Marissa Rivera.
Para muchas fue su primera vez, nadie las invitó, ellas quisieron ir.
¿Dónde nos vemos? ¿Cómo se van a ir? ¿Cómo se van a vestir? ¿Nos ponemos un distintivo?
Las preguntas sobraban, la emoción crecía. Mujeres adolescentes, jóvenes, maduras, todas con un solo ánimo, participar y engrosar esa voz que grita: ya basta.
Cuando 12 mujeres, que vestidas de morado y negro, salimos hacia el metro, íbamos con sentimientos encontrados, felices por lo que significaba la marcha, pero cautelosas por lo que ocurriría en las siguientes horas.
Las emociones comenzaron muy pronto. Al llegar a la estación, la piel se nos enchinó a todas. Dicen que en cada vagón de la línea 2 caben 170 personas. Por mucho las rebasábamos. Tuvimos que esperar tres corridas para abordar.
En la estación Hidalgo eran mares de mujeres para un lado y otro. Llegamos al punto de encuentro y tuvimos que esperar, para que avanzara nuestro contingente.
Algunas aprovechamos y fuimos a ver la vanguardia del contingente.
Ahí estaban las madres de mujeres asesinadas, violadas o desaparecidas. Con fotografía en mano de sus hijas, pero también de los asesinos, violadores y acosadores.
También las hijas, sobrinas, tías, hermanas de quienes un día salieron a trabajar y jamás volvieron o las amigas de miles de mujeres que han sido asesinadas.
Terriblemente conmovedor. Ellas encabezaban la inédita marcha. Con historias desgarradoras y abominables.
Arrancaba un contingente y después otro, en el caminar nos hicimos uno. Una sola voz, un mismo dolor, con una exigencia: alto a la violencia contra las mujeres, respeto a sus derechos, justicia y basta de impunidad.
Marchamos todas, unidas, de todas las edades, de todas las clases sociales, sin colores, sin preferencias políticas, porque todas, somos una y juntas somos todas, más fuertes.
Eran cientos de consignas, miles de pancartas que enchinaban la piel y provocaban un nudo en la garganta, cada metro, cada paso, cada respiro, cada momento que avanzábamos.
“El patriarcado va a caer, va a caer”. “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más”. “Nos han quitado tanto, que nos quitaron el miedo”. “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres, en la cara de la gente”. “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”. “Somos malas y seremos peores”. “Vergas violadoras, a la licuadora”.
Fue la “sororidad” de miles de mujeres que estamos hasta la madre de tanta violencia, de la falta de sensibilidad de las autoridades, de tanta impunidad, de la omisión, de leyes que no se cumplen, de ministerios públicos incapaces y de que diario mueren asesinadas 10 mujeres, en México.
Hubo consignas, gritos, llanto, vidrios rotos, conatos de bronca, pintas y silencios con puño en alto que volvían a erizar la piel. Una marcha conmovedora y esperanzadora. Ojalá.
Muchas jóvenes, con pañuelo verde, que celebraban lo que las embozadas hacían durante su recorrido y coreaban ¡fuimos todas! ¡fuimos todas! Pero, también otros grupos de mujeres que gritaban, exigían ¡no a la violencia! ¡No a la violencia!
Por eso salimos, por la indolencia, porque los discursos no sirven, porque no vemos acciones que frenen los feminicidios, porque nos siguen revictimizando, porque no hay capacidad en las autoridades, porque hay quienes tienen miedo de hablar de feminicidios, porque hay mucho por hacer.
El domingo fueron gritos y el lunes silencio. Esa fue la mejor presencia de nuestra ausencia.
El domingo exigimos. El lunes paramos. El silencio y nuestra desaparición se manifestaron recio. No todas, para algunas fue imposible, otras no arriesgaron el día de salario y a otras no se los permitieron. Así la empatía. De cualquier manera fueron históricos, los dos grandes ejercicios. El 8M2020 y 9NSM.
El paro nacional generó un impacto económico por 30 mil millones de pesos.
Las que fuimos a marchar, juntas, no somos conservadoras, somos mujeres que queremos vivir sin miedo, libres. No nos enfrentamos al gobierno ni a los hombres. Continuamos con una lucha de muchos años, por la desigualdad y hoy, por la creciente violencia y feminicidios.
Esto no termina aquí, no podemos parar, vamos encarreradas, con un apoyo inédito. Algo tendrá que cambiar. Y si no, seguiremos siendo una sola voz cada vez más fuerte. Gritando o en silencio.