Carlos Arturo Baños Lemoine.
Mi solidaridad con los colegas de Reforma
No fue una sorpresa lo que escuchamos el lunes 11 de mayo, porque seguramente todos saben que Andrés Manuel López Obrador es un comunista disfrazado de humanista. Y no sólo eso: es un comunista que usa continuamente la versión roja del cristianismo, o sea, la Teología de la Liberación. Todo esto con tal de ganar adeptos y seguidores entre las masas ignorantes y manipulables.
La verdad es que esto no nos extraña, porque es algo muy común en los políticos zurdos, quienes saben muy bien que sus posturas políticas son fracasos históricos y, por eso, deben disfrazarlas con algo “aceptable” para el común de los mortales.
Eso ha sido el comunismo en todas sus versiones, en todas partes del mundo: un fracaso histórico. El comunismo ha conducido a la humanidad a regímenes de miseria y de opresión, a partir de ideas erradas y totalitarias que “suenan muy bonito”.
Claro, ¿o quién no se siente seducido por la idea de que los trabajadores jodidos algún día dejarán de recibir bajos salarios y de vivir en condiciones deplorables?
Al menos desde el s. XIX, granujas embaucadores como Carlos Marx le han hecho creer a los “trabajadores explotados” que un mundo sin penurias es posible, y que este mundo llegará de la mano del comunismo.
Insistamos: la idea suena bien para cualquier oído (sobre todo si el oído tiene hambre crónica y resentimiento consuetudinario), pero sólo esto, porque la verdadera pesadilla política y económica no ha sido el capitalismo, sino el comunismo. Pruebas de esto sobran, desde el s. XIX hasta lo que va del s. XXI.
Donde se ha implantado el comunismo, la miseria económica no disminuye realmente y, en contraste, sí aumenta el control represivo de la sociedad por parte de una cúpula político-militar que se dice representante del “proletariado” y de la “revolución”. Y, obvio, esta cúpula vive tan bien como los reyes y la alta burguesía. Ahí están los casos de Cuba y Venezuela, sólo como ejemplos.
Izquierdosos más sensatos y realistas, como los socialdemócratas estilo Eduard Bernstein (1850-1932) y los fabianos (en Inglaterra), poco a poco se dieron cuenta de que los obreros realmente aspiraban a mejorar su poder de consumo dentro del capitalismo, no a acabar con éste y menos a apropiarse de forma colectiva de los medios de producción (para perder su tiempo en interminables juntas de planeación).
Los trabajadores no querían ni quieren revoluciones, sino reformas graduales para mejorar su forma de vida con base en la idea de gozo y confort inherente a la mismísima sociedad capitalista. No nos extraña, por ello, que los lidercillos rojos de todo el mundo terminen siempre por sumarse, generación tras generación, al exclusivo club de la “izquierda caviar”: fanáticos del igualitarismo que gozan de ricas viandas y costosas bebidas espirituosas desde la elitista panorámica de un roof garden.
¡Los comunistas siempre han sido la misma porquería!
Por eso es importante que, de tanto en tanto, echemos una mirada crítica y devastadora a los monigotes de barro que la izquierda ha construido a manera de “héroes”.
Ahí están dos de los “ídolos” de López Obrador: Ernesto Guevara de la Serna (El Che) y Salvador Allende, quienes salieron a colación a raíz de la declaración de AMLO en el sentido de que, en la “era neoliberal”, los médicos privilegiaban la ganancia.
¡“Mercantilistas” les llamó quien se lleva a la bolsa poco más de 108 mil pesos al mes por hacer mierda al país! ¡Vaya cinismo! ¡Vaya “mercantilismo comunista” el de López Obrador!
Curiosamente, para disculparse “por el malentendido”, AMLO hizo referencia a dos médicos (El Che y Allende) que se dedicaron más a la grilla que a la medicina… ¡vaya ejemplo de médicos!
Y también hizo referencia a los médicos que le salvaron la vida… ¡en el carísimo hospital privado Médica Sur!
Así mero: el comunista que fustiga el “mercantilismo de los médicos en la era neoliberal”, fue asistido y salvado en un hospital mega fifí y pirruris, en un hospital para la pura élite de México… ¡chingona su austeridad comunista y su congruencia!
Lo peor de todo es que enalteció a un matón, El Che, y a un incompetente de tiempo completo, Salvador Allende.
Claro que para los zurdos adoctrinados en las aulas de la UNAM, la UAM, la UACM y el IPN, por ejemplo, El Che y Allende son los grandes ídolos: así se les enseñó una y otra vez, sin contraste alguno de versiones.
¿Pero hoy en día quién no sabe que El Che llevó a cabo fusilamientos sin el más mínimo respeto a los principios más elementales del Derecho Penal Moderno, comenzando por un juicio justo? ¿Y quién no sabe que El Che fue un peón más del más grande campo de concentración que tiene América Latina desde 1959: la Cuba castrista?
¿Pero hoy en día quién no sabe que Salvador Allende llevó a Chile a su peor crisis económica y política, esto debido a sus pésimas decisiones como Presidente? ¿Y quién no sabe que la ineptitud y la tozudez habituales de Allende, indirectamente arrojaron a Chile a la dictadura militar de Augusto Pinochet?
No, señoras y señores, El Che y Salvador Allende no son ningún buen ejemplo para los pueblos que quieren vivir en regímenes democráticos y respetuosos de las libertades civiles más elementales.
Y claro que es bueno tenerlos en mente… ¡pero como aquello que se debe evitar!
Por eso resulta preocupante que el Nerón de Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador, mencione a El Che y a Allende como si se tratara de “prohombres” de América Latina y del mundo.
La sola mención del funesto matón argentino (El Che) y del inepto político chileno (Allende) se vuelve señal de alarma.
¡Cuidado México, cuidado, porque en el Palacio Nacional habita un comunista que aspira a la dictadura!
Facebook: Carlos Arturo Baños Lemoine
Twitter: @BanosLemoine
YouTube: Carlos Arturo Baños Lemoine
https://banoslemoine.wordpress.com/
Este artículo de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.
