La banalización del amor

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

Para morir de amor hay que tener tiempo.

André Maurois

(seudónimo de Émile Herzog, novelista francés)

Que la estabilidad de los lazos humanos se ha debilitado no es novedad. Ya en 2003 el filósofo Zygmunt Bauman disertaba ampliamente sobre el tema y señalaba que, hoy por hoy, es tan valioso para el individuo formar un vínculo como desecharlo, una dialéctica que impone la pragmática sobre la ética; lo inmediato, sobre lo duradero, y la intensidad como un defecto ante lo superfluo.

Con un sistema económico que promueve que se trate a los cuerpos de la gente como si fueran piezas de plástico manufacturadas por millones, es difícil que el individuo adquiera el nivel de consciencia necesario para evitar trasladar estos esquemas también a la intimidad.

Nos presumimos libres, pero lo cierto es que cada vez hay más juglares coordinando nuestras acciones. Diversas teorías —desde la comunicación, la psicología, la sociología y sus intersecciones— han entendido en distintas magnitudes los efectos que los medios masivos tienen en el individuo. Algunas nos colocan totalmente como fichas de un tablero. Otras nos piensan seres reflexivos, capaces de elegir los medios que escuchamos a nuestra conveniencia e, incluso, dentro de ellos, capaces de reflexionar qué creemos verdadero, y qué, no. Sin embargo, la mayoría coincide en un punto: los medios masivos tienen efectos en las acciones del individuo en una medida que cambia según el enfoque.

No hay área de nuestra vida exenta de esta influencia. Nuestros hábitos de consumo son el ejemplo más evidente. No es por casualidad que cantamos jingles de comerciales mientras nos bañamos; tampoco nos formamos afuera de la Mac Store dos días antes de que salga el iPhone 800 porque seamos muy libres y un proceso de reflexión nos haya llevado a ello. ¿Que esta libertad estaría igualmente limitada en cualquier otro sistema económico o político? Ese es un debate filosófico que quizá jamás vayamos a resolver. Mientras tanto, lo cierto es que estamos más o menos determinados.

Lo de la belleza está más que dicho. Hay un bombardeo de mensajes que nos dicen quién es guapo o guapa y quién no lo es. Los parámetros responden la mayor parte del tiempo

a criterios de consumo, pero también a reglas sociales opresivas tan fuertes como las cargas económicas: el racismo, el edadismo, el desprecio hacia los cuerpos que se salen del estereotipo, del “ideal”. Y sí, siempre ha existido un canon de belleza: eso es innegable. La cuestión es que ahora su poder es tal que causa desórdenes alimenticios, depresiones, suicidios, malestar en las personas jóvenes, incapaces de cumplir por una vía natural con lo que las pantallas demandan de sus cuerpos.

Con la aparición de la web 2.0 cambiaron las dinámicas. Hay cosas que podemos ver muy claras: se ampliaron los receptores y también los emisores. Quienes antes tenían que escalar en las cúpulas de poder para amplificar sus mensajes hoy no necesitan más que tener acceso a un dispositivo electrónico. Por supuesto que esto ha complejizado los efectos que los medios de masas tienen en el individuo, pero yo no me inclino, como muchos otros, a pensar que estas dinámicas nos añadieron libertad o que nos acercaron a una cumbre democrática. Creo que las cosas cambiaron, con los pros y los contras que cualquier herramienta o tecnología suele presentar.

El remolino en el que estamos inmersos ha trastocado conceptos que creíamos más o menos inamovibles. Probablemente, en estos años, mientras el fenómeno ocurre, no seremos capaces de definirlo por completo. Será en las próximas décadas, cuando la transformación esté completa, que esta pueda mirarse en toda su dimensión. Todo se ha revolucionado. La manipulación que las cúpulas ejercían en las masas ha sido de lo primero. Lo vimos en la elección que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. No fuimos conscientes del fenómeno sino hasta que nos había fulminado. Lo mismo ha pasado con la justicia, inmóvil casi siempre, pero atenida, de dientes para afuera, a los dictados de las masas. Si la justicia no pudo escapar, menos pudieron hacerlo el amor y el deseo.

A inicios del milenio, Bauman diagnosticaba una sociedad donde los vínculos humanos se volvían frágiles al ingresar en esta red donde era tan importante atar lazos como deshacerlos. La permanencia empezaba a ser menospreciada. Se le quitaba valor a la solidez de las relaciones, y este se ponía en el propio hecho de generar o desechar un vínculo. Dicho de otro modo, la situación se convertía en un asunto numérico, lo que dejaba de lado cualquier profundidad. Con el paso de los años, ese diagnóstico no ha hecho más que mostrarse cierto y acentuarse.

Es normal que las sociedades revolucionen sus modos de relacionarse, así como que cambien sus valores y sus parámetros. Sin embargo, es importante preguntarse quién mueve

los hilos y para qué. Muchas veces ni siquiera hay un fin concreto, y los modos en que ahora amamos tal vez no sean más que un daño colateral de la creación de un patrón de consumo de productos de deportes y alimentos bajos en calorías.

¿Será que el amor —una vez como pretexto imaginario— hoy se debate ente la erótica y la pornografía? ¿la ética del de deseo y el pragmatismo del deber se nuestra época? A esta pregunta ha tratado de responder el historiador Robert Darnton es su virtuoso texto: “Sexo para pensar” en el mismo plantea la sorprendente correlación entre los valores filosóficos y la grafía e imagen del amor y el sexo.

Para algo sí somos libres, y es para reflexionar sobre los fenómenos que nos rodean.

 

Manchamanteles

La paridad o representación de grupos históricamente vulnerados en una democracia es un tema aún no resuelto. Aunque alrededor del mundo, y en nuestro país, se han aplicado distintos mecanismos para conseguirla, estos no han sido aplicados con rigor ni han sido desvirtuados. Quizás el reto más grande sea llevar estos parámetros a cada espacio de la vida de una sociedad. No se trata de abrir espacios por obligación, sino por reconocimiento del valor inherente en todas las personas.

 

Narciso el obsceno

Un viejo aforismo describe el narcisismo: “Para aquel que sostiene un martillo, todo parece un clavo”. O aquel que dice: “La causa principal de los problemas son las soluciones”. Lo importante es estar allí, en el primer plano de la primera escena del primer participante.

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