Alejandro Rodríguez Cortés*.
La clara división socioeconómica entre el norte y el sur de México ha sido un reiterado caso de estudio. Economistas, sociólogos, antropólogos, historiadores y analistas de todo tipo han buscado respuestas lógicas a la paradoja de un país partido entre el centro-norte desarrollado e industrializado con el sur-sureste sumido en un atraso ancestral.
Este fin de semana el presidente de la República no fue al sureste a repartir dinero y promesas de gratuidad. No fue a la tierra de las injusticias, de los cacicazgos y de la cruel pobreza extrema, indiscutible y entendible objetivo de sus políticas públicas prioritarias.
No. En esta ocasión Andrés Manuel López Obrador fue a Monterrey, cuna de la industrialización mexicana del siglo pasado y zona con el mayor ingreso per cápita de la nación.
Y si bien el pretexto mediático fue uno de sus programas sociales, el de las becas a los jóvenes aprendices que la mal llamada Cuarta Transformación clama por que sean consideradas plazas laborales -empleo, pues- el mandatario se dirigió a los capitanes de empresa, esos que según el discurso oficial se enriquecieron en todos los casos a costa de la miseria de los demás y arropados en un perverso modelo económico: el neoliberal.
López Obrador necesita la labor empresarial -no le queda otra- pero lanzó un nuevo petardo de esos que se quedan días y semanas en la discusión pública y que hábilmente son utilizados de parapeto ante los gravísimos problemas que enfrenta en estos días el gobierno de México.
El presidente pidió a los empresarios que obtengan “ganancias razonables” de su actividad productiva. Lo que no dijo es dónde está según él el límite entre la supuesta permisividad de utilidades y la malsana avaricia de la acumulación de riqueza sin límite.
Me parece un falso debate.
El hombre genera riqueza con trabajo y transformación de su entorno. Ciertamente la historia registra terribles historias de desigualdad por abusos, políticas rentistas y grupos de fuerza económica, militar, política o delincuenciales, pero justamente el papel del Estado es buscar el equilibrio para un desarrollo social incluyente.
Fijar límites a la utilidad empresarial es otra señal de este gobierno -ya son muchas- que simplemente desalientan esa inversión tan necesaria en estos tiempos de crecimiento económico cero.
¿Buscaría el presidente una ley que fije los límites de las ganancias privadas? ¿Economía de decreto? No creo que se atreva a tanto en un mundo globalizado. Aislaría a un México que -aunque no lo entiendan los apologistas del supuesto cambio verdadero- es un importante actor en la economía internacional.
Ya se le picó la cresta a los inversionistas con la cancelación del aeropuerto, con los cambios de condiciones en contratos de construcción de infraestructura energética, con la falta de claridad en cuanto a la posibilidad de abrir rondas petroleras y eléctricas.
López Obrador reclama a los empresarios que inviertan pero les dice que no ganen mucho porque eso está mal, aunque a mayor utilidad haya mayor tributación fiscal.
López Obrador los quiere un día y los agrede otro. Y posteriormente regaña a los medios porque “no cuentan la historia completa, el contexto”.
El problema es que el contexto simplón y maniqueísta del lopezobradorismo es que la pobreza es culpa de la riqueza, cuando hay casos obvios de escala social generalizada resultante de un modelo de emprender, generar, emplear, trabajar, remunerar y tributar: Querétaro, Aguascalientes, Guanajuato y, por supuesto, Nuevo León.
Ahí ha habido incluso alternancia política que no ha cambiado una vocación de desarrollo que mucho nos ayudaría si se extendiera al sur del Trópico de Cáncer.
En fin, el presidente de la República necesita que México crezca si no quiere que su gobierno quede en una caricatura de repartición de dávidas y generación de promesas incumplidas e incumplibles, sobre todo en el sur, mientras que podría destruir lo avanzado durante la época neoliberal en el norte.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz
