PRI, así como Secretario General de la ANDA (1990-1994).

El Priato sabía “dar palo y zanahoria”. Eran los tiempos de un corporativismo autoritario “muy jijo de la chingada”.

Don Julio Alemán me dijo, en sus tiempos de representante popular, que después se enteraron de que el Presidente José López Portillo estuvo detrás de la grilla del SAI, como mano siniestra: “Quería chingar a Televisa y a la ANDA, pero no lo logró”. Ante mi cara de duda, don Julio me dijo: “Chaparrito, no ha sido la primera vez que el PRI crea su propia oposición”. De la mano de don Julio Alemán aprendí un chingo de política, de la realpolitik.

El maestro Sergio Jiménez, otro “caifán” y quien llegó a dirigir el Centro de Educación Artística de Televisa (CEA), me llegó a comentar algo similar: el gobierno estuvo interesado en joder a Televisa y a la ANDA a través del SAI.

Curioso: aunque todo se arregló, y hasta donde yo sé, Óscar Chávez no regresó a la ANDA. Fue de los poquísimos que se resistió. Y, aun así, se le abrían las puertas en ciertos espacios, incluso en la Televisa de “El Tigre” (habría que preguntarle a Ricardo Rocha al respecto).

Fotograma YouTube

Me consta que Óscar Chávez se puso “loco de contento” cuando su amigo Marcial Alejandro ganó el Festival OTI Internacional de 1985, con una canción que interpretó Eugenia León: El fandango aquí. Y recuerdo muy bien que este suceso desató una fuerte discusión al interior de la música de protesta mexicana: ¿vale la pena restarle contenido político a las rolas con tal de tener mayor proyección mediática?

¡Puf, al respecto hubo ríos de tinta y encendidos foros de discusión que terminaban, al menos, en mentadas de madre!

Desde siempre yo fui de la idea de que todos los espacios deben ser utilizados… ¡todos!

“Tú piensas así porque tienes cuates en Televisa”, me decían a manera de condena.

Fui de los primeros que defendí abiertamente la aparición de artistas “izquierdosos” en Televisa, aunque fuera sólo con canciones melosas y románticas: cómo no recordar a Guadalupe Pineda cantando Te amo (Yolanda), de Pablo Milanés, en los foros de Televisa… ¡Herejía!

¡Y qué tal cuando, en 1991, apareció Silvio Rodríguez en La Movida, con Verónica Castro, en el horario estelar de Televisa!

Les juró que hubo comunistoides que se rasgaron las vestiduras y no bajaron a Silvio de “vendido y traidor”; y en Televisa hubo gente que tampoco vio con buenos ojos todo aquello.

Óscar Chávez se mantuvo alejado, lo más que pudo, de la “tele comercial”; siempre prefirió los espacios de la televisión estatal y los conciertos. Eran éstos los espacios en donde la gente más lo disfrutaba. Y, obvio, su repertorio pasó a formar parte de todas las bohemias de lo “jovenazos” de aquel entonces.

No creo mentir si digo que Óscar Chávez es el cantautor que predomina en el imaginario colectivo mexicano, cuando se habla de música de protesta y de trova latinoamericana desde México. Fueron muchos años de constancia y de resistencia, de perseverancia y de tozudez.

Ya en los años noventa del s. XX, me incorporé de lleno a la grilla de “la transición a la democracia”, moviéndome entre el PRI rupturista de Cuauhtémoc Cárdenas y el PRI aperturista de Ernesto Zedillo Ponce de León. Me alejé un poco del ambiente farandulero para seguir de cerca los históricos acontecimientos de la caída del PRI-gobierno; acontecimientos que, como música de fondo, siempre tuvieron una canción de Óscar Chávez.

No volví a ver cara a cara al maestro Óscar Chávez hasta que, a finales del sexenio de Felipe Calderón, lo hallé casualmente en Coyoacán: había aparcado su coche en las laterales de Los Viveros y yo pasaba casualmente por allí. Nos dimos un abrazo, le pregunté por su salud, intercambiamos tres frases y ya…

Cuando supe de su muerte… ¡lloré y me tome unos tragos a su salud mientras escuchaba, una vez más, sus grandes éxitos!

