Carlos J. Pérez García.

De vez en cuando se puede uno desesperar frente a las tendencias de agravamiento de viejos y nuevos problemas nacionales o locales. Esto, si nos fijamos, sucede cada vez más seguido y con mayor intensidad e impotencia ante los deterioros.

Acabo de echarme una discusión con un buen amigo sobre la principal virtud de un presidente de la República que hoy centraliza todas las decisiones importantes (su instinto político). Y hay algo que al mismo tiempo es otra de sus primeras cualidades, pero igual resulta un gran inconveniente: su tenacidad, que también podríamos calificar de necedad o mentecatez. Es con ella que llegó finalmente a la presidencia, y ahora lo puede llevar a la tumba política o real.

Su instinto no permite suplantar los análisis técnicos en economía o aeronáutica o salud pública. Y lo más negativo es que se aferra a sus evidentes y reiteradas equivocaciones, con el empeoramiento que se asocia a la ausencia de correcciones. A su vez, mezcla verdades con mentiras y reacciones serias con simples entretenimientos, lo que afianza su popularidad.

Bueno, se han puesto de moda las ocurrencias y los distractores o “cortinas de humo”, que a menudo vienen a ser una misma cosa y buscan tapar otros asuntos de mayor fondo cuando se complican o es preferible que no se noten tanto: por ejemplo, el pésimo arranque del Insabi en sustitución del Seguro Popular, las controvertidas propuestas de reformas al sistema penal, el deterioro en materia de seguridad, el desastre en cuanto a crecimiento económico y creación de empleos.

Y todo ello, digamos, se desvanece al explotarse como broma propagandística una supuesta rifa del avión presidencial que hasta desata efectos no deseados. Para los feligreses son buenas puntadas y se le pueden perdonar igual que tantos otros casos, pero a los observadores más atentos nos parece un rasgo tan riesgoso que genera desconfianza e incertidumbre.

La confusión es enorme. Con el escándalo de la rifa, en Querétaro un diputado local de Morena quiso quedar bien y se aventó a decir que todo estaba planeado y permitiría pagar la deuda externa con 2 mil 700 millones de pesos. En realidad, la deuda externa neta del sector público es superior a los 201 mil millones de dólares (equivalente a unos 4 millones de millones de pesos).

En sexenios anteriores, ojo, del propio AMLO aprendimos a culpar de todo —incluidos los muertos— al Estado, a hablar de cortinas de humo con las que tratan de engañarnos, a exhibir incongruencias y escándalos de corruptos, a considerar intolerables la inseguridad y la ineficacia en contra de ella, a demandar resultados inmediatos al gobierno, e incluso a exigir la renuncia inmediata del presidente. Así lo muestran sus tuits entre 2004 y 2017, que se le regresan ahora pues ya no está en la barrera sino frente a un complicado toro.

Según dice y confirma en los hechos, a él se le hace fácil gobernar sin analizar políticas o proyectos, ni escuchar a los economistas o los técnicos especializados. Pero eso tiene costos catastróficos, como se empieza a percibir en tantos casos que mete la pata (bastante normal) y, con su necedad, luego no la saca (algo suicida).

Eso sí, hay muchas cosas que socialmente son hermosas. Sin embargo, en términos económicos pueden resultar imposibles o inclusive contraproducentes, y no sólo por sus costos tan altos como impagables con los recursos disponibles, sino también por su complejidad o sus prolongados tiempos. Tal es el caso de aspiraciones universales que se relacionan con la igualdad, la justicia, la eliminación de la pobreza, la salud para todos y el bienestar o la felicidad, que a menudo se manejan en forma demagógica.

Son evidentes las buenas intenciones y las broncas o resistencias que generan ciertos deseos de cambio o transformación. Pero creo que no debemos fijarnos tanto en el discurso mañoso y superficial, sino más bien en los hechos, o sea, en las acciones —positivas o negativas— ante la realidad.

Y, miren ustedes, igual resultan muy ocurrentes los feligreses o colaboradores que le siguen la corriente al líder con sus locuras y exabruptos. Esto es explicable, claro, pero complica aún más las cosas.

* EN LO MÁS CERCANO, tenemos que evitar la histeria y esa mala práctica de manipular los grandes crímenes en busca de raja política. Así de sencillo.

Lo mismo se puede aplicar con respecto a la sucesión del gobierno estatal, que tenderá a definirse a nivel nacional. No tanto local.

* ESTA SEMANA ENCONTRÉ DOS citas que me llamaron la atención… La primera, en la foto de una pancarta que podemos traducir del inglés: ‘El mundo no será destruido por quienes hacen el mal, sino por aquéllos que los observan sin hacer nada’ (Albert Einstein, 1879-1955).

Y comenté: Esperemos que México no sea destruido de esa forma. No dejemos, pues, de cuestionar a AMLO y sus peligrosas ocurrencias (en salud, seguridad, economía). Agrego ahora que a veces pienso que me obsesiono con López Obrador y su atribulado gobierno, pero créanme que ni lo odio ni me considero su enemigo o adversario, sino que acaso confirmo día a día que es un peligro para mi país por su irresponsabilidad y sus desequilibrios, lo que he visto con cuidado y atención desde hace casi 20 años.

Una segunda frase es del argentino Juan Bautista Alberdi (1810-1884): ‘El gobierno no ha sido creado para hacer ganancias, sino para hacer justicia; no ha sido creado para hacerse rico, sino para ser el guardián y centinela de los derechos del hombre’.

Proposiciones de esta naturaleza han regido mi vida pública, y son el tipo de cosas que me identifican con López Obrador aunque él tenga concepciones distintas que dependerían de su moral y voluntad personales, no de sistemas e instituciones como otros lo percibimos. Reconozco, eso sí, que predicar con el ejemplo desde el cargo más elevado, viene a ser una condición necesaria pero no suficiente.

A 14 meses de la autodenominada 4T, entre sus grandes logros se encuentran esto último y el haber vuelto delito grave la corrupción después de 24 años que dejó de serlo (1994-2018). Gobernar y cambiar suele implicar gradualidad y complejidad. No vamos nada bien, pero tampoco me creas. Sólo observa y dale una pensada.

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