Letal para los partidos el virus electoral en Quintana Roo

Miryam Gomezcésar.

El sonido de disparos asustó a los vecinos. El recuerdo de aquel funesto episodio en que los criminales ingresaron a las instalaciones de la Vicefiscalía Zona Norte en Cancún, cuando un comando armado entró a sus instalaciones horrorizando a todos en la cercanía mientras los empleados tirados en el suelo rezaban en espera de que se retiraran los malandros y días después, la céntrica zona era blanco de frecuentes enfrentamientos y ejecuciones.

De aquel día aciago nada se supo, tampoco de los posteriores episodios delictivos. Siguieron las ejecuciones en la ciudad y su periferia así como las batallas de las bandas por la plaza que arrojó un saldo negro abominable.

Los asuntos suceden sin que alguien hable de la realidad con datos confiables. Los habitantes están hartos y lo han demostrado con manifestaciones y el constante reclamo a las autoridades. La preocupación mayor es que ahora el discurso oficial se centra en una supuesta disminución delictiva.

En esta ocasión el sonido predispuso a las familias que, al escuchar las detonaciones, se asomaron asustados para conocer el origen y el recuento de los daños. Casi en la esquina de la calle un vecino alto y fornido batallaba tratando de cambiar la llanta trasera de su carro estacionado a un lado del edificio donde vive, cuando tres sujetos se le acercaron, fue amagado asestándole tremendo cachazo en la cabeza para que les entregara sus pertenencias.

No le quedó de otra, estaba aturdido, sangraba algo. Entregó cuanto traía, incluido su teléfono móvil. El arma con que fue golpeado fue una razón de suficiente peso para convencerlo sin oponer resistencia.

El miedo, el coraje y la impotencia, hizo presa de indignación a los habitantes de la zona que miraban asombrados el atraco, pero cuando llegó la patrulla municipal de alguna forma lograron tranquilizarse.

Los elementos, por motivos aparentemente inexplicables, se concentraron en el asaltado en espera de paramédicos que valorarían su estado físico. Los vecinos desde prudente distancia gritaban a los uniformados “¡Vayan por ellos, no los dejen escapar!”, pero los policías no hicieron caso, no fueron tras los asaltantes sino que esperaron a que más tarde llegara otra patrulla. Los balazos escuchados habían sido detonados al aire.

El susto no fue menor. Los ladrones se llevaron, más allá de sus pertenencías, la tranquilidad de todos, pero quedó la duda. ¿Por qué los elementos le darían ventaja de huir a los asaltantes?

Pocos días después,  alrededor del mediodía, con tránsito denso sobre la avenida Kabah, una de las importantes arterias de la ciudad, una patrulla municipal que transportaba a una mujer policía alta y fornida en la parte posterior de la unidad, custodiando a dos muchachos de mediana edad que permanecían sentados con  la mirada adusta, se detuvo frente a la tienda de autoservicio y, la mujer policía tras hablar con los detenidos simplemente los dejó bajar y alejarse tranquilamente.

Lo anterior fue esta semana, son hechos que suceden con cierta frecuencia, la delincuencia común es tan activa como la de alto impacto que tiene asolada a la comunidad. Es difícil de ocultar, no pasa desapercibida y, aunque nada tendrían de particular los eventos antes mencionados porque se trata de casos relacionados con la cotidiana falta de seguridad, otros datos de corte político-informativo suscitados en paralelo, publicados a últimas fechas que se centran en los gobiernos municipales morenistas de Benito Juárez y Solidaridad y en Othón P. Blanco, con una narrativa saturada  de adjetivos y opinión personal como tratan de denostar más que de proporcionar información concreta, sustantiva, documentada sobre los asuntos importante para la comunidad.

Esto llama la atención y hace dudar del verdadero propósito de la difusión de los excesos y la frivolidad  en la conducta de las autoridades municipales ligadas a presuntos actos de corrupción en su administración, datos publicados en los diarios locales donde omiten en el mismo tenor las acciones de los demás alcaldes.