¡Gracias, gracias por todo, maestro Óscar Chávez! ¡Gracias!

Pero no quise vivir tanta nostalgia en soledad y convoqué a varios amigos a reflexionar sobre el maestro Óscar Chávez… Les solicité unas notas en recuerdo del maestro.

Aquí están sus reflexiones (las presento como me fueron llegando) y hago público mi agradecimiento a estos apreciados amigos:

José Molina Ayala (académico, filólogo y humanista, UNAM):

Una vida llena de años, de logros, de satisfacciones, de amigos. Es un artista de amplio espectro, pero, sin asomo de duda, específicamente mexicano. En medio de tantas personalidades como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, o Amaury Pérez o Luis Eduardo Auté, o Mercedes Sosa o Violeta Parra o Tania Libertad; en medio de esas estrellas o constelaciones, Óscar Chávez Fernández brilla con luz propia e inconfundible.

Además de los ya mencionados, podría decirse que también Chávez es nuestro Serrat, nuestro Sabina, nuestro Víctor Manuel, que supo traer al pueblo la alta cultura, y a la gente culta le dio a conocer la música popular que de otro modo ignorara (¿cuándo dejará el gobierno de tratar a las personas como discapacitados?). Se le puede relacionar con Chava Flores o con Marco Antonio Muñiz. Mas Chávez tenía un registro inconfundible, lo mismo si cantaba canto nuevo, trova, canciones de protesta o boleros románticos o más; estaba con naturalidad en la sátira política, pero también como promotor de la cultura, descubridor de nuevos valores (Eugenia León, por ejemplo). Sólo lo conocí como cantante, no necesité más para admirarlo.

Puede uno permitirse la tristeza momentánea por su muerte, pero será un deber inaplazable seguir disfrutándolo, para eso él trabajó tanto.

Ivonne Melgar (salvadoreña-mexicana, ex activista universitaria y periodista en Grupo Imagen):

Uno de mis mejores recuerdos de los llamados años de la solidaridad mexicana con la revolución salvadoreña pertenecen a esa experiencia político cultural que en los principios de los 80 se celebraba en el Palacio de los Deportes: el Festival de Oposición al que convocaba el extinto PSUM.

Para mí era deslumbrante aquel encuentro de la gente que se definía de izquierda y que entonces se centraba en el apoyo a los movimientos armados de Centro América.

El momento más esperado era ir al auditorio donde se congregaban los artistas. Y ahí estaba Óscar Chávez, rompiendo el tono de protesta con esa súplica de amor que era el Por ti

Ya en el CCH, escuché a los estudiantes trovadores que interpretaban, guitarra en mano, aquellos versos que culpan a la amante perdida de haber dejado pensar en el mar.

Pasados los años, comprendí que había artistas y canciones hechas para marcar las maneras de sufrir de varias generaciones y que ese fue el caso del inolvidable Óscar Chávez y esos versos que justifican cómo a uno a veces por alguien le da por llorar.

Jorge Munguía Espitia (académico, crítico literario y escritor, Proceso):

Hace unas horas escribía que Óscar Chávez es el cartógrafo del país, porque ha hecho su mapa sentimental. También ha sido el narrador crítico de la historia porque ha cantado sus sucesos y denunciado la injusticia y el abuso.

Marco Rojas (ex activista universitario, filántropo y DJ):

La sin razón de un recuerdo:

CCH Naucalpan, ése donde nos perdíamos en su bosque urbano, donde fueron aquellas noches de miedos y de locura colectiva, donde se quemaban botes de basura, “las reformas” decían, “libertad” decían, “el Che” decían, “protesta y lucha” decían.

Estábamos unidos con fogata y música de Silvio, de Pablo, uno que otro rebelde retro con sus cassettes Ampex de José de Molina y Víctor Lidio Jara Martínez, o más aún cómo olvidar las barricadas de Óscar, Óscar Chávez, con su eterna rebeldía, con su protesta esa que hasta el día de hoy me acompaña en lo interno y en lo externo.

Sí, fueron esos tiempos de Los Remedios, de revolcadero, de revueltas, tiempos de rebeldía, tiempo de mí, de donde fui, de donde aprendí a cuestionar siempre a la autoridad…

Alberto García (amigo de chambas y luchas, bohemio y trovador):

¡Por ti!

Que has estado presente a lo largo de mi vida, haciendo mejor tantas experiencias, ya sea buenas o malas.

Escuchando una buena rola, que pareciera siempre hay una para cada cosa, una balada, una ranchera, una polka, un rock, una cómica, una parodia política, etc.

En una película, cómo olvidar a “El Estilos”, cuántos no quisieron ser ese “Caifán” que logra llamar la atención de “Paloma”, la chica rica.

O esperando un concierto con la curiosidad de conocer qué nuevos temas habías investigado y rescatado de la música mexicana que pocos, muy pocos, conocían y hacías, con tu inconfundible voz, traerlas a nuestros días, además de verte compartir el escenario con artistas nuevos o consagrados, e interpretar junto con todo el público los temas que ya son inmortales.

Hoy 30 de abril del 2020 partes dejando vacante ese espacio del actor, compositor, intérprete, investigador, poeta, crítico, etc.

Sólo queda decir “Gracias Maestro” y “Hasta Siempre Óscar Chávez”.

Alberto Romero (académico de la UOM):

La primera vez que escuché la canción Mariana no creía que una persona que no me conocía me describiera tan bien: “Físico, retórico, poético, astrónomo, filósofo y político”. Después crecí y me di cuenta que el Mtro. Chávez, describió a todos los mexicanos. Hasta siempre “Caifán de Oro”.

Boris Berenzon Gorn (académico y humanista):

Hay vacíos que quedan siempre latiendo en la memoria, ausencias que la mente no puede comprender, aunque se miren en los titulares de los periódicos. Óscar Chávez se marcha, pero la potencia de su canto se queda con nosotros. El compositor fue vital para la identidad de nuestro país. Fue él quien se sumergió en nuestros ayeres para recuperar la lírica mexicana, convirtiéndose en un cómplice e impulsor de nuestra memoria colectiva. Se queda en el canto, se queda en la música y se queda en todas las almas que han vibrado con la intensidad de su obra.

Isaías Villa González (Consejero Nacional del PRD):

Con Óscar Chávez se va gran parte del mundo de mi generación de izquierda. Ésa que luchó por el cambio social y libertario, acompañando sus acciones con la convicción de las ideas y la cultura. Sí, no concebíamos militancia sin música, literatura, teatro, cine, poesía.

El “espíritu de la época” donde abrevó y al que contribuyó con su genio “El Caifán Mayor”, lo conformaron las luchas revolucionarias en el mundo (Cuba, Vietnam, Centroamérica) y las populares mexicanas (cercano a don Heberto y su PMT, apoyó al EZLN siempre); también el boom latinoamericano con sus literatos universales, el Gabo, Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes, lo mismo que la “literatura de la onda”, urbana, underground, con José Agustín, Parménides García Saldaña; y, por supuesto, la tradición de la música popular mexicana y el folklor latinoamericano, con su inmenso abanico de sones, huapangos, corridos, cumbias y huarachas.

Las contradicciones del subdesarrollo y la urbanización centralista generaron la ruptura de los estratos medios con “el régimen de la Revolución Mexicana” y su “desarrollo estabilizador”; así adivinó el movimiento del 68 con su cauda libertaria, frenada por asesina represión. Luego, el populismo corrupto (LEA-JLP) y el neoliberalismo y su cruda austeridad (MMH, CSG), generaron fuertes tensiones sociales. Ahí estuvo Óscar Chávez y otr@s, ahí lo conocimos y cantamos su “música de protesta” y sus canciones populares, acompañando huelgas, movilizaciones, plantones, festivales, apoyando a estudiantes, obreros, universitarios, colonos, organizaciones de izquierda. Eran insignes Hasta siempre de Carlos Puebla, dedicada al Che Guevara; La Casita, parodia mordaz de una canción de Cuco Sánchez; La Niña de Guatemala, de un poema de José Martí.

Ya era nuestro conocido desde la película Los Caifanes (1967), donde se exhibía ese “mundo” urbano de diferencias sociales y rebeldía en la capital; la vitalidad del barrio y su personaje líder, el “carita” o “rollero” conquistador. Óscar pasó a ser “El Caifán Mayor”.

Macondo es homenaje al realismo mágico del gran Gabo y su novela Cien años de soledad retrata los personajes y el ambiente fantástico de nuestras provincias latinoamericanas. Poética: “Y ante él la vida pasa haciendo/ remolinos de recuerdos… Eres epopeya de un pueblo olvidado/ forjado en cien años de amores e historia”.

Marihuana (1973), compuesta por Chávez, asumía ¡hace casi 50 años! una realidad irrebatible: la existencia de drogas lúdicas, de difundido consumo. Sin duda influencia de resabios beatniks y caifanescos.

Infaltables en parrandas y serenatas Por ti, Fuera del mundo, Ausencia, Sin un amor. A mí me fascinaba compartir sus Tropicanías, boleros guapachosos, romanticones: Lágrimas Negras, Esperanza inútil, Perdón, Flores Negras, entre otras.

No traté personalmente a don Óscar Chávez, “El Caifán Mayor”; pero lo he gozado, no a su persona, ni siquiera tan solo a su obra, más mejor: a ese espíritu de época que he intentado evocar aquí a grandes brochazos. Por eso duele que se vaya.

Jorge Meléndez Preciado (académico, periodista y crítico cultural):

Lo dice bien el cantautor Rafael Mendoza: “Óscar Chávez era un ser humano, amable, chispeante pero muy exigente y nada trivial”. Gran compañero de luchas, con patillas o sin ellas.

Se le recuerda más por la película: Los Caifanes, de Juan Ibáñez, guión de Carlos Fuentes (1967), que marcó el fin de una época del cine mexicano, ya que se abrió a nuevas corrientes y se acabó con la sujeción a un grupo mafioso de directores que era el PRI en dicha industria.

En la misma participaron Enrique Álvarez Félix, hijo de María, haciendo el papel de lo que llamaríamos ahora un fifí, antes junior, y Julissa, un pimpollo, que representaba a las chavas que deseaban liberarse y correr aventuras con los jodidos, los que vivían, transgredían, ya que en el filme visten por relajo, desmadre, irreverencia a la Diana Cazadora, tan mal vista por las señoras de la antes llamada alta sociedad. Aparece, por cierto, Carlos Monsiváis, como un Santaclós borracho (éste después haría una letra de canción para TivolI, de Alberto Isaac). Y Chávez, a quien se le llamó popularmente “El Caifán Mayor”, la hace de “El Estilos”, un pandillero naif.

Pero no obstante que apareció en otros filmes, su voz y canciones fueron lo mejor de él. Lo mismo con los versos de José Martí en: La niña de Guatemala; que en la interpretación de Macondo, acerca de la obra de Gabriel García Márquez; o difundiendo la nueva canción latinoamericana, entre ellas la cubana, o en: Se vende mi país.

Estuvo en el 68 con los estudiantes, apoyando a los del movimiento del terremoto en 1987, en los festivales de oposición del PCM y con el EZLN, entre muchas otras acciones de libertad y valentía. Un rebelde tranquilo, decidido, honrado, dispuesto a compartir con todos, sin prejuicios su voz, su arte, su destino.

Lo conocí en los años 70 en un cabaret que estaba en el Paseo de la Reforma. Si mal no recuerdo se llamaba –para eludir la censura– Café Colón.

Murió el día del niño y antes del Primero de Mayo. Enorme simbolismo.

Adiós, al compañero universal.

Javier Hernández Chelico (crítico artístico y periodista cultural, La Jornada):

Eran tardes transparentes y los jóvenes habían ganado las calles. Terminaban los años sesenta, iniciaban los 70s y los adolescentes disfrutaban lo ganado por los jóvenes sesentayocheros. La canción de protesta y el folclor latinoamericano permeaban los ambientes estudiantiles. Víctor Jara, Jorge Cafrune, Atahualpa Yupanqui eran protagonistas, igual, Los Nakos, Los Folcloristas. Y entre ellos, destacaba Óscar Chávez, ya conocido por su papel de “El Estilos”, el muchacho de la película Los Caifanes, por canciones como Fuera del mundo, La niña de Guatemala, De terciopelo negro y El pájaro y el chanate.

Desde esos años, Óscar ya proyectaba rebeldía ¿por qué? ¿Sería porque le quiso bajar la novia al joven riquillo en Los Caifanes? La respuesta, no se sabe, pero “El Estilos” se hizo famoso, hasta entre quienes no habían visto la película por ser menores de edad.

Una canción empezó a ser popular entre las huestes estudiantiles de esa época: Por ti/ yo dejé de pensar en el mar/ por ti, yo dejé de fijarme en el cielo/ por ti (aquí alargábamos la sílaba) me ha dado por llorar como el mar/ me he puesto a sollozar como el cielo/ me ha dado por llorar… No faltaba una guitarra y un sábado para cantarla entre rones con los compañeros del salón o con los cuates de la colonia a mediados de los 70. Y poco a poco, entre los discos de The Doors, Beatles, Zappa y Creedence entró, al raquítico disquero, un EP con esa canción, que además traía Caña (Mira, que fuerte está la caña/ la boca se nos baña de dulce libertad…) y De terciopelo negro. Poco después llegarían a ese disquero los LP’s Añoranzas mexicanas y Tropicanías.

A finales del siglo XX y ya en el oficio de reportero, las órdenes de trabajo llevaron a este redactor a estar cerca de Óscar Chávez. Asistimos a sus conferencias, a charlas y a conciertos. Lo entrevistamos, le tomamos fotos.

En esta centuria, siguió el trato artista-reportero en entrevistas y diversos conciertos. Los dos últimos a los que asistimos fue, uno, cuando la celebración por 50 años de trayectoria y su cumpleaños 81 el 20 de marzo del 2016 en el Zócalo, donde estuvo acompañado por su pandilla de la colonia donde nació: la Portales. Cantaron con él, Jaime López, Rafael Mendoza y David Haro; la última ocasión que coreamos con él Mariana, en vivo, fue durante su presentación en el Vive Latino del año pasado; esa misma noche del sábado 16 de marzo de 2019, la banda Caifanes lo invitó a cantar con ellos, su inmarcesible, Por ti. Fue conmovedor sentir/ver/escuchar cómo recibieron y despidieron los miles de espectadores a Óscar Chávez. En esos 6-7 minutos se catalizó la admiración por Óscar Chávez de ése público heterogéneo y exigente de festivales de rock.

La banda sonora de distintas generaciones, sin duda, alberga un espacio con las canciones interpretadas por “El Caifán”. En la mía, perdón la primera persona, perviven muchas: parodias políticas, corridos, albureras, boleros –aquellas canciones de los Martínez Gil– y las versiones que hizo a rolas de Jaime López, Rockdrigo y Rafael Mendoza.

Buscar canciones de Óscar Chávez en YouTube es tarea fácil y, fácil, es sentir cómo se humedeció la mirada al escuchar Nunca jamás. Y sin miedo al lugar común, es muy valedero decir “Óscar, no sólo cantó: también gritó cuando fue necesario”.

Hasta siempre y adelante.

Como lo hizo Carlos Puebla.

Y el amigo Óscar Chávez.

Hasta la victoria siempre.

Araceli Lima Baca (divulgadora cultural):

Era su voz un volcán ardiendo que emancipaba los cielos, los ojos de los ancianos se iluminaban al evocar con su música escenas del pasado, los jóvenes enardecían sus voces para cambiar el mundo al escuchar su canto. Óscar Chávez nos llevó fuera del mundo y nos dejó en la realidad con el único compromiso de cantar a la vida, denunciar las injusticias y venerar al amor.

Laura Vargas Cardoso (periodista, Radio Fórmula):

Cuando lo vi la primera vez era ya un cincuentón que todavía enamoraba a cualquiera con su prosa en la que el mar era locura, el llanto una llaga de celos y el infierno amor. Era el personaje que ya era “El Estilos” cuando ni siquiera yo había nacido. De ese “Estilos” me enamoré casi niña, cuando se me prohibía ver esa película en la que se exhibía la oscura y sórdida vida nocturna de la Ciudad de México, con sus cabarets con extraños personajes, prostitutas con una máscara de maquillaje, padrotes y juniors. Era el caifán con estilo y poco caló. El acompañante del Gato, el Mazacote y el Azteca. Era la primera vez que veía a Óscar Chávez.

FIN

 

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Este artículo de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.

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