El lado “bueno” de nuestras desgracias

Alejandro Rodríguez

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Durante más de 30 años me he dedicado a la comunicación social institucional y tengo claro que el propósito principal de esa labor, por no decir el único, es generar una conversación pública positiva ya sea de un gobierno o de una dependencia, de una empresa privada, de sus dueños y administradores, o bien de cualquier personaje que los represente.

No es tarea fácil ni mucho menos. La opinión pública y publicada es una hidra de mil cabezas y hay que lidiar con un entramado de intereses políticos, económicos, comerciales y hasta filias y fobias individuales o de grupo.

He tenido la oportunidad no solo de observar, sino de participar en cientos de esfuerzos para hacer valer los mensajes de administraciones que están al frente del país, de bancos públicos y privados o de representaciones empresariales.

No recuerdo algo parecido a la comunicación de la mal llamada Cuarta Transformación, no solo por privilegiar más los símbolos sobre la información dura y verificable -característica más bien de la propaganda- sino también por su incontrolable vocación de parecer infalibles, de transmitir escenarios que si son sujetos al escrutinio público es porque hay quien no entiende los nobles propósitos mesiánicos del presidente de la República.

No pongo en duda la libertad de prensa, que por cierto no es gracia ni concesión del actual gobierno. Pero la indudable popularidad de Andrés Manuel López Obrador ha sido eficazmente utilizada para dibujar un país donde simplemente la opinión tiene que ser a favor o en contra del presidente de la República. Y en ese dilema, la crítica es ferozmente descalificada a diario.

En el inter de esta dicotomía, la comunicación gubernamental -eso sí, controlada férreamente desde Palacio Nacional- no tiene pudor en mentir, si ello es necesario para encontrar siempre el supuesto lado positivo de los numerosos y delicados temas de la agenda mexicana.

¿Y no se trata de eso precisamente? Suponiendo sin conceder que sí, lo que hemos visto en año y medio es lo que acabo de plantear pero llevado al extremo de lo inverosímil y por lo tanto de burdos mensajes de vil y descarado engaño, carentes incluso del más mínimo sentido común y de credibilidad.

Y para muestra, el botón de Hugo López Gatell, que desperdició un innegable talento de comunicador y una bien ganada fama en los primeros días de la pandemia, para terminar como un prestidigitador de argumentos supuestamente científicos para alinear el virus COVID 19 a los propósitos políticos de su jefe y no a preservar la mayor cantidad de vidas posible. Las inconsistencias de los mensajes terminaron por ahogarse en la “fuerza moral” de un presidente supuestamente inmune, que por ello es el primero en no atender las recomendaciones médicas tan profusamente difundidas todas las tardes.

Qué importa si la economía mexicana decreciera 1.6 por ciento en el primer trimestre del año, si el mensaje es que la contracción fue mucho menor a lo esperado. No nos preocupemos por los diagnósticos foráneos porque siempre habrá situaciones peores a la nuestra (aunque ya no tanto, por cierto). Regocijémonos pues porque caímos en un pozo que pudo haber sido más profundo, y nada más nos rompimos ambas piernas pero sobrevivimos.

Como los empresarios son malvados, no es necesario un programa contracíclico. La culpa de la desgracia será de la epidemia y no de la gestión gubernamental ni de las políticas públicas claramente erróneas.

Para qué preocuparse por la violencia en las calles, los ajustes de cuentas, las balaceras y los daños colaterales, si ello es resultado de que el gobierno mexicano actúa espléndidamente en contra del crimen organizado. ¡Gracias, amado presidente, porque si nos matan es gracias a que les vamos ganando a los malos!

¿Sirvió la labor de inteligencia política que debe tener cualquier gobierno que se precie de serlo para evitar el atentado contra el secretario de Seguridad Pública de la ciudad de México? Es obvio que no, pero el mensaje oficial es que la “oportuna” información disponible evitó que pereciera. Ahora sí que “nomás tres tiros le dieron”.

Cero autocrítica, puro autoelogio. Y con ello una comunicación que no podrá funcionar por mucho tiempo, porque cada vez es menos creíble, aún para algunos de los 30 millones de mexicanos que votaron por Andrés Manuel López Obrador.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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