José C. Serrano.
A raíz del atentado sufrido por Omar Hamid García Harfuch, titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), adscrita al gobierno de la Ciudad de México, el pasado viernes 26 de junio, se han diseminado varias hipótesis y líneas de investigación sobre el caso.
Tales aseveraciones recorren escenarios diversos: un reto franco y abierto del crimen organizado al Estado mexicano; la demostración de la capacidad de fuego de la delincuencia organizada; el aprovechamiento de la oferta gubernamental, difundida a los cuatro vientos, del eslogan “abrazos y no balazos”; la colusión de elementos de la SSC con organizaciones delictivas.
Esta última hipótesis es fáctica, si se toma en cuenta el negro historial de la corporación policiaca de la capital del país. Para ello es indispensable remontarse a cuatro décadas de soberbios atracos a manos de las fuerzas del orden.
La Hermandad Policiaca fue creada por Arturo “El Negro” Durazo Moreno y una media docena de sus incondicionales, que formaron una congregación a la que solamente podían aspirar los altos jefes y en muy contadas ocasiones algunos mandos medios después de un conciliábulo entre las cabezas del grupo.
El modus operandi de la “Hermandad Policiaca” consistía en extorsionar al subalterno, a la tropa, al policía de menor grado, cobrarle por todo: patrullas, motocicletas, armas, uniformes, combustibles, refacciones, turnos, vacaciones, arrestos, cruceros y zonas productivas y una cuota diaria para “poder salir a trabajar”.
Si bien la tropa entregaba el dinero a sus mandos inmediatos, los recaudadores eran los llamados “gamas”, los altos jefes tenían que reportarse con el “general de cinco estrellas” Arturo Durazo, amigo del alma del entonces presidente de México, José López Portillo y Pacheco. “El Negro” exigía no en pesos, sino en centenarios. Era común a finales del mes ver a los “gamas”, haciendo fila en bancos o casas de cambio en busca de las monedas preferidas del jefe.
Luis Rosales Gamboa es, en esta tortuosa historia, un personaje singular. Llegó a la corporación policiaca a ocupar un puesto administrativo, como jefe de almacén, en los sótanos de Tlaxcoaque. A pesar de que era una posición aparentemente no productiva, los jefes encontraron la manera de hacerla redituable.
El modus operandi le resultó simple: a los elementos de talla 40 y calzado del 8 les daba talla 34 y zapatos del 5 y a los de talla pequeña a la inversa, de tal suerte que si querían ropa y zapatos adecuados, tenían que entrarle; la mordida entre los mismos uniformados era, cuando menos, de “un ciego”, 100 pesos.
Por la jefatura de esa cueva de Alí Babá, desfilaron después de “El Negro” Durazo, Ramón Mota Sánchez, José Domingo Ramírez Garrido-Abreu, Enrique Jackson Ramírez, David Garay Maldonado, Rodolfo Debermandi Debermandi, René Monterrubio López, Rafael Avilés Avilés, Alejandro Gertz Manero, Marcelo Ebrard Casaubon, Joel Ortega Cuevas, Manuel Mondragón Y Kalb,Jesús Rodríguez Almeida, Hiram Almeida Estrada, José Ramón Amieva Gálvez, Raymundo Collins Flores y Jesús Ortega Martínez. Ninguno pudo ponerle el cascabel al gato.
Omar Hamid García Harfuch realizó un trabajo minucioso como director en jefe de la Agencia de Investigación Criminal, adscrita a la ya extinta Procuraduría General de la República (PGR). Puso énfasis particular en la actividad delictiva del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). De ahí pudo originarse el plan para asesinarlo mediante un operativo efectista, aunque mayúsculo, pero sin la colaboración de quienes conocen su agenda del día a día, hubiera sido bastante errático. García Harfuch está obligado a depurar la corporación que encabeza.