Lo anterior parece ser una campaña de desprestigio dirigida a figuras públicas específicas, sin embargo, aunque los méritos de la alcaldesa Mara Lezama dan suficiente sustento para la destrucción de su imagen, el que la tendencia informativa sea únicamente sobre ambas alcaldesas de Solidaridad y Benito Juárez, parece tener tintes distintos a la lucha contra la corrupción y la impunidad, parece que el verdadero destinatario de ese proyecto es Morena, movimiento del que Mara Lezama es externa, oronda de trabajar hombro con hombro junto al gobernador panista Carlos Joaquín González.

Por la cercanía del proceso electoral local (junio del 2020), lo anterior parece tratarse de un intento de destrucción de la imagen del rival más fuerte que, según las encuestas es Morena, arriba de los demás partidos como el PAN, que tiene el poder estatal pero con muy escasos prospectos fuertes para concursar sus candidaturas municipales. De reelección ni hablamos.

Considerando que en la política nada es casual sino causal y que el principal propósito del mandatario es revertir la tendencia de Morena que va en primer lugar según los sondeos de los partidos políticos sobre gustos y preferencias, la estrategia parece lógica porque ¿a quién más puede interesar el hartazgo ciudadano por los constantes errores de la policía? El fuego amigo tampoco se descarta.

Preocupante, por decir lo menos, es el riesgo al que someten a los ciudadanos por la desesperante ambición política y el miedo al fracaso. Con una policía local cuestionada, controvertida y sometida a las instrucciones de alguien que enfrenta serios obstáculos para ganarse la confianza de los habitantes, aparece el desafío de revertir, como se comprometió, la tendencia criminal que lo encamina al fracaso por el notorio avance y dominio de los criminales, ahora también en Felipe Carrillo Puerto y la zona sur del estado donde sobre la carretera y en pistas clandestinas arriban avionetas cargadas de drogas.

Datos que confirman lo anterior son las estadísticas: a diciembre del 2019, la incidencia en Quintana Roo, según las cifras de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, es de 3099.

De enero al día de ayer tan sólo en Benito Juárez van 46 ejecuciones, 16 en Solidaridad, más las sucedidas en los demás municipios, vinculadas al crimen organizado. Datos amargos que horrorizan a las familias pero que no son tratadas con suficiente seriedad por un gobierno estatal debilitado por sus propios demonios, consciente del significado electoral que se verá reflejado en su resultado final el enojo de los ciudadanos que observan con indignación el concierto como operan las bandas del crimen organizado, el desorganizado y las autoridades.

Es la delincuencia común en la que ahora se centra el Mando Único, lo más lamentable es que esa complicidad que se constata a simple vista, que no requiere comprobación científica cuando sucede frente a los ciudadanos, poco importa a los directivos cuando sus efectivos deben reportar a diario “algo” a su mando superior.

La cada vez más frecuente información de la nota roja sobre la irrupción de sicarios a sitios de servicio y consumo público que arroja  datos fatales por agresión directa, contradice el discurso optimista del gobierno.

Así, mientras las autoridades son condecoradas en otras latitudes por su capacidad, los residentes en el estado se manifiestan contra las atrocidades que suceden en Cancún, en Playa del Carmen, en Felipe Carrillo Puerto o frente a las instalaciones del congreso local en Chetumal. La cosa no pinta bien para la tranquilidad, mucho menos para lo electoral.

Las autoridades, entusiasmadas por el exitoso resultado de su participación  en eventos turísticos o cortando listones, no reparan en el desánimo que produce a los habitantes agraviados esa sensación de inseguridad que no aminora sino que avanza cuando vive de cerca el fenómeno de la violencia, aparejada a la cercanía de otras amenazas de similar letalidad si se descuidan factores como la salud o causales estacionales que propician enfermedades infecto-contagiosos que se propagan con rapidez entre los habitantes.

Sin embargo, en este panorama en las comunidades indígenas sus pobladores poco se enteran de las amenazas, no reparan ni en la violencia letal ni en los efectos epidemiológicos, ellos que son los menos propensos porque el olvido que la mayoría ve como un acto inhumano desproporcionado por parte de los gobiernos, los hace casi inmunes al contagio. Viven donde  todo falta y pocos transitan, aunque nada está escrito cuando de una epidemia se trata, bajo estas circunstancias. ¿A alguien le importa más la propagación del coronavirus de Wuhan en el estado que el proceso electoral?

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