Alejandro Rodríguez

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Vaya mes de agosto el que hemos tenido en México, cuando la política nacional se cimbró por nuevos videoescándalos que una vez más muestran el correr del dinero ilegal por las cañerías de las campañas electorales y de las negociaciones legislativas en nuestro país.

Pero debo decir que no solo deben prevalecer en la memoria del ocaso veraniego las maletas de los asistentes senatoriales que recibieron presuntos sobornos de Pemex, o los “modestos” sobres también repletos de billetes que tomó un hermano del presidente López Obrador para apoyar a Morena, ahora conocido como Movimiento de Recaudación Nacional.

No.

El 22 de agosto de este aciago 2020 quedó registrado como el día en que se cumplieron los peores augurios del impresentable Hugo López Gatell, nuestro flamante gestor público de la pandemia del siglo.

¿Por qué es relevante el hecho de llegar a 60 mil muertes y al tercer lugar mundial de decesos por el virus? No porque el poderoso y soberbio subsecretario de la Salud, rockstar de la 4T y funcionario favorito del presidente de la República nos haya advertido empáticamente lo que ocurriría con la mortalidad asociada al Covid 19 y hubiera hecho algo para evitarlo. De ninguna manera.

Basta recordar que el discurso gatelliano pasó de minimizar los riesgos de la llegada del virus a México -alguna vez dijo que quizá fuera incluso menos letal que la influenza AH1N1- a proyectar cifras que si bien eran aterradoras (un solo muerto es demasiado), ahora nada tienen que ver con la realidad que vivimos y que todavía nos acompañará por un tiempo aún sin definirse.

Primero serían menos de 5 mil defunciones asociadas al coronavirus, pero habría escenarios de 10 mil, 12 mil 500 o hasta 30 mil vidas perdidas. Pero lo verdaderamente catastrófico, nos dijo López Gatell en junio, sería llegar a los 60 mil muertos.

Y en el inter, el embustero doctor siempre supo que eso pasaría, pero ocupó su tiempo culpándonos a los mismísmimos mexicanos por ser gorditos, hipertensos o diabéticos, o justificando su documentada agenda en contra de las empresas que producen alimentos ultraprocesados o bebidas azucaradas.

“Nos estamos muriendo por beber Coca Cola y comer papas Sabritas”, era el mensaje, en vez de ser claro sobre cómo prevenir contagios y aplicar pruebas masivas para el control pandémico.

Nunca asumió responsabilidades. Ni siquiera se atrevió a contradecir a López Obrador cuando decía que todo terminaría en abril o mayo. Cantinfleó mañanera tras mañanera sobre el uso del cubrebocas. Insultó y minimizó a los críticos. Señaló conspiraciones de la prensa internacional.

El objetivo siempre fue político y no científico, como descaradamente se presumía. Su genuflexión con el presidente de la República prevaleció sobre la salud pública, y fue premiado con más atribuciones burocráticas que el primer López de la Nación le regaló a quien es el segundo, incluido el control de la Cofepris como joya de la corona. Gatell será juez y parte en el manejo sanitario de la Nación. Comprará las medicinas en el extranjero y garantizará su calidad, inocuidad y seguridad químico-farmacéutica.

La pandemia terminará cuando haya vacuna y el sexenio de la mal llamada Cuarta Transformación llegará también a su fin. Y ahí quedará el 22 de agosto de 2020 cuando Hugo López Gatell ni siquiera se presentó ante sus amados reflectores y micrófonos para explicar la catástrofe que él mismo proyectó como un escenario poco probable.

Y la historia lo juzgará. Empezando porque desde ahora ni siquiera eran las 60,000 personas que ya no están, sino probablemente tres veces más. Y lo que se acumule.

Mientras tanto, ahí está el show Lozoya para que nos entretengamos mientras miles mueren por Covid, o se quedan sin trabajo o empresa, o son asesinados por el crimen organizado. Así la 4T.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